Eutanasia: la ideología, mezquindad e insensatez de una ley

20 enero de 2021

El 30 de septiembre de2020 el comité de bioética de España publicaba un informe sobre el final de la vida  y la atención en el proceso de morir, en el marco del debate sobre la regulación de la eutanasia[1].El informe concluía afirmando lo siguiente:

De los argumentos expuestos a lo largo del informe se concluye la falta de justificación, no solo ética y legal, sino también sanitaria y social, para crear un derecho a la eutanasia y/o auxilio al suicidio. Este Comité considera imprescindible que la sociedad española lleve a cabo un debate suficientemente informado, que todavía no ha tenido lugar a pesar de la trascendencia de la materia, sobre qué es la eutanasia, qué consecuencias trae consigo su legalización, y qué acciones se pueden llevar a cabo para garantizar a todos los ciudadanos un adecuado acompañamiento y el alivio del sufrimiento en su proceso de morir y, por ende, una muerte en paz. Nosotros queremos contribuir a ello, como ya se ha dicho anteriormente, con la publicación de este Informe que, además de argumentos para la reflexión, contiene propuestas dirigidas a lo que todos queremos: tener una muerte sin dolor, serena y en paz.

Estamos hablando del  comité de expertos que está creado principalmente para asesorar a nuestros legisladores  y a nuestro gobierno.El informe afirma expresamente la falta de justificación ética, legal, sanitaria y social para crear un derecho a la eutanasia y al auxilio al suicidio. Ni el Comité de Bioética de España, ni la Organización Médica Colegial, ni Sociedad Española de Cuidados Paliativos han sido escuchados. Como hace poco se preguntaba  José Ramón Amor Pan:¿no será porque están en contra de la eutanasia con sólidos argumentos?Muchos de nuestros políticos no solo no han atendido a las recomendaciones que se hacían desde estas instancias, sino que han mostrado una total falta de sensibilidad, o mejor hablar han actuado con la mezquindad que supone el haber aprobado este derecho a la eutanasia en un tiempo que ha puesto de relieve el estado de vulnerabilidad de las personas que debieran sentirse especialmente protegidas por una sociedad que se considere solidaria y humanitaria. Como diceJuan Carlos Girauta, en los encendidos aplausos del Congreso,tras aprobarse la ley de eutanasia, radica todo. No hay que ir más allá.  No es posible celebrar -y menos con tal euforia- la introducción en el derecho positivo español de la competencia administrativa de matar. Por eso no son creíbles las motivaciones humanitarias de los diputados progresistas después de esa sesión.  Nada más hubo.

La elaboración y la aprobación de las leyes es un asunto de enorme responsabilidad, se requiere estudio, calma, reflexión, discusión y legisladores libres de todas las presiones, con gran honestidad intelectualy con conocimiento de la realidad. Nada de esto se ha dado en el caso de la aprobación del derecho a la eutanasia. En este sentido lo quepretendemos en este artículo es analizar el tema de la eutanasia y el auxilio al suicidio asistido prescindiendo de los argumentos que podrían derivarse de opciones religiosas o políticas. De hecho la fuente principal que utilizaremos serán las  aportaciones que nos hace el comité de bioética español en el informe que antes hemos citado, respondiendo desde ahí a las preguntas que suelen hacerse sobre la eutanasia. Pasemos al tema en cuestión.

¿Qué es lo que se ha aprobado en el parlamento español?

Lo  que se ha planteado  y aprobado en sede parlamentaria es la norma por la que  se reconoce  la  legitimidad de  solicitar la eutanasia y el auxilio al suicido. Y no como meras excepciones a la regla general que exige proteger jurídicamente la vida, sino como un verdadero derecho que permita a determinadas personas, en atención al contexto clínico en el que se encuentren, solicitar de los poderes públicos la ayuda tanto directa como indirecta para acabar con su vida.

¿Qué es eso de la eutanasia, el auxilio médico al suicidio y los cuidados paliativos?

