Frenar la desigualdad está en tus manos

8 febrero de 2023

“Frenar la desigualdad está en tus manos” es el lema de la 64ª Campaña contra el hambre, impulsada por la ONG católica Manos Unidas. El foco se coloca, por un lado, en la desigualdad o en la inequidad que desgarra nuestro mundo y, por otro lado, en nuestra implicación para frenar o revertir esta tendencia deshumanizadora.

Los datos son alarmantes. De acuerdo con el informe de Credit Suisse, en 2021, el 1% más rico de la población del planeta acumula casi la mitad de la riqueza global, mientras que la mitad más pobre apenas posee el 1,1% de la riqueza mundial. En 2021, las fortunas de los millonarios aumentaron en 3,9 billones de dólares, al tiempo que las personas que viven en pobreza extrema (menos de dos dólares diarios) alcanzó los 800 millones. Además, la tendencia muestra que las desigualdades aumentan. Por mencionar un único dato, según el World Inequality Report, en el año 2020 el 1% más rico poseía el 20,6% de los ingresos, lo que supone un incremento de 2,8 puntos porcentuales desde 1980.

Estas cifras globales no pueden hacernos perder de vista que detrás de las estadísticas hay personas y familias concretas. Mencionemos algunos ejemplos. A día de hoy, 828 millones de personas padecen hambre o malnutrición. Se estima que cada cuatro segundos muere una persona por este motivo. Unos 570 millones de mujeres con edades comprendidas entre los 15 y los 45 años sufren anemia. Más de la cuarta parte de los trabajadores del Sur son pobres, es decir, que cobran salarios insuficientes para hacer frente a sus necesidades básicas. Cerca del 50% de las personas que pasan hambre en el mundo pertenecen a pequeñas familias agricultoras rurales del Sur: producen alimentos, pero no pueden consumirlos.

Así situados, vamos a recurrir al magisterio pontificio para iluminar esta realidad. Concretamente, nos apoyaremos en tres documentos del papa Francisco, que se inscriben en la tradición de la doctrina social de la Iglesia, formulada tanto por sus predecesores como por el magisterio episcopal.

Ya en la exhortación Evangelii Gaudium, del año 2013, el papa Francisco escribía con rotundidad: “Así como el mandamiento de ‘no matar’ pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir ‘no a una economía de la exclusión y la inequidad’. Esa economía mata. […]. No se puede tolerar más que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre. Eso es inequidad”. (n. 53). Advertía, además, de que “la inequidad es la raíz de los males sociales” (n. 202), señalando que “la inequidad provoca la reacción violenta de los excluidos del sistema”, precisamente “porque el sistema social y económico es injusto en su raíz” (n. 59). Por eso mismo, “la necesidad de resolver las causas estructurales de la pobreza no puede esperar, no sólo por una exigencia pragmática de obtener resultados y de ordenar la sociedad, sino para sanarla de una enfermedad que la vuelve frágil e indigna y que sólo podrá llevarla a nuevas crisis” (n. 202).

La encíclica Laudato Si’, en el año 2015, ofrece también atinadas y profundas reflexiones respecto de la desigualdad. “La inequidad no afecta sólo a individuos, sino a países enteros, y obliga a pensar en una ética de las relaciones internacionales” (n. 51). “Especialmente deberían exasperarnos las enormes inequidades que existen entre nosotros, porque seguimos tolerando que unos se consideren más dignos que otros. Dejamos de advertir que algunos se arrastran en una degradante miseria, sin posibilidades reales de superación, mientras otros ni siquiera saben qué hacer con lo que poseen, ostentan vanidosamente una supuesta superioridad y dejan tras de sí un nivel de desperdicio que sería imposible generalizar sin destrozar el planeta. Seguimos admitiendo en la práctica que unos se sientan más humanos que otros, como si hubieran nacido con mayores derechos” (n. 90). En otro momento de la encíclica, y de un modo más propositivo, el Obispo de Roma afirma: “En las condiciones actuales de la sociedad mundial, donde hay tantas inequidades y cada vez son más las personas descartables, privadas de derechos humanos básicos, el principio del bien común se convierte inmediatamente, como lógica e ineludible consecuencia, en un llamado a la solidaridad y en una opción preferencial por los más pobres” (n. 158).

En 2020, con la encíclica Fratelli Tutti, el Santo Padre abordó directamente la cuestión de la fraternidad universal y la amistad social. Señala que “la inequidad y la falta de un desarrollo humano integral no permiten generar paz” (n. 235). Recuerda que practicar la solidaridad implica “luchar contra las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad, la falta de trabajo, de tierra y de vivienda, la negación de los derechos sociales y laborales” (n. 116). Indica que “esto que vale para las naciones se aplica a las distintas regiones de cada país, entre las que suele haber graves inequidades” (n. 125). Critica que se considere que, desde la unilateralidad del mercado, se olvide que “el supuesto derrame no resuelve la inequidad, que es fuente de nuevas formas de violencia que amenazan el tejido social” (n. 168). Subraya que, “por una parte, la superación de la inequidad supone el desarrollo económico, aprovechando las posibilidades de cada región y asegurando así una equidad sustentable. Por otra parte, los planes asistenciales, que atienden ciertas urgencias, sólo deberían pensarse como respuestas pasajeras” (n. 161).

Ante todo ello, la misma encíclica Fratelli Tutti apuesta por “la tarea educativa, el desarrollo de hábitos solidarios, la capacidad de pensar la vida humana más integralmente, la hondura espiritual” como un modo de “dar calidad a las relaciones humanas, de tal modo que sea la misma sociedad la que reaccione ante sus inequidades, sus desviaciones, los abusos de los poderes económicos, tecnológicos, políticos o mediáticos” (n. 167). Ahí se inscribe la Campaña de Manos Unidas y lo que pueda suscitar en cada uno de nosotros, individual y comunitariamente. No lo olvidemos. Podemos frenar la desigualdad. Está en nuestras manos.

Fernando Chica Arellano
Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, el FIDA y el PMA

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