Atrio de los Gentiles: «Grandes preguntas. Pensar la muerte y la esperanza». (Parte III)
14 marzo de 2018Terminábamos la anterior entrada con estas palabras: lo cierto es que el pensar sobre la muerte nos ha lanzado hacia el misterio y el religamiento de nuestro ser, y en esa raíz profunda pueden otearse signos que sostengan la esperanza. Es posible, al fin y al cabo, que todo no se pierda como lágrimas en la lluvia. Sobre el interrogante de la esperanza humana y la respuesta cristiana versará esta entrada.
3.1-La condición humana.
¿Qué puedo saber? ¿Qué debo hacer? ¿Qué puedo esperar? ¿Qué es el hombre?[1]¿Quién soy yo?Cuando nos hacemos las grandes preguntas podemos tener una sensación semejante a la del exiliado que ha perdido su patria y solo puede evocarla desde la nostalgia.El hombre contemporáneo se parece a ese actor que no ha leído su papel en la obra e intenta discernir el contenido según el contexto.Como hijos que somos del tiempo, nuestra realidad siempre es narrada, leída e interpretada. Más que el cómo es el mundo, nos interesa su porqué y su para qué.Nos preocupa lo que significa el mundo, su sentido, y dentro de éste nuestro puesto en él. Necesitamos encontrar un sentido a la vida aunque sea transitorio. Sin un sentido, la vida será invivible. El quepara muchos Dios haya muertono significa que no sigan necesitando del sentido que les haga soportable la contingencia, la finitud y la muerte. La cuestión queda abierta, ¿si no podemos recurrir a Dios qué queda? Algunos piensan que solo quedarán retazos de sentido que puedan imaginarse o inventarse y que sirvan de asidero provisional.Para nuestra salud existencial tendríamos que crear mundos alternativos de sentido en un proceso continuo de búsqueda siempre incierta. Admitir la inevitable presencia de nuestra contingencia, de nuestra finitud, significaría que coexistirían múltiples perspectivas de sentido, teniendo que asumir que la transitoriedad y lo efímero son inevitables.
Un asidero demasiado frágilsi siempre vivimos en despedida como dijera Rilke; por muchos sentidos imaginados la realidad de nuestra existencia sería aquella que dramáticamente describiera Macbeth[2]:“Nuestra vida es una pobre sombra, un triste actor que gesticula un instante sobre la escena, para luego caer en el olvido…un demente aparatoso contando una leyenda vacía con una carga vacía”. Es cierto que algunos como Nietzsche quisieron pensar desde ese amor fati,o sea aceptar con la cabeza en alto la inevitable y cruda realidad. La imagen de ese hombre que afronta el trágico final sería semejante a la del mítico capitán, que erguido sobre la popa del barco, afronta el destino inmisericorde mientras la nave se hunde. Ciertamente uno puede pensar así y escribir relatos impactantes, pero la cuestión es más existencial: ¿se puede vivir así?
Yo propongo otro camino, un camino en el que no nos resignaremos a merodear por las orillas del vacío, sino que apostaremos por la búsqueda de un sentido. De lo dicho hasta ahora podemos sacar dos claras consecuencias: en primer lugar, si la muerte supone el radical abocamiento del hombre a la nada ésta acaba por sumir al hombre en el sinsentido, si queremos apostar por el sentido la muerte, más que como vacío y aniquilación, ha de entenderse como el velo que encubre algo; en segundo lugar, la angustia que produce el pensamiento sobre la muerte tiene un carácter paralizante y por eso impide reconocer la verdadera vida. Así pues, no será la angustia, sino la esperanza la que nos permitirá abrirnos a la totalidad de la existencia.