La alternativa a la eutanasia no es una agonía horrible. Vivimos en una época en que casi todos los sufrimientos son atenuables por medio de la medicina. Los partidarios de la eutanasia intentan embrollarlo todo, confundiéndola con los cuidados paliativos  en el concepto borroso de “muerte digna”. Para estar suficientemente informados y poder debatir  hemos de tener claro de qué es de lo que hablamos.

Cuando hablamos de eutanasia nos referimos a  la provocación intencionada de la muerte de una persona que padece una enfermedad avanzada o terminal, a petición expresa de ésta, y en un contexto médico. Cuando hablamos de suicidio asistido nos referimos a la ayuda médica para la realización de un suicidio, ante la solicitud de una persona enferma, proporcionándole los fármacos necesarios para que ella misma se los administre. Para algunos existe una  equivalencia sustancial entre ayudar a una persona que quiere quitarse la vida y ser la persona que le quita la vida por lo que, en definitiva, estaríamos hablando de lo mismo.

Por el contrario, los cuidados paliativos no buscan dar la muerte, sino mejorar la calidad de vida en la fase final de una enfermedad dolorosa. Tampoco la sedación terminal debe ser confundida con la eutanasia: no busca provocar la muerte, sino dulcificar la agonía. Federico de Montalvo presidente del comité de bioética en España pone de relieve la diferencia fundamental entre cuidados paliativos y eutanasia: La clave está en el fin,el fin no puede ser matar, sino eliminar el sufrimiento, pudiendo asumirse la muerte como efecto indirecto.

¿Puede existir un derecho a morir?

Existe un derecho a la vida, pero plantear un derecho a morir es algo absurdo. De hecho  la vida es  algo más que un mero derecho dada su inalienabilidad.  Al hablar de inalienabilidad hablamos de que  el titular de ese  derecho no puede hacer imposible para sí el ejercicio de éste. Por ejemplo: los derechos humanos, en tanto en cuanto son inalienables, se le adscriben a la persona al margen de que consientan o no consientan. Pongamos como ejemplo el  derecho a la educación, aunque alguien no lo quiera sigue teniendo  ese derecho, de hecho  no se puede dar el derecho a la no educación. El derecho a la vida es irrenunciableen la medida que no se puede exigir el derecho a morir. Las personas no pueden exigir del Estado o de un tercero una acción positiva que ponga fin a su vida. Así pues, ya de principio, nos parece absurdo ese derecho que plantea la ley de la regularización de la eutanasia, pues no puede existir un derecho a morir. Cuando se trata de discutir este derecho, presentado como el más valioso de los derechos como ha manifestado  alguno, nos encontramos con la paradoja que consiste en presentar la muerte como el mayor valor. Ese supuesto derecho que se proclama tiene evidentemente una base nihilista que semanifiesta con especial fuerza en esta cultura de la muerte que se extiende en nuestra sociedad[2].

¿Pero no debemos ser libres para elegir lo que queramos sobre nuestra vida?

Es cierto que los defensores de la eutanasia entienden la dignidad humana como la libertad para que cada uno configure su proyecto de vida como desee. Siguiendo su razonamiento no se entiende porqué el derecho a la eutanasia se tenga que limitar a determinados casos o contextos, como serían los de enfermos terminales o crónicos. Hacerlo  así supone una contradicción en sus propios términos.  Si la dignidad se entiende como libertad total para decidir sobre nuestra propia vida, ésta es un valor predicable de todos los seres humanos, ¿cuál sería el argumento ético y legal para restringir el reconocimiento del derecho a morir solo a algunos contextos? ¿Cuál sería el argumento ético y legal para salvar la vida de aquel que quiere lanzarse desde lo alto de un edificio? ¿Por qué presumir la irracionalidad en el que se asoma al precipicio con deseos suicidas y no del que, en ejercicio de su dignidad, pretende que se acabe con su vida sin esgrimir razones para ello y al margen de un contexto de enfermedad? ¿Por qué limitar el derecho a solicitar la ayuda a morir a aquellos que padecen una enfermedad crónica o terminal y no a cualquiera con independencia de que se encuentre inmerso en un contexto de enfermedad o no?

