Tejedoras de paz
8 marzo de 2022La celebración del 8 de marzo ofrece una oportunidad para reflexionar acerca de las condiciones de vida de las mujeres en el mundo, así como acerca de su contribución a la creación de un mundo más humano y solidario. Sin duda, las mujeres son auténticas artesanas de cuidados y de justicia. En el contexto actual, marcado por la guerra, podemos decir que las mujeres son tejedoras de paz.
Como se sabe, la encíclica Fratelli Tutti, del papa Francisco, plantea una dinámica expansiva en círculos concéntricos cada vez más amplios, para impulsar la amistad social y la fraternidad universal. Así, por ejemplo, dice: “Desde la intimidad de cada corazón, el amor crea vínculos y amplía la existencia cuando saca a la persona de sí misma hacia el otro” (FT 88). Por eso, “no puedo reducir mi vida a la relación con un pequeño grupo, ni siquiera a mi propia familia, porque es imposible entenderme sin un tejido más amplio de relaciones” (FT 89). De hecho, toda “relación, si es sana y verdadera, nos abre a los otros que nos amplían y enriquecen” (FT 89). Más aún, “el amor nos pone finalmente en tensión hacia la comunión universal” (FT 95), sabiendo también que “esta necesidad de ir más allá de los propios límites vale también para las distintas regiones y países” (FT 96). Veamos cómo las mujeres son tejedoras de paz en estos diversos niveles de la realidad.
En primer lugar, encontramos la familia. No es un tópico manido decir que la familia es la célula básica de la sociedad y que, en ella, las mujeres juegan un papel esencial, como artesanas de unidad. Podemos recordar ese dicho popular en el que se pregunta a una madre a cuál de sus hijos quiere más, y ella responde: “Al enfermo hasta que sane, al ausente hasta que regrese, al pequeño hasta que crezca y a todos hasta que me muera”. Cuidado, ternura, creatividad, fuerza, apoyo o firmeza son algunas de las virtudes que encarnan las mujeres en la familia, como vemos de un modo especialmente dramático en los locutorios de las cárceles, en las salas de espera de los hospitales, en los esfuerzos para llegar a fin de mes o en las iniciativas productivas en el mundo rural. “La idéntica dignidad entre el varón y la mujer nos mueve a alegrarnos de que se superen viejas formas de discriminación, y de que en el seno de las familias se desarrolle un ejercicio de reciprocidad. Si surgen formas de feminismo que no podemos considerar adecuadas, igualmente admiramos una obra del Espíritu en el reconocimiento más claro de la dignidad de la mujer y de sus derechos” (Amoris Laetitia, n. 54).
“En algunos barrios populares, todavía se vive el espíritu del ‘vecindario’, donde cada uno siente, espontáneamente, el deber de acompañar y ayudar al vecino. En estos lugares que conservan esos valores comunitarios, se viven las relaciones de cercanía con notas de gratuidad, solidaridad y reciprocidad, a partir del sentido de un ‘nosotros’ barrial” (Fratelli Tutti, n. 152). Es evidente que, en esa dinámica, las mujeres juegan un papel singularmente activo. Numerosas iniciativas populares, como asociaciones vecinales o proyectos de economía solidaria, conocen el impulso y el protagonismo de las mujeres. En diversas partes del mundo, este tejido comunitario (comedores populares, guarderías autogestionadas, cooperativas de producción y consumo, etc.) ha nacido y está vinculado a la comunidad cristiana y a la parroquia.
En la exhortación apostólica Evangelii Gaudium, el Sucesor de Pedro expresó su ardiente deseo de que la Iglesia fuera una madre de corazón abierto: “La Iglesia ‘en salida’ es una Iglesia con las puertas abiertas. Salir hacia los demás para llegar a las periferias humanas no implica correr hacia el mundo sin rumbo y sin sentido. Muchas veces es más bien detener el paso, dejar de lado la ansiedad para mirar a los ojos y escuchar, o renunciar a las urgencias para acompañar al que se quedó al costado del camino” (n. 46). Y, en esto, las mujeres son también un vibrante modelo encarnado. Recordemos, por ejemplo, a la estadounidense Dorothy Day (fallecida en 1980), que comprometió su vida en servicio a los más pobres, desde las casas de hospitalidad del Catholic Worker. Su testimonio muestra que la amistad social va tejiendo relaciones de acogida incondicional que incluyen a los excluidos.
La función de las mujeres no se limita al ámbito local o a las iniciativas sociales; su rol benéfico se muestra también en el terreno nacional e internacional, así como en el campo de la política. Y esto se realiza de modos diversos y con mediaciones variadas. La contribución de una Chiara Lubich es diferente de la de una Angela Merkel, por mencionar dos figuras relevantes. La italiana Lubich, fundadora del movimiento de los focolares, impulsó una espiritualidad de unidad que se concreta en la economía de la comunión o en el movimiento político por la unidad. La canciller Merkel, por su parte, ha liderado con audacia el panorama europeo durante los últimos lustros. La lista podría ampliarse si echamos la vista atrás y evocamos la vida de Hildegard Burjan, hebrea convertida al catolicismo. Única mujer elegida en 1918 al parlamento austriaco, destaca por su alto compromiso social. Fue beatificada en el año 2012. Ellas son ejemplos de cómo se pueden forjar relaciones de paz en el espacio público.
Con el pasar de los años, vamos siendo más conscientes de la importancia de la ecología, de la necesidad de cuidar la casa común, de vivir en armonía con el conjunto de la creación y de avanzar en la conversión ecológica. Sin duda, la encíclica Laudato Si’ es un punto de referencia básico en este camino. Entre otras muchas cosas, leemos en ese documento pontificio: “Junto con la importancia de los pequeños gestos cotidianos, el amor social nos mueve a pensar en grandes estrategias que detengan eficazmente la degradación ambiental y alienten una cultura del cuidado que impregne toda la sociedad” (LS 231). Una muestra relevante en este sentido la encontramos en la ecologista católica keniana Wangari Maatai, que en 1977 fundó al movimiento Cinturón Verde y que recibió el premio Nobel de la Paz en 2004 por su contribución al desarrollo sostenible, la democracia y la paz.
En la exhortación Evangelii Gaudium, el Obispo de Roma termina sus reflexiones con una preciosa referencia a la Santísima Virgen, madre de Jesús: “María es la que sabe transformar una cueva de animales en la casa de Jesús, con unos pobres pañales y una montaña de ternura. Ella es la esclavita del Padre que se estremece en la alabanza. Ella es la amiga siempre atenta para que no falte el vino en nuestras vidas. Ella es la del corazón abierto por la espada, que comprende todas las penas. Como madre de todos, es signo de esperanza para los pueblos que sufren dolores de parto hasta que brote la justicia” (n. 286). Que en este Día Internacional de la Mujer Nuestra Señora impulse a las mujeres a seguir esta senda indicada por el Santo Padre. Y que todos nosotros, varones y mujeres, sepamos reconocer, agradecer y alentar la espléndida contribución de tantas mujeres que a lo largo y ancho de nuestro mundo son, verdaderamente, tejedoras de paz y artesanas de solidaridad.
Fernando Chica Arellano
Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, el FIDA y el PMA