María, testigo de la fe, testigo de Jesucristo (Tiempo de Adviento)
29 diciembre de 2009MARÍA, TESTIGO DE LA FE, TESTIGO DE JESUCRISTO (Tiempo de Adviento)
1.-“Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14)
Estamos introducidos en pleno tiempo de adviento. Como bien indica la palabra esperamos al que viene. Al que viene en doble dirección. El viene hacia nosotros, pero nosotros no podemos ser sujetos pacientes, no podemos estar en una actitud pasiva, esperando que llegue. Debemos de avanzar hacia El.
En adviento esperamos al que viene y avanzamos hacia aquel que viene.
María, testigo, madre y modelo de todas las virtudes y gracias nos enseña en su propia vida este modo de hacer.
Nos cuenta San Lucas en su evangelio que el ángel del Señor entró en donde estaba María. La tradición, siempre ha representado este momento con una María orante, vigilante.
El ángel la encuentra porque ella está, por ella busca, desea, ansía, encarna al pueblo de Israel que hacía siglos esperaba la llegada del Mesías, el cumplimiento de las promesas, la respuesta definitiva de Dios Padre a sus hijos.
El ángel le dice: “El Señor está contigo”. Y es cierto, Dios la eligió desde siempre, por eso la hizo inmaculada de pecado original, lo celebrábamos hace unos días, la Inmaculada Concepción. Pero Ella también estaba con el Señor desde niña. Ofrecida y crecida en torno al templo de Jerusalén, lugar de la presencia del Dios de Israel. Su corazón se inclina desde niña a Dios y de hecho salen de su boca palabras con toda naturalidad: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38)
Como podéis comprobar, la Virgen María es modelo para toda la Iglesia, para todo cristiano, para las familias cristianas, para los agentes de pastoral. Que Dios nos ama y nos busca no nos cabe la menor duda, está revelada la voluntad del Padre en Jesucristo. Y esa voluntad es que no se pierda ninguno y que gracias a Cristo somos hijos, herederos y coherederos.
María nos enseña a vivir orientados hacia ese amor. Orientar la mirada, el corazón, los deseos, los pensamientos, los sentimientos, todo los que somos, hacia Dios. Una actitud vigilante, orante, contemplativa, expectante, hacia Dios que inclina su oído y su corazón misericordioso hacia todos nosotros.
La pregunta que nos debemos de hacer en este primer extremo es:
¿Identifico mi adviento con el de María? ¿Vivo mi vida cristiana en el dinamismo que me enseña la Virgen? ¿Estoy en el lugar necesario para que Dios me encuentre? ¿Soy capaz de decirle a Dios, con plena sinceridad, hágase en mí según tu palabra?
2.-Feliz porque has creído
La espera de María se vio colmada con plenitud. Cuando iba percibiendo día a día, mes a mes que la Palabra de Dios anunciada por su mensajero en aquel día de Nazaret, se tejía en su entrañas, tomaba carne y sangre, qué curioso y qué misterioso, Dios se nutría de la Virgen Madre.
Precioso regalo de la humanidad al mismo Dios. Le ofrecimos carne y sangre para que transformados por él, entregados en el sacrificio y rotos y derramados, se convirtiesen en una carne y una sangre para el perdón de los pecados, para la salvación, en una sangre y carne sacramental, Eucaristía y Alimento de Dios.
María es testigo de la Palabra hecha carne en sus purísimas entrañas. María es el arca de la nueva alianza. Si el arca que el pueblo hebreo portaba en el desierto contenía en su interior las tablas de la Ley de Dios, el maná del desierto y el cayado de Moisés, ahora en el Arca de la Nueva Alianza que es María se contiene la Nueva Ley de Dios que es Jesucristo, el nuevo alimento para los viandantes de esta peregrinación que es Cristo-Eucaristía, nuevo Maná, y el cayado del Buen Pastor que es Jesucristo:
“El Señor es mi pastor nada me falta” Sal 22.
Todo se resume, todo se contiene en Jesucristo porque todo lo antiguo era anuncio y avance de la plenitud que estaba por llegar.
María, testigo de la Fe, testigo de la Palabra hecha carne, es portadora de una nueva era, del tiempo de salvación.
María es modelo de la Iglesia instituida, querida y amada por el Señor como su cuerpo, como su esposa.
La Iglesia es ahora el arca de la nueva alianza porque ella guarda todos los medios necesarios para nuestra salvación. Guarda y custodia la Palabra de Dios y su recta interpretación. Guarda la tradición y la enseñanza perenne que tiene su fundamento en la misma Palabra de Dios. Guarda los sacramentos, cauces abundantísimos de la gracia de Dios. Guarda el mandato ardiente de la caridad ejercido en toda la humanidad pero especialmente en los más pobres y necesitados. Guarda palabras y caminos de esperanza para ir construyendo, entre luces y sombras, el Reino de Dios que comenzó con Jesucristo el Señor.
Iglesia Madre y Maestra, como María, custodia donde se expone a Cristo para contemplación, adoración y glorificación de todo lo creado.
María, no sólo recibe la Palabra que se hace carne en ella. Sino que esa Palabra que se va tejiendo y haciendo hombre en su seno la mueve y la lleva hacia los demás. Es una Palabra dinamizadora.
Nos cuenta San Lucas que después de la encarnación, María se marcho “apresuradamente” a un pueblo situado en las montañas de Judea. Allí vivía una pariente suya casada con un sacerdote del templo. Isabel y Zacarías.