La dignidad humana  no es solamente autodeterminación o libertad. Antes, al contrario, la dignidad es una cualidad del ser humano que procede de su valor intrínseco como integrante de la humanidad (filosóficamente decimos que la dignidad tiene un valor ontológico). No hemos de olvidar que el ser humano es autónomo, pero también vulnerable, por lo que debe ser protegido en muchas ocasiones por encima de sus propias decisiones. Es fundamental no perder nunca de vista que la dignidad es un valor inalterable que puede, sin destruirlo, entrar en conflicto con la libertad individual y los propios deseos momentáneos.A modo de ejemplo contaré una anécdota. El año pasado una alumna recurría a mí porque pensaba que su vida no tenía ningún sentido, que su sufrimiento era insoportable porque  no valía nada, que no quería seguir viviendo, obviamente, en base a su dignidad  inalienable y su valor intrínseco, pensé que lo mejor era ayudarle a redescubrirse a sí misma y acompañarla en su camino de búsqueda de sentido, antes que invitarla a ir a los Países Bajos donde bajo el argumento de su sufrimiento existencial extremo y refractario podría solicitar la eutanasia. Creo que no obré mal.

¿Pero qué ocurre cuando no podemos dejar de querer morir?

En este tema suele darse una confusión, las personas que suelen solicitar la eutanasia no tienen como  objeto de su solicitud la muerte, sino que la solicitan para dejar de sufrir. De hecho, si el dolor o el sufrimiento pudieran eliminarse desaparecería también la petición de acto eutanásico. No se quiere morir sino vivir de otra manera. El verdadero reto sería cambiar las circunstancias para que no se desease morir. Y, por ello, lo triste es que buena parte de nuestros políticos y nuestra  sociedad permitan morir sin abordar estas reformas sociales que llevan a muchos a querer morir[3]. La principal cuestión que habría que resolver antes de proclamar dicho derecho a no sufrir es si no caben otras alternativas a ocasionar la muerte a la persona y si dichas alternativas están plenamente desarrolladas en nuestro sistema socio-sanitario. Es habitual que la petición de morir tenga sus raíces en el dolor, en un sentimientode inutilidad o de pérdida de sentido. Si la justificación para solicitar la muerte depende de la condición existencial específica del paciente, en la medida en que sea posible eliminar las condiciones de sufrimiento, la solicitud se consideraría injustificada. Así pues, una de las cuestiones que cabría debatir con mayor profundidad es si la solución a los casos que se producen en España cada año pasaría por el reconocimiento del derecho subjetivo a morir o por el contrario, avanzar hacia la efectiva universalización de los cuidados paliativos frente a la enfermedad terminal y los apoyos y cuidados sociosanitarios frente a la cronicidad.

¿Pero el sufrimiento puede llegar a ser tan insoportable que no quede otra salida que la eutanasia?

Muchas personas confunden dolor con sufrimiento sin embargo estos no son sinónimos. El dolor  es la consecuencia o respuesta emocional a un estímulo que provoca un malestar a nivel físico o emocional y supone una reacción directa e inmediata que se produce tras ejercer un daño o como consecuencia de una patología física. El sufrimiento, sin embargo,  es un padecimiento penoso de angustia que aflige a toda la persona. El sufrimiento esun complejo estado afectivo que conlleva la elaboración de procesos mentales y cognitivos que no se dan en los animales.  El proceso de morir o una discapacidad determinada generan en muchas personas que lo viven una profunda crisis emocional y existencial, pero elsufrimiento no está limitado a estos casos. En bastantes personas se da lo que se conoce como el sufrimiento existencial, este  surge de una pérdida o interrupción de significado, propósito o esperanza en  la vida.   Lo que destruye a la persona no es el sufrimiento, sino ‘sufrir sin sentido’. Por eso hay que detectar siempre, lo antes posible, qué necesidades emocionales y sociales pueden darse con mayor frecuencia, por ejemplo: la necesidad de reconocer la propia identidad y sus referentes fundamentales; la necesidad de dar y recibir afecto, de sentirse aceptado, acompañado y escuchado;necesidades de sentido o significado existencial y sus grandes preguntas, ¿quién soy?, ¿por qué y para qué vivir?, ¿qué puedo esperar?; necesidades morales que tienen que ver con los fines y los valores, ¿qué debo hacer?, que serán distintas en función de cada experiencia personal y de su  entorno. Precisamente no atender a esto es lo que puede hacer que un sufrimiento pueda considerarse insoportable.

