Los límites planetarios del crecimiento

3 junio de 2022

En 1972 –es decir, hace cincuenta años– se publicó un influyente estudio titulado “Los límites del crecimiento”. Lo encargó el Club de Roma al Massachussets Institute of Technology (MIT) y fue realizado por un equipo de investigadores liderado por Donella y Dennis Meadows. En su estela las décadas posteriores han visto la aparición de una serie de informes que, de algún modo, han contribuido a marcar los términos de la investigación científica y del debate político.

Una contribución muy significativa apareció en 2009, cuando otro grupo de científicos, coordinados por el sueco Johan Rockström y el estadounidense Will Steffen, introdujeron el concepto de “límites planetarios”, identificando nueve procesos fundamentales para la estabilidad del planeta y proponiendo unos umbrales para estos procesos que, en caso de ser superados, pueden poner en peligro la habitabilidad de la tierra. Los nueve límites planetarios son la crisis climática, la acidificación de los océanos, el agujero de ozono, el ciclo del nitrógeno y fósforo, el uso del agua, la deforestación y otros cambios de uso del suelo, la pérdida de biodiversidad, la contaminación de partículas de la atmósfera y la contaminación química.

El marco que proporcionan los límites planetarios es sumamente importante y, sin embargo, no es muy conocido por el gran público. Por este motivo, quiero aprovechar estos párrafos para detenerme en ellos, aprovechando la ocasión del Día del Medio Ambiente, que se celebra cada año el 5 de junio.

De acuerdo con las últimas actualizaciones, cinco de los nueve procesos ya han superado los límites indicados por los científicos, poniendo en riesgo la seguridad del planeta. Los dos más alarmantes, según los datos de este modelo, se refieren a la pérdida de biodiversidad y al ciclo del nitrógeno y el fósforo. La pérdida de la biodiversidad se mide por la tasa de extinción (E/MSY, siglas en inglés de extinciones por millón de especies-años); mientras que el límite se establece en 10 E/MSY, los datos actuales superan esa cifra, multiplicándola por 10 o por 100. Además, se ha ampliado el indicador para incorporar otros cambios en la integridad de la biosfera y no solo la tasa de extinción. El ciclo del nitrógeno se refiere a los millones de toneladas de este elemento químico que, por la acción humana, se extraen de la atmósfera, mientras que el ciclo del fósforo alude a la cantidad de fósforo antropogénico depositado en los océanos. En ambos casos los datos actuales duplican los límites seguros establecidos por los científicos. El dramático caso de la masiva muerte de peces en el Mar Menor (Murcia), en los dos últimos años, parece guardar estrecha relación con este fenómeno de eutrofización y es un ejemplo concreto del impacto de este límite planetario.

El segundo grupo de fenómenos –según la gravedad de los datos– está formado por la deforestación, el cambio climático y la contaminación química. En cuanto a la deforestación, solo el 62% de los bosques del planeta permanecen intactos (cuando el límite está establecido en el 75%, con un 85% para los bosques boreales y tropicales y un 50% para los bosques templados). La contaminación química ha sido renombrada como introducción de nuevas entidades, para incluir el impacto de otros materiales generados por la acción humana. Se incluyen sustancias tóxicas, plásticos, metales pesados, contaminación radioactiva o interruptores hormonales. El cambio climático, vinculado a los gases de efecto invernadero y al aumento de la temperatura global, es el límite planetario que más atención científica, mediática y política está recibiendo; su impacto es muy serio, pero debe recordarse que no es el único, ni tampoco el que peores datos presenta. En este sentido, conviene advertir que la encíclica Laudato Si’ habla, por supuesto, de cambio climático (LS 23-26), pero dedica tanta o más extensión a la contaminación (LS 20-22), al agua (LS 27-31) o a la biodiversidad (LS 32-42).

Finalmente, los científicos consideran que, en estos momentos, otros cuatro procesos claves no han superado los límites planetarios (en parte porque no hay datos claros o concluyentes). Se trata del agujero de ozono, el uso del agua, la acidificación de los océanos y la contaminación de partículas de la atmósfera. Obviamente, esto no quiere decir que no debamos preocuparnos por estas importantes cuestiones, sino que los datos no son tan graves o claros como en otros casos. Además, esto muestra que no debemos caer en un escenario catastrofista y, a la vez, indica que cuando los científicos presentan datos alarmantes, conviene tomarlos en consideración, reflexionar y actuar con responsabilidad.

Dicho todo esto, podemos ahora escuchar lo que el papa Francisco ha indicado respecto a estas cuestiones en la encíclica Laudato Si’. De entrada, advierte que “ya se han rebasado ciertos límites máximos de explotación del planeta, sin que hayamos resuelto el problema de la pobreza” (LS 27). Además, señala que, “si reconocemos el valor y la fragilidad de la naturaleza, y al mismo tiempo las capacidades que el Creador nos otorgó, esto nos permite terminar hoy con el mito moderno del progreso material sin límites” (LS 78). Y concluye: “Ha llegado el momento de volver a prestar atención a la realidad con los límites que ella impone, que a su vez son la posibilidad de un desarrollo humano y social más sano y fecundo” (LS 116).

Podemos terminar regresando al vínculo entre los límites planetarios y los límites del crecimiento, citando de nuevo al Obispo de Roma: “Si en algunos casos el desarrollo sostenible implicará nuevas formas de crecer, en otros casos, frente al crecimiento voraz e irresponsable que se produjo durante muchas décadas, hay que pensar también en detener un poco la marcha, en poner algunos límites racionales e incluso en volver atrás antes que sea tarde. […] Por eso ha llegado la hora de aceptar cierto decrecimiento en algunas partes del mundo aportando recursos para que se pueda crecer sanamente en otras partes” (LS 193).

Son palabras que no pueden caer en el vacío. Es importante que nos interpelen y nutran nuestra oración y compromiso, de manera que no nos dejemos llevar por un dinamismo compulsivo, por elecciones nocivas y perjudiciales en términos de alimentos, consumo, desplazamientos, empleo del agua, de la energía y de tantos recursos naturales, que a menudo desperdiciamos o usamos insensatamente, dañando así nuestra relación con el medio ambiente. Tenemos una sola Tierra, como dice el lema de la presente Jornada Mundial. De ahí la necesidad de velar por ella, protegerla y salvaguardarla con hábitos limpios y ecológicos. En este sentido, son las nuevas generaciones las que están emprendiendo iniciativas audaces y atinadas, reclamando que tanto global como localmente se multipliquen gestos tangibles y medidas incisivas y certeras para que el planeta no siga deteriorándose. Al respecto, los jóvenes están decepcionados por tantas promesas incumplidas y tantas declaraciones solemnes, que luego no se ven realizadas. Al contrario, se postergan y descuidan por intereses sesgados o conveniencias partidistas. Lejos de esto, los jóvenes exigen un cambio de rumbo. En palabras del Papa, ellos “nos recuerdan que la Tierra no es un bien para estropear, sino un legado que transmitir; esperar el mañana no es un hermoso sentimiento, sino una tarea que requiere acciones concretas hoy. A ellos debemos responder con la verdad, no con palabras vacías; con hechos, no ilusiones” (Mensaje para la Jornada Mundial de oración por el cuidado de la Creación. 1 septiembre de 2019). ¡Ojalá todos pongamos de nuestra parte y les demos respuestas convincentes!

 

Fernando Chica Arellano
Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, el FIDA y el PMA

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