El efecto ser humano

6 febrero de 2024

Al comienzo del mes de febrero, como cada año, llega la campaña anual de Manos Unidas, ONG católica de cooperación al desarrollo que batalla a diario para erradicar la pobreza y la desigualdad en el mundo. Como los almendros en flor, esta iniciativa aviva la esperanza, colorea el paisaje y nos alienta a sacar lo mejor de nosotros mismos para compartir con todos la belleza de la Creación.

No olvidemos que Dios confió la obra que salió de sus paternas manos a la responsabilidad del hombre, que debe cuidarla con esmero, sin considerarse su dueño absoluto. Por esta razón estamos invitados a conservarla responsablemente y a hacerla productiva, respetando los recursos naturales, de modo que a nadie falte lo necesario para vivir con dignidad. Todos tenemos el grave deber de entregar a las nuevas generaciones un planeta que también sea para ellas un espacio de convivencia y fraternidad, en el que puedan habitar y desarrollarse y, a su vez, legar a sus sucesores.

Para que esto se realice, en palabras de Benedicto XVI, “es indispensable el desarrollo de la alianza entre ser humano y medio ambiente, que ha de ser reflejo del amor creador de Dios, reconociendo que todos procedemos de Dios y que todos estamos en camino hacia Él. ¡Qué importante es, por tanto, que la comunidad internacional y cada Gobierno sepan dar las señales adecuadas a los propios ciudadanos para contrarrestar eficazmente los modos de utilizar el ambiente que le sean nocivos! Los costes económicos y sociales que se derivan del uso de los recursos ambientales comunes, reconocidos de manera transparente, deben ser sufragados por aquellos que los utilizan, y no por otras poblaciones o por las generaciones futuras. La protección del ambiente y la salvaguardia de los recursos y del clima requieren que todos los responsables internacionales actúen conjuntamente, en el respeto de la ley y la solidaridad sobre todo con las regiones más débiles del planeta” (Audiencia General. 26 de agosto de 2009).

Este año 2024 la campaña de Manos Unidas destaca los efectos perjudiciales del cambio climático, sobre todo en las poblaciones menos favorecidasde la tierra, que arrastran pesadas cargas y soportan duras pruebas. Y subraya, a la vez, la responsabilidad personal que nos debe convertir de meros observadores pasivos en responsables proactivos en la lucha justa contra el cambio climático. Esta lucha debe centrarse en los más menesterosos ypostergados, los “descartados climáticos”, que suelen tener rostro de mujer, migrante, anciano y niño.

El lema elegido en esta ocasión es “El efecto ser humano” y en él nos vamos a detener a continuación, apoyándonos en algunas reflexiones del papa Francisco.

El efecto humano

Existen millones de especies, pero solamente una puede cambiar lo que sucede a kilómetros de distancia: la especie humana. Todas las acciones nocivas que causamos al planeta tienen un efecto directo en las poblaciones vulnerables, que frecuentemente viven de la agricultura, y ven cómo la avidez de unos pocos y el descuido del medio ambiente incrementan la pobreza, el hambre y la desigualdad. Al mismo tiempo, los seres humanos somos la única especie capaz de revertir ese mismo efecto. Por eso, Manos Unidas ha decidido hablar del “efecto ser humano”, interpelándonos de modo directo: ¿qué efecto tiene mi vida sobre el conjunto de la Casa Común, es un efecto nocivo o un efecto benéfico?

 El papa Francisco, ya en su encíclica Laudato Si’, se refería a esta ambivalencia de la acción humana, que se hace especialmente patente en las regiones más remotas y dapauperadas. Por un lado, haciéndose eco de un documento de los obispos de Bolivia, recordaba que “tanto la experiencia común de la vida ordinaria como la investigación científica demuestran que los más graves efectos de todas las agresiones ambientales los sufre la gente más pobre” (LS 48). Por otro lado, y de manera simultánea, destacaba que “es admirable la creatividad y la genero­sidad de personas y grupos que son capaces de revertir los límites del ambiente, modificando los efectos adversos de los condicionamientos y aprendiendo a orientar su vida en medio del desorden y la precariedad” (LS 148).