Como ha advertido Cristina Losada[4]en la vida real no encontraremos apenas a personas en pleno uso de sus facultades ejerciendo con firme voluntad el derecho a la eutanasia, sino a personas gravemente enfermas, ancianas, deprimidas, altamente dependientes, vulnerables e influenciables. Y como decía Nietzsche[5]: Quien tiene un porqué para vivir, encontrará casi siempre el cómo.  Precisamente lo que hay que ayudar es a que se encuentren esos porqués y no todo lo contrario que es lo que esta presupuesto en la ley sobre la eutanasia, que considera que hay situaciones en las que no existe ningún porqué.

¿Pero la eutanasia no pretende imponer nada a nadie, no?

Es frecuente sostener que las demandas a favor de la eutanasia no pretenden imponer nada a nadie sino todo lo contrario: impedir que la concepción moral acerca del final de la vida que puedan sostener algunos se imponga a todos. Este planteamiento es falso. Tanto si se opta por impedir como por obligar a que el Estado dé muerte a las personas cuando lo solicitan bajo determinadas condiciones, se está imponiendo al conjunto de los ciudadanos una determinada concepción  sobre el ser humano, sobre la vida y sobre la muerte. Por eso en este tema nos jugamos mucho.

No es lo mismo afirmar que la vida de cada ser humano vale en todos y cada uno de los momentos de su existencia y, en consecuencia, no puede quedar desprotegida cuando pierde determinadas capacidades (lo que implica que la sociedad debe procurar las condiciones para que cada uno de esos periodos de la vida sea significativo) que afirmar que el valor de la vida es distinto según las circunstancias dado que hay vidas que merecen la pena y otras no.Nos encontramos, pues, ante dos concepciones morales, contradictorias entre sí, y las sociedades necesariamente deben decidir si se decantan por una u otra.

La mayoría de las sociedades actualesreconocen que todos los momentos de la vida de cada ser humano son igualmente valiosos, no solo aquellos en los que puede ejercer las facultades propias de su autonomía. Precisamente por ello, esas sociedades aspiran a combatir las penalidades evitables de la existencia humana y a procurar las condiciones para que las penurias inevitables, que acompañan o incluso provocan la muerte, no impidan vivir una vida digna hasta el final. Una persona con una demenciaavanzada o con una gran discapacidad  merece, desde esta perspectiva, tanta o más consideración que otra que rige su vida de manera completamente independiente y autónoma. De hecho el apoyo a las personas en una situación terminal o crónica grave es una forma de expresar la solidaridad tanto individual como social mediante la aceptación de su singularidad y el respeto por su libertad individual.

Por su parte, como la legalización de la eutanasia presupone que hay vidas con valor y otras sin valor, los Estados que la incorporen no se preocuparán tanto de garantizar las condiciones de vida dignas para todos en todo momento, sino de la autodeterminación de las personas sobre su propia vida.  Esta circunstancia es de gran importancia dada la escasez de recursos públicos para atender las necesidades de sociedades crecientemente envejecidas (acaso no hemos vivido esto durante la pandemia cuando se planteaba si a los ancianos les poníamos los respiradores automáticos) si la sociedad presume de que muchas personas pueden considerar esa etapa de sus vidas como carente de valor, ¿para qué invertir ahí?

¿Pero no afirman  los defensores del derecho a la eutanasia que se mueven por la compasión hacia las personas que sufren?

En absoluto, detrás de la defensa de la eutanasia, de modo más o menos consciente, siempre existe una idea: hay vidas que merecen la pena ser vividas y otras no.  En los defensores de la eutanasia se genera la ficción de que al perder  ciertas  condiciones físicas o psíquicas las  vidas comienzan a  ser indignas. Conviene recordar unas certeras palabras de Levine, cuando tu miedo toca el dolor del otro, se convierte en lástima; cuando tu amor toca el dolor del otro, se convierte en compasión. La compasión, como tal, consiste fundamentalmente en percibir como propio el sufrimiento ajeno, es decir, en la capacidad de interiorizar el padecimiento del otro ser humano y vivirlo como si se tratara de una experiencia propia, con el deseo de aliviarle.

La pretensión de despenalización no surge de una autentica compasión, compasión significa padecer con, no significa ayudarle a dejar de ser, en esto solo se refleja la pura lastima. Detrás de estas propuestas lo que existe realmente es una falta de compasión  hacia aquellos a los que deberían prestársele las ayudas y apoyos que les permitieran desarrollar su propio proyecto personal de vida en situaciones precarias. Creo que no es muy difícil de entender que una sociedad verdaderamente compasiva y solidaria lo que trataría evitar es que el mensaje que reciban las personas más vulnerables y  desfavorecidas  les  aliente  a solicitar la muerte,  como es el que directa o indirectamente hacemos con la promulgación del derecho a la eutanasia, sino todo lo contrario,  lo  que debe asegurarse es que reciban un mensaje en el que sientan  nuestra presencia y nuestro apoyo en sus  vidas. En esta “sociedad del cansancio”  de la que habla Byung-ChulHan[6], la eutanasia y el auxilio al suicidio no son más que expresión del cansancio de cuidar.

En el marco de la toma de estas decisiones utilitaristas  siempre acaban  perdiendo los mismos, las personas más vulnerables,  todo bajo el criterio de la pseudocompasión. Redeker[7]  nos previene de los verdaderos motivos de quien quiere aplicar la muerte como un beneficio para el que la recibe:Detrás de la filantropía para evitar demasiado sufrimiento a los enfermos que hay que matar…o para ayudarles a partir dos fenómenos se ocultan: la psicología del débil que tiene miedo a sufrir viendo sufrir…y el odio estético de un determinado estado del hombre, la repugnancia ante un estado físico y mental alejado de la imagen que nuestro mundo difunde del hombre.La raíz ideológica del nuevo derecho que se construye respecto a la muerte es el enfrentamiento entre la imagen que el sujeto construye de sí mismo (si se quiere la razón del engaño al que se somete al hombre) y la realidad de una vida humana que, pese al enmascaramiento de la adolescencia prolongada, debe terminar en la vejez primero y luego en la muerte.

¿Qué influencia puede tener la ley sobre la eutanasia sobre las personas más vulnerables?

La ley sobre la eutanasia  pivota sobre el principio de utilidad, que básicamente sostiene que hay vidas que no merecen la pena ser vividas. En principio podemos pensar si alguien no manifiesta su voluntad de acabar con su vida se le dejará seguir viviendo. Ahora bien, quépresión recibirá una persona que en un estadio de creciente vulnerabilidad (porque está al final de su vida o porque tiene una patología crónica muy severa) se ve interpelada por la sociedad a preguntarse todos los días si su vida sigue mereciendo ser vivida; es probableque antes o después acabe decantándose por solicitar la muerte. La visión dominante acerca del ser humano como persona independiente, que decide autónomamente sobre el valor de su vida, no deja de ser una abstracción ajena ala realidad que todos experimentamos cotidianamente. Cada uno se ve y se siente, en muy buena medida, como es visto y tratado por los demás. Si la persona se siente apreciada, cuidada y amada cuando las capacidades dejan paso a la dependencia, es improbable que llegue a sentir que su vida carece de sentido. “La muerte de IvanIllich” de L. Tolstoi[8] y “La metamorfosis” de F. Kafka[9]ilustran de forma insuperable el efecto eficacísimo que la mirada de los otros proyecta sobre uno mismo. A Ivan Illich le resulta cada vez más insoportable su decadencia física porque las miradas de familiares y amigos solo le transmiten extrañeza. Será el mujik Guerasim quien devuelva el sentido al tramo final de la vida de Ivan Illich y le ayude a morir en paz. En“La metamorfosis” nos encontramos con que Gregor Samsa, a pesar de haber sufrido una transformación radical en su apariencia y capacidades, sigue deseando vivir mientras mantiene la esperanza de ser reconocido por los suyos. Cuando su hermana manifiesta de palabra que ya no es uno más de la familia, entonces Gregor no encuentra más alternativa que la muerte.

Uno podría imaginarse que un solo acto, por ejemplo, de asistencia con suicidio, dirigido a ese paciente, en esa condición extrema particular, podría estar moralmente justificado, sin embargo, la legalización en términos jurídicos de una práctica que involucra actos de este tipo asigna un significado muy diferente.  De hecho lo que hace  la proclamación del derecho a la eutanasia y el  auxilio al suicidio es trasladar un mensaje social a las personas con discapacidad, que pueden verse coaccionados, aunque sea silenciosa e indirectamente, a solicitar un final más rápido, al entender que suponen una carga inútil no solo para sus familias, sino para la propia sociedad. La opción de elegir la eutanasia se convierte en una coacción moral sobre la conciencia de la persona que se siente un estorbo, al igual que le sucede a Gregor Samsa en “La metamorfosis”:tú no eres ya de los nuestros.

¿Sin embargo, esta ley suele presentarse como progresista?

Es cierto que la propuesta a favor de la eutanasia se ha planteadodesde las posiciones que se suelen considerar progresistas, sin embargo responden al canon de liberalismo y del utilitarismo que hace, al menos, paradójica su reivindicación por ciertos movimientos y partidos situados en eso que denominamos izquierda. La gran paradoja es que una visión puramente autonomista de la dignidad constituye una mera expresión de liberalismo extremo.De hecho lo que se hace es  poner todo el énfasis en la soberanía del individuo y poco o nada en la interdependencia con los demás, en la solidaridad  y en sus responsabilidades. En su visión del ser humano éste  se  aísla y desconecta de la red de vínculos personales y comunitarios que dan sentido a la vida y a la muerte. El bien común no es realizable únicamente a través del principio de autonomía individual, sino del de solidaridad. La normativa a favor de la eutanasia no es sólo cuestionable  ética y jurídicamente, sino que atenta también contra la justicia social. Resultan paradigmáticas las palabras pronunciadas en 2018 por António Filipe, diputado del Partido Comunista Portugués, en el Parlamento de Portugal, la Assembleia da República, cuando se debatía acerca de la despenalización de la eutanasia: “la eutanasia no es un signo de progreso sino un retroceso de la civilización”. Y añade: “Se ha instalado un verdadero negocio internacional de la muerte anticipada” y que “alguien pretenda anticipar el fin de la vida porque no tiene garantizados los cuidados necesarios merece comprensión, solidaridad y apoyo para que tenga una verdadera alternativa”. Quizás nuestras izquierdasdebieran recuperar una visión más humanista y luchar por los que  de verdad son los  más vulnerables.No existen vidas dignas e indignas, lo que son indignas son las actitudes o los comportamientos de quienes las consienten o no ponen los medios para evitarlas condiciones que las hacen indignas. La vida no es indigna porque estemos enfermos, es vida, lo que pueden ser indignas son las condiciones en las que se vive la enfermedad.

¿Qué es eso de  la pendiente resbaladiza de la que muchos hablan?

Por pendiente resbaladiza  se entiende cuando realizamos algo con lo que pretendíamos resolver un problema y lo que logramos es todo lo contrario. En el caso de la eutanasia se   desbordarán los supuestos iniciales  que se plantearon originalmente y  terminará afectando a colectivos para los que nunca fue pensada, como los enfermos psiquiátricos, los menores de edad y quienes manifiestan cansancio vital personas que piden y obtienen la muerte por simples trastornos emocionales, o por prevención de un sufrimiento futuro (diagnosticados de cáncer o Alzheimer, en las primeras fases). El riesgo de la pendiente resbaladiza estaría tanto en aquellos pacientes que acabaran solicitando la eutanasia bajo la convicción de que, en su situación clínica, es la única alternativa posible para la sociedad, como en el uso de la misma por parte de los poderes públicos e instituciones privadas en atención al coste de la asistencia sanitaria.  De hecho lo que se defendió en nombre de la libertad, terminará aplicándose a quienes no pueden ejercerla, y con un poco de esfuerzo manipulador, practicado por sus defensores, puede incluso aparecer con el disfraz de un acto solidario que evita sufrimientos y, no lo olvidemos, también costes. Esto ya  lo hemos podido comprobar en los países donde se ha despenalizado la eutanasia[10]. La normalización  de la eutanasia ha conducido a que algunos médicos y enfermeros la ofrezcan como «remedio» del sufrimiento a pacientes que no la han pedido, no es de extrañar pues en España con el tema del aborto sucedió lo mismo.Creo que no hace falta seguir incidiendo en la pendiente resbaladiza a laque nos lleva este tipo de resoluciones que se ven agravadas en una sociedad donde para muchos los criterios de moralidad son los de la legalidad.

¿Qué supondrá esto en uno de los países más  envejecidos del mundo?

Vivimos en una cultura donde en algunos ámbitos se  va imponiendo el criterio denominado del fair-innings que parte de la idea de que la vida superados determinados años, ya no es un derecho, sino un regalo de la fortuna o un privilegio inmerecido para quien lo obtiene en detrimento de otros.  Este criterio de priorización por edad en perjuicio de las personas ancianas presupone una forma de vida estructurada en la que se han cumplido ciertas etapas y se ha entrado ya en el ocasoha sido incorporado a algunas de las recomendaciones y protocolos desarrollados por sociedades científicas e instituciones sanitarias para determinar a quienes se atendía y a quienes no con prioridad. Si a este criterio le unimos la realidad de la sociedad española que, al paso que vamos, será el país más envejecido del mundo en el 2050 ¿qué tendremos? No hay que ser muy agudo para darse cuenta que  la despenalización de la ayuda al morir  es muy probable que genere un hipotético deber sobre los enfermos terminales que les lleve a verse en la obligación moral frente a la familia y la propia sociedad de acabar cuanto antes con su situación. Desde luego la presión social, directa o indirecta, sobre muchos de nuestros mayores al sentirse una carga será tremenda: “tú ya has vivido tu vida y ya estorbas”. Cuando hacemos esto con nuestros mayores no es que seamos injustos con nuestro pasado es que estamos matando nuestro futuro.

Como conclusión

Los defensores de la regularización de la eutanasia han tomado como lema “no nos impongas tu moral” en realidad esto es un puro sarcasmo. Aquí se  trata de dos visiones contrapuestas sobre  la vida y la muerte y, en definitiva, sobre el hombre ante las que no podemos permanecer neutrales. La supuesta  compasión de la que hablan los defensores de la eutanasia lo que realmente hace es  abrir un camino que devalúa el valor ético y legal de la vida humana.Para ellos
lo auténticamente humano no es aceptar la vida, ayudar a su venida o desarrollo, paliarla en lo que los hombres podemos paliar, sino favorecer la muerte, ignorar el don de la vida y aceptarlo como una carga.

En el tema que tratamos todos  debemos hacernos las siguientes preguntas[11]: ¿puede ser la eutanasia la única solución que nuestra sociedad ofrezca a sus ciudadanos? ¿Deben desestimarse o rebajarse los cuidados paliativos por ser más complejos y costosos? ¿Acaso la máxima humanidad se limita a sentir compasión por quien sufre sin siquiera ayudarle a repensar su decisión? ¿O la verdadera ayuda consiste