Antes de comenzar el camino una advertencia a caminantes. Ciertas personas ante las encrucijadas existenciales, en vez de arriesgarse, exigen primero que se le den pruebas de que la vida tiene sentido. Pero preguntarle por las pruebas de la verdad a alguien que ha encontrado el sentido de la vida, utilizando el símil evangélico, es como pedirle a un ciego que ha recuperado la vista que dépruebas de por qué la ha recuperado. Lo único que podrá decir es que antes era ciego y ahora ve. De igual modo puede decir el hombre que antes no entendía el sentido de la vida y ahora lo entiende[3]. Antes que exigir pruebas hay que arriesgarse, hay que pensar sobre el sentido, buscarlo, prestar oídos a la realidad tanto interior como exterior y, cómo no, estar dispuesto a acogerlo. Esa es pues aventura a la que invito, una senda que comenzará por interrogar a la esperanza que anida en el ser más profundo de cada hombre.
Pedro Laín Entralgo[4] señalaba que el ingrediente más básico y esencial de la existencia humana no era la esperanza, como pensaba Gabriel Marcel, sino la espera. La espera consiste en esa necesidad vital de desear, de proyectar y conquistar el futuro. Es un hábito entitativo de existir hacia el futuro. Hay una espera defiante, aquella que genera desesperación y angustia, y una espera confiante que es la que tiene que ver con la esperanza, que puede ser una mera esperanza trivializadora, el mero optimismo, o la esperanza auténtica. Respecto a la esperanza dirá Laín Entralgo: “Es un hábito de la segunda naturaleza del hombre, por obra del cual éste confía de un modo más o menos firme en la realización de las posibilidades de ser que pide y brinda su espera vital”.La esperanza es un hábito de segunda naturaleza pues puede adquirirse o perderse.La desesperanza es el hábito opuesto. El hombre no puede no esperar, pero puede hacerlo con esperanza o con desesperanza. La esperanza tiene que ver con el acto de vencer la desesperación. El hombre puede dudar, pero también tener fe; puede desesperar pero también tener esperanza.
El sentir la realidad limitada de nuestro ser puede conducir a la desesperación o ala esperanza. Si la desesperanza gana en intensidad conduce a la parálisis de la actividad personal que siempre requiere el logro de lo esperado. La esperanza es espera confiada. Espera y confianza son los elementos básicos de la estructura antropológica del hombre. Eso quiere decir que la esperanza tiene una dimensión metafísica en cuanto radicada en el ser. La esperanza genuina no es escapatoria y fuga, tampoco es la previsión cognoscitiva del futuro, ni el optimismo de aquél que piensa “las cosas se arreglarán”, es compromiso y decisión libre.La esperanzahunde sus raíces en lo más profundo de nosotros mismos, penetra en el fondo misterioso de las posibilidades del ser y abre a horizontes inagotables posibilitando la creación de lo que parecía imposible.
Pero ¿cuál es lo objeto de la esperanza? Algo y todo. Siempre espero seguir siendo yo mismo y poseer mi vida de modo más rico, más profundo. El hombre espera realizarse, espera ser feliz, espera que finalmente coincidan lo que es y lo que quiere ser.Toda esperanza genuina hace referencia a la esperanza universal. No hay un bien particular que no aspire al sumo bien y el sumo bien incluye de algún modo los bienes particulares. Todos tenemos la experiencia de que cualquier meta lograda es penúltima, que nada de lo logrado nos satisface del todo, que llegado al objetivo la meta se resitúa más allá. “Esperar algo, dice Laín, supone esperar todo, aunque el esperante no lo sienta expresamente y esperar todo solo es posible concretando el todo en una serie indefinida de algos”. La esperanza implica confianza pero no seguridad. Las pruebas, la paciencia, la resignación, el sacrificio y la creación se dibujan inexorablemente sobre el fondo de la muerte propia: la actitud ante ella otorga el último sentido a todas las acciones humanas. Ante la gran cuestión que estamos tratando parece obvio que el hecho de morir pone a prueba nuestra propia vida y por tanto la hondura y el alcance de la esperanza. Nuestro apetito de felicidad nos proyecta siempre hacia la trascendencia hasta cuando parece más inmanente. Secretamente aspiramos a ser siempre, ser todo y con todos, que son modos humanos de nombrar lo trascendente. Lo natural en el hombre es abrirse a lo transnatural. No es un más allá añadido sino el último termino de nuestro humano esperar. Esa trascendencia se vislumbra como el término definitivo al que apuntan todos nuestros proyectos de cada día.