El defecto humano

Ante esta dramática realidad del cambio climático y de sus sangrantes repercusiones en el conjunto del planeta y, en concreto, en las poblaciones más indigentes, no faltan voces escépticas o críticas, ya sean desinformadas o interesadas, que intentan “negar, esconder, disimular o relativizar” los efectos del cambio climático (LD 5). Tanto esa sí que el papa Francisco publicó hace unos meses la exhortación apostólica Laudate Deum, en la que aludía a esos planteamientos: “Me veo obligado a hacer estas precisiones, que pueden parecer obvias, debido a ciertas opiniones despectivas y poco racionales que encuentro incluso dentro de la Iglesia católica. Pero ya no podemos dudar de que la razón de la inusual velocidad de estos peligrosos cambios es un hecho inocultable: las enormes novedades que tienen que ver con la desbocada intervención humana sobre la naturaleza en los dos últimos siglos” (LD 14). En realidad, “ya no se puede dudar del origen humano —‘antrópico’— del cambio climático” (LD 11). “Aceptemos finalmente que es un problema humano y social en un variado arco de sentidos” (LD 58).

Hay, por decir así, un “defecto humano” que afecta a esta realidad. De manera general, se trata de la soberbia humana que se cree el centro del universo, aislando al hombre del Creador, de la Creación y de las demás criaturas. Frente a ello, la Iglesia defiende un “antropocentrismo situado” (LD 67) que nos permite acabar con “la idea de un ser humano autónomo, todopoderoso, ilimitado” y “entendernos de una manera más humilde y más rica” (LD 68). Esta soberbia genérica adopta, en nuestros tiempos, la forma concreta del paradigma tecnocrático, denunciado ya en la encíclica Laudato Si’, y en el que subyace una obsesión ideológica: “acrecentar el poder humano más allá de lo imaginable, frente al cual la realidad no humana es un mero recurso a su servicio. Todo lo que existe deja de ser un don que se agradece, se valora y se cuida, y se convierte en un esclavo, en víctima de cualquier capricho de la mente humana y sus capacidades” (LD 22). Por eso mismo, “necesitamos repensar entre todos la cuestión del poder humano, cuál es su sentido, cuáles son sus límites” (LD 28).

El afecto humano

En la encíclica Laudato Si’, el Obispo de Roma cita a san Buenaventura: “la contemplación es tanto más eminentecuanto más siente en sí el hombre el efecto de la divina gracia o también cuanto mejor sabe encontrar a Dios en las criaturas exteriores” (LS 233). De este modo, Francisco nospersuade a desarrollar una espiritualidad encarnada, nosanima a situarnos ante la Creación de manera contemplativa y sugiere que nos acerquemos a la realidad dejándonos afectar por ella y descubriendo así las huellas y las caricias del Creador.

            Podemos ver que esta sensibilidad espiritual se despliega en múltiples ámbitos. Por ejemplo, en lo más general: “La cultura posmoderna generó una nueva sensibilidad hacia los que son másdébiles y menos dotados de poder. […] Es otro modo de invitar al multilateralismo en orden a resolver los problemas reales de la humanidad, procurando ante todo el respeto a la dignidad de las personas de manera que la ética prime por sobre las conveniencias locales o circunstanciales” (LD 39). Y también, en el ámbito másespecífico: “El esfuerzo de los hogares por contaminar menos, reducir los desperdicios, consumir con prudencia, va creando una nueva cultura. Este solo hecho de modificar los hábitos personales, familiares y comunitarios alimenta la preocupación frente a las responsabilidades incumplidas de los sectores políticos y la indignación ante el desinterés de los poderosos. Advirtamos entonces que, aun cuando esto no produce de inmediato un efecto muy notable desde el punto de vista cuantitativo, sí colabora para gestar grandes procesos de transformación que operan desde las profundidades de la sociedad” (LD 71).

Conclusión

            Los efectos del cambio climático de origen antrópico son evidentes. No caigamos en el defecto de la soberbia o la tecnocracia. Respondamos con afecto comprometido: la justicia climática, el consumo responsable y la conversiónecológica son algunos de los principios que han de presidir la lucha contra el cambio climático para garantizar un futuro digno a toda la humanidad.

            Juntos podemos disipar las nubes que oscurecen el desarrollo humano integral de los pueblos de la tierra, presentes y futuros. Un desarrollo inspirado en los valores de la solidaridad y la justicia. Para que esto suceda es indispensable que transformemos el actual modelo de desarrollo global mediante una toma de responsabilidad mayor y compartida respecto a la Creación. Será la manera de hacer frente no sólo a las numerosas emergencias ambientales, sino también al escándalo del hambre y de la miseria en el mundo.

            Que esta campaña de Manos Unidas nos ayude a poner en juego el verdadero “efecto ser humano”.

Fernando Chica Arellano
Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, el FIDA y el PMA

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