La antigua Arca de la alianza era nómada, era peregrina, hacía ruta por el ardiente desierto de la península de Sinaí.
La nueva Arca de la alianza es también peregrina, primero hacia las montañas de Judea, luego hacia Belén, luego hacia Egipto, luego a Nazaret.
María llega al encuentro de Isabel que la recibe con gran alegría y hasta el gestado Juan el Bautista, salta de gozo en el vientre de su madre.
El Papa Juan Pablo II, en su encíclica: La Iglesia vive de la Eucaristía, en el número 55 nos decía respecto a esta escena:
“Cuando, en la Visitación, lleva en su seno al Verbo hecho carne, ella se convierte de algún modo en “tabernáculo” -el primer “tabernáculo” de la historia- donde el Hijo de Dios, todavía invisible a los ojos de los hombres, se ofrece a la adoración de Isabel, como “irradiando” su luz a través de los ojos y la voz de María” (EE 55).
La escena de la Visitación rezuma gozo, esperanza, agradecimiento, alabanza y felicidad de dos mujeres que se sienten muy favorecidas por Dios.
La presencia de Dios no puede dejar al creyente triste, angustiado, desesperanzado, negativo. La historia de la salvación demuestra en una constante invariable que el encuentro con Dios provoca en el creyente, aun en situaciones muy difíciles, incluso extremas, provoca paz interior, felicidad que nace de dentro, gozo y esperanza sustentados en la fe.
“Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador
porque se ha fijado en la humildad de su esclava” Lc 1,46-47
Pensemos en este segundo extremo en nuestras actitudes:
¿Cómo acogemos la Palabra de Dios en nuestra vida, en nuestros hogares, en nuestras actividades apostólicas? ¿Qué tiempo dedicamos al día, a la semana, al mes? ¿Qué efecto produce la Palabra en nosotros, nuestras lecturas de la vida personal, familiar, social, las hacemos desde nuestros propios criterios o desde la Palabra de Dios? ¿A quién llevamos nosotros la Palabra de Dios y cómo la llevamos, con qué medios y con qué actitudes?
3.-El encuentro con Jesús
El encuentro con Dios marca la vida de la Virgen María para siempre, un encuentro definitivo, pleno, cuando siendo asunta en cuerpo y alma al cielo esta con la Santa Trinidad y con la Iglesia celeste como Madre e intercesora.
¿Y nosotros, podemos encontrarnos con Jesucristo de modo real y no sólo desde los sentimientos o desde el pensamiento?
El encuentro personal es imprescindible para creer de verdad. El verdadero discípulo no se limita a seguir a Jesús, lo sigue hasta ver su rostro: “tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro” dice el Salmo.
Dónde podemos encontrar esa presencia de Jesucristo, dónde acontece esa presencia con toda su densidad y fuerza. La Virgen María también nos indica el camino hacia la presencia nueva de su hijo Jesucristo, al Cristo pos-pascual:
Los Hechos de los Apóstoles dan noticia de la Madre de Jesús: “presente entre los Apóstoles ‘concordes en la oración’ (Hch 1,14), en la primera comunidad reunida después de la Ascensión, en espera de Pentecostés. Esta presencia suya no pudo faltar ciertamente en las celebraciones eucarísticas de los fieles de la primera generación cristiana, asiduos ‘en la fracción del pan’” (Hch 2,42) (EE 53).
El Papa Juan Pablo II hace una preciosa lectura de esta realidad atestiguada en la revelación escrita:
“Aquel cuerpo entregado como sacrificio y presente en los signos sacramentales, ¡era el mismo cuerpo concebido en su seno! Recibir la Eucaristía, debía significar para María como si acogiera de nuevo en su seno el corazón que había latido al unísono con el suyo y revivir lo que había experimentado en primera persona al pie de la Cruz” (EE 56).
El cristianismo nació como confesión del Resucitado y se instituyó en la Fracción del Pan: “cada vez que comáis del Pan y bebáis del Cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que vuelva.
La imagen más nítida que se nos ofrece es en el pasaje de los de Emaús donde no se separa la presencia del Resucitado con la presencia Eucarística. Así el mensaje es claro, la Eucaristía es la encrucijada donde se nos aparece el resucitado, donde nos habla al corazón para que este arda de nuevo y nos ponga en marcha hacia Jerusalén.
Podemos preguntarnos:
¿Qué papel ocupa el Sacramento de la Eucaristía en mí vida?
¿Cuánto tiempo dedico a la Adoración de la Eucaristía, la visita al Sagrario?
¿Siento que el encuentro con Cristo Eucaristía me lleva a los demás, me impulsa a la misión?
4.- María, testigo de la fe y del encuentro con la Palabra hecha carne
Como vemos, María es el testigo más perfecto de la fe porque tiene una fuerte experiencia de Dios. Se encuentra desde el primer momento con la Palabra, cuando se hace carne en sus entrañas. Luego, es fiel discípula de la Palabra, guardándola en su corazón de Madre. Escuchándola y cumpliéndola.
Hoy también encontramos testigos de la Palabra, testigos del Señor que consagran su vida, o que la entregan por amor a los demás, o que simplemente lo dicen sin miedo ni vergüenza por lo que puedan opinar los demás.
Vamos a terminar esta reflexión desde la Virgen María a los actuales testigos de la fe. Testimonios sencillos de personas sencillas como tu y como yo. Adviento es tiempo para testimoniar la Fe en aquel que viene a nosotros para darnos su vida.
Mariano Cabeza Peralta, Promotor del culto eucarístico en la diócesis de Jaén