El hombre es desertor de cuanto es limitado, un eterno protestante y contestador ante la realidad, un eterno Fausto, bestia cupidissimarerumnovarum, jamás plena y complacida con lo que tiene a su alcance[5], rompiendo siempre con los límites estancados. El eternamente insatisfecho. En esta realidad existencial percibimos la misma apertura hacia lo aún no realizado y alcanzado. El hombre es un espíritu en el mundo, pero el mundo no agota todas sus capacidades de conocer, querer, sentir y amar. Ningún acto concreto agota totalmente el dinamismo del querer decía Blondel[6]. Nunca consigue realizar la eternidad que anhela. Puede decir: Te amo y sé que no puedes morir. Pero no consigue detener ese instante fugaz. Solo un amor eterno sería descanso del corazón. Podemos planificar y manipular el futuro. Pero ningún futuro logrado podrá aquietar nuestro dinamismo interior. El hombre es proyección y tendencia hacia un siempre más, hacia un Incógnito Novum, hacia lo aún no logrado. Lo mejor siempre será un boceto. La meta alcanzada siempre está a medio camino de lo más alto. La realidad es que vivimos siempre de la promesa porque lo que preveíamos como punto de llegada, una vez logrado, ipso facto, se convierte en un nuevo punto de partida. Por eso decimos que el hombre está descentrado, su centro está fuera de sí, en un perenne más allá, en la trascendencia.
Un dinamismo constante invade toda su realidad, orientado hacia el futuro, de él extrae el sentido para el presente.Ese insaciable dinamismo de la vida humana es lo que Bloch[7] llamaba el principio-esperanza. Así pues, la esperanza descubre las posibilidades y potencialidades reales que esconde el ser humano. No solo actualiza las posibilidades escondidas en la persona, sino que nos abre a un más allá que podemos intuir como plenitud y, por eso, llamar salvación. Según Bloch, a diferencia de Laín Entralgo, sería un principio más que una virtud (recordemos que Laín definía la esperanza como hábito o virtud), pues su fuerza penetra todas las virtudes. El hombre es tendencia, es apertura indefinida siempre en tensión entre lo absoluto y lo inadecuadamente realizado. Por eso es un animal utópico y distópico (las utopías hacen referencia a los sueños inalcanzables de la humanidad, las distopías a sus grandes pesadillas), sus utopías manifiestan el ansia de permanente renovación, regeneración y perfeccionamiento, sus distopías son la expresión del miedo al abismo y la nada. Podemos decir que dentro de cada uno vive el homo absconditus del futuro. Lo que seremos y, por tanto lo que somos en tanto que tensión hacia el futuro, se desvelará entonces.
Hasta aquí no hemos ido más allá del sondeo, no hemos salido del círculo de la pregunta.La pregunta sondea la realidad, y ciertamente podemos quedarnos sin respuesta. Pero la pregunta proyectiva, esa pregunta con la que indagamos y exploramos el futuro, supone en cierto modo que la respuesta es probable. Si analizamos la dinámica inmanente a la vida humana descubrimos en ella el principio-esperanza, la prospectiva y la tendencia hacia el futuro, por eso es plausible que esperemos una respuesta.
¿A quién o qué van dirigidas las preguntas últimas? Si esperamos respuesta no será a un qué, sino a un quién. Así pues, las preguntas se dirigen a un Tú personal, al horizonte en que se vislumbra un Tú absoluto capaz de responder. Es en su repuesta donde podemos afirmar que la esperanza nos hacía pregustar la plenitud venidera, ella aportaría esa energía necesaria para el camino de la vida, e igualmente serviría de faro orientador. En definitiva la esperanza sería una prenda, una primicia en esta vida de lo porvenir. Pero también, seamos honestos, todo pudiera reducirse al simple eco de nuestra propia voz que nos devuelve el abismodel ser.
¿Respuesta o eco?, ¿cómo distinguirlos? Propongo un modo, miremos la revelación que se ofrece en el cristianismo y veamos si en ella se ofrece una repuesta a las inquietudes más profundas del hombre, una respuesta que haga vibrar algo dentro de nuestro ser. En la base del ateísmo moderno Dios no es más que una proyección de los deseos del hombre[8]. Por lo tanto, veamos si el cristianismo puede superar esta objeción. En tal caso la respuesta inesperada, la magnitud de lo revelado nos desvelaría algo insospechado y plenificante que ni siquiera podíamos imaginar, y por lo tanto proyectar. Una respuesta que no podría ser el eco de nuestra propia voz porque desborda todas nuestras expectativas. En ese caso sí podríamos decir que esa era la meta, a la que sin ser aun plenamente conscientes, tendería nuestra esperanza. Prosigamos la aventura.
3.3-Una buena noticia.
Muchos piensan que el problema de la muerte quedaría solucionado con el tema de la inmortalidad del alma humana, sin embargo pensar la muerte desde la inmortalidad del alma es confundir el problema. El hombre es mortal con todas sus consecuencias. Creo que, pensada en profundidad, la creencia religiosa en la inmortalidad es una pseudosolución a los problemas que venimos planteando.Blondel, después de demostrar que la infinitud del querer humano no podía satisfacerse desde la inmanencia, se preguntaba si la dinámica interna de lavoluntad humana se encaminaba hacia algo análogo a lo representado por el orden sobrenatural cristiano. En términos de esperanza y sentido, la cuestión sería si lo que se desvela en Cristo podía colmar nuestra esperanza y ser la definitiva respuesta a la pregunta por el sentido. Este es el camino que propongo seguir. En primer lugar veamos algunas notas de lo que sobre este tema nos dice en el Concilio Vaticano II[9].
El Concilio reconoce que el enigma de la condición humana llega a su cima cuando el hombre se enfrenta a la muerte.La libertad humana, en el sentido de autorrealización para dar sentido a la vida, fracasa ante el misterio de la muerte que parece burlarse de los significados que el hombre ha podido dar de sí mismo, de los demás y del mundo. La muerte de todos y de todo convierte en falacia cualquier intento de reconocer alguna plenitud en el círculo de la inmanencia.Expresamente se dice que el germen de la eternidad presente en el hombre se rebela contra la muerte aspirando a una vida más allá de ésta. Es cierto que la esperanza genuina y la necesidad de sentido, aspectos esenciales del ser humano, se sublevan contra la muerte, el Concilio entiende esta intima experiencia como germen de eternidad.La condición humana confluiría con su vocación trascendente. Este misterio del hombre se nos desvelaría en Cristo. Así pues,la visión cristiana asume la fragilidad de la condición humana y da razón de la esperanza que habita en el ser humano. Precisamente esto es lo que quiero analizar aquí: ¿se dan en Cristo respuestas a las esperanzas genuinas del ser humano?, o por el contrario ¿no serán más bien proyecciones de los anhelos del ser humano?
Quizás, sostenía Leonardo Boff[10],el meollo del Evangelio es que la vida vence frente a la muerte, el hombre no se encamina a una catástrofe biológica llamada muerte, sino que el sentido triunfa sobre el absurdo.En el hombre y en el mundo no existe solo el ser sino el poder ser, posibilidades y apertura hacia un más.Por eso las afirmaciones de futuro no pretenden sino explicitar, desentrañar y patentizar lo que está implícito, latente dentro de las posibilidades del hombre.
El hombre como hijo del tiempo es proyecto, es tensión hacia el futuro. En palabras de Teilhard de Chardin[11], el ser humano tendería hacia un punto Omega que, entrevé como latente y posible, pero que no ha alcanzado. El futuro, el aún-no y el mañana forman parte esencial del hombre. Los dinamismos del corazón humano, de la inteligencia, de la voluntad, del sentir, del esperar,¿encontrarán alguna vez el objeto de su tendencia? ¿Se hará patente lo latente en el hombre, o quizás nuestro sino es el de un eterno esperar sin alcanzar? Solo hay dos soluciones posibles: considerar que la realidad hacia la que creemos tender no sería más que una ilusión, o por el contrario sostener que el hombre caminante va hacia esa patria definitiva y plenificante. En otros términos se trataría de la opción entre el sentido o el sinsentido de la vida.
En la respuesta cristiana la temporalidad se presenta como tránsito de la existencia en pos de su realización última. Lo supratemporal (lo que llamamos eternidad) es de alguna manera la profundidad misma del tiempo. Se trataría de entender el tiempo como un tiempo abierto, un tiempo de creación, que se opone al tiempo cerrado de la muerte. Ese tránsito hacia la plenitud se insinuaría en cada instante, si bien no podemos aprehenderlo. La esperanza es la memoria del futuro decía Marcel, desde la perspectiva cristiana sería totalmente cierto, todo futuro por ser mío se encuentra dentro del devenir existencial. En este sentido la fe cristiana respondería a la aspiración más profunda del corazón humano. Nada me llena, nada me basta.San Agustín expresaba este anhelo de lo infinito que anida en lo más profundo del ser humano con aquellas memorables palabras con las que abría sus Confesiones[12]: “Señor, nos hiciste para ti y nuestro corazón anda inquieto hasta que no descanse en ti”. Ese es el misterio que se constituye en el insondable fondo de nuestro ser.
Aquí encontramos ya un primer signo de que en el cristianismo no se trata de un mero esquema proyectivo para eludir el problema angustioso de la muerte: sin la muerte la gran esperanza no es posible. Antes señalaba que plantear el tema desde la inmortalidad del alma no soluciona el problema, yo diría que incluso lo complica ¿por qué?, digámoslo a las claras: sin la muerte la gran esperanza es imposible. La muerte como mal es aquella que se percibe desde el fracaso y desde el abocamiento hacia la nada; la muerte en la perspectiva de la esperanza nos habla de elevación, transformación y novedad. En definitiva no se trata de sobrevivir, sino de vivir bien, no se trata de prolongación de algo que tendríamos por naturaleza, se trata, insisto, de transformación por elevación. No se trata de consuelo sino de don y de plenitud. Esa es la buena noticia revelada en el cristianismo que se expresa en Jesucristo, del que el cristiano dice que es primicia, fundamento y consumación de nuestra esperanza.
El cielo anunciado por la fe cristiana es la absoluta y radical realización de todo lo que es verdaderamente humano, dentro de Dios. La fe tematiza el sentido encontrado en la trama de la existencia y lo invoca como Dios, Padre y Amor; el cristiano entiende que Dios se ha manifestado plenamente en Jesucristo. ¿Qué quiere decir eso?, en palabras de Boff que la utopía se convirtió en topía. En la resurrección de Jesucristo se manifiesta la realización total de todas las posibilidades latentes en el hombre, la unión íntima con Dios, con los hombres y con el cosmos. La superación de todas las alienaciones y esclavitudes que estigmatizan una existencia en proceso de gestación. En Jesucristo se autocomunica el Futuro Absoluto. La utopía se vuelve topía significa, nada más y nada menos, la realización de lo que era imposible para el hombre. Encaminados hacia el futuro absolutolo que denominamos como paraíso no estaría en el pasado sino en el futuro, como decía Carlos Mesters[13]: el paraíso es una profecía proyectada hacia el pasado. Más que una situación que hayamos perdido es el nuevo mundo al que nos encaminamos. El cristiano sabe de la felicidad suma para los hombres y para el cosmos porque ha visto la utopía realizada en Jesucristo.
Nos preguntábamos si lo que se revelaba en el cristianismo podría satisfacer esa necesidad imperiosa de sentido que tiene el hombre, si realmente podría dar respuesta al anhelo que mueve nuestra voluntad y que se manifiesta en la inquebrantable esperanza. A la luz de lo dicho parece claro que sí. Cuando se habla de resurrección, se habla de un futuro que es absoluto, es la elevación, en modo de plenitud, de lo que experimentamos aquí bajo el modo de deficiencia. El cielo comienza en la tierra y nos habla de una realidad no totalmente distinta, sino totalmente nueva. Ella expresaría el punto final del proceso de hominización, iniciado en los orígenes de la evolución ascendente y convergente; sería la realización de plena de los proyectos y sueños del hombre; el desvelamiento de ese homo abscondituslatente en el principio de esperanza. Comunión plena con el cosmos, con los hombres, con Dios. Aquí los conceptos tienen que dar el testigo a las imágenes, los símbolos y las alegorías; el filósofo y el teólogo deben dar paso al místico y al poeta. No porque lo que digamos al respecto sea pura literatura, en el sentido peyorativo de la expresión, al contrario, porque el místico y el poeta penetran de un modo mucho más sutil la realidad. Citando a San Pablo: lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el corazón del hombre llego, lo que Dios preparó para los que le aman (1 Cor. 1,9). Esto nos aleja de todo mecanismo psicológico proyectivo y nos habla de plenitud y de amor, más que alcanzado, desvelado. Hasta aquí llega el discurso y la reflexión, discurso y reflexión que van tornándose, casi imperceptiblemente, en ruego e invocación porque después de todo como dijo Wittgenstein[14]:“Pensar el sentido de la vida es orar”.
4-A MODO DE CONCLUSIÓN:La muerte es el verdadero nacimiento para el nuevo hombre.
Comenzábamos estas reflexiones haciéndonos eco del estudio de Peter Watson en el que sostenía que en la actualidad muchas personas han dejado de plantearse las grandes preguntas que hacen referencia al por qué y el para qué de la existencia humana. Argumentábamos que,dada la tozudez de la vida,en un momento u otro, tendrían que planteárselas. Finalizábamos, aquel primer ese apartado, afirmando la importancia de volver a poner sobre la palestra los grandes interrogantes del hombre.
En el segundo apartado escogíamos como gran cuestión la de la muerte. Nos preguntamos por nuestra propia muerte, la muerte de nuestros seres queridos, la muerte de todos y de todo. Concluíamos quesi la muerte abocaba hacia la nada absolutala realidad quedaba herida en su propio corazón. Ciertamente la muerte nos ponía ante la gran encrucijada existencial: la vida ¿tiene o no tiene sentido?
En esta tercera parte, dando un paso atrás, nos hemos fijado en la condición humana y hemos destacado el principio de esperanza como parte esencial del hombre. Hemos visto que incluso en la desesperanza se muestra el anhelo de sentido, de significado, de valor, desde la frustración que genera el situarnos en la perspectiva de su inalcanzabilidad. La pérdida total de esperanza por la total carencia de sentido, pensamos, puede ser un buen motivo para teorizar, pero no se puede vivir realmente sin esperanza pues esto nos paralizaría. Analizando lo que podía ser el objeto real que moviese nuestra voluntad, y sostuviese nuestra esperanza nos hemos preguntado por la respuesta que da el cristianismo. Lo que descubrimos es que en la revelación cristiana se nos ofrece algo mucho más grande de lo que el hombre puede esperar: la muertecomo el verdadero nacimiento del hombre.La muerte se convierte en el lugar de la redimensionalización de todas las posibilidades contenidas en la naturaleza humana. El fin plenificante. Algo que podemos ilustrar con aquellas palabras de Benjamín Franklin, al morir acabamos de nacer.La muerte sería el verdadero nacimiento para el nuevo hombre. Tengamos en cuenta que en absoluto se trata de una especie de fuga mundi, al contrario, la vida en el tiempo adquiere una especial densidad, aquí, en nuestra situación histórica, podemos abrirnos o frustrar el proyectode salvación para con nosotros.
Frente a los que consideran que toda esta reflexión es fruto del temor que nos causa la muerte, que simplemente se trata de una especie de consuelo ilusorio ante el deseo de querer seguir viviendo, respondemos que nada más lejos de la realidad. Mirado en profundidad, nuestra vida proyectada indefinidamente terminaría por convertirse en una especie de hastío eterno, el auténtico infierno sería vivir eternamente en una especie esperanza incumplida, en un perenne anhelo insatisfecho. En la esperanza cristiana no hablamos de consuelo sino de plenitud. Y dando un paso más, ya en términos teológicos, diríamos que la palabra clave no sería sobrenatural, sino gracia, don. Eso se nos muestra en la vida, la muerte y la resurrección de Jesucristo. Ciertamente,los anhelos más profundos del ser humano y sus preguntas más fundamentales tendrían su respuesta en Jesucristo.
No obstante, esperanza y confianza no es seguridad. Nosotros estamos en el atrio de los gentiles, no hemos entrado aún en el templo, para entrar en él la puerta es Jesucristo que permite encontrarnos con Dios, con el hombre y con el mundo de un modo único y fascinante. Claro, ahí ya nos introducimos en el terreno de la fe, una fe que es don, como nos enseña la teología, pero que también es fruto de una profunda decisión personal.A lo largo de la vida, en un momento u otro, puede salirnos al encuentro ese escéptico Flaubert que llevamos dentro susurrándonos al oído: “no será la esperanza un canto de sirena que nos lleva trágicamente a un país sin retorno”. Puede que sí, pero ¿quién no quiere vivir?:
“Una belleza sin ocaso,/una verdad sin argumentos/una justicia sin retorno./Un amor inesperado…una vida que sea Vida, como dice Pedro Casaldáliga, eso es Dios”.
Una buena apuesta diría Pascal, quizás sea bueno arriesgarse porque en definitiva la fe, como el pensamiento, suele comenzar por arriesgarse y atreverse a creer.
Juan Jesús Cañete Olmedo
Sacerdote y Profesor de Filosofía
[1] Hace referencia a las cuatro grandes cuestiones que puede hacerse el hombre según Immanuel Kant, las tres primeras se encuentran en Crítica de la razón pura, Tecnos, Madrid 2004; a estas tres uniría la última ¿qué es el hombre?, como compendio de todas en Lógica, Akal, Madrid 2000.
[2] El verso de Rilke:” Así vivimos nosotros siempre en despedida”,Elegías de Duino, Hiperión, Madrid 1999. La cita de Macbeth pertenece a la obra de Shakespeare, Macbeth, Espasa, Madrid 2015.
[3] L. Tolstoi, Evangelio abreviado, KRK, Oviedo 2009.
[4] P. Laín Entralgo, Espera y Esperanza, Alianza, Madrid 1984. G. Marcel. Homo Viator, Sígueme, Salamanca 2005. En adelante seguiremos especialmente a Laín Entralgo.
[5] M. Scheler.El puesto del hombre en el cosmos, Escolar y Mayo, Madrid 2017.
[6] M. Blondel. La Acción, BAC, Madrid 1996.
[7]E. Bloch. El principio de esperanza, Trotta, Madrid 2007.
[8] L. Feuerbach. La esencia del cristianismo,Trotta, Madrid 2009.
[9] Me limito a comentar brevemente algunos números de la Gaudium et Spes, en especial los números 17, 18 y 22.
[10] L. Boff, Hablemos de la otra vida, Sal Terrae, Santander 1981.
[11]Teilhard de Chardin, El Fenómeno Humano, Taurus, Madrid 1986.
[12] San Agustín, Confesiones, Gredos, Madrid 2010.
[13] C. Mesters, Paraíso terrestre: ¿nostalgia o esperanza?, Paulinas, Madrid 1990.
[14] L. Wittgenstein, Diario filosófico (1914-1916), Ariel, Madrid 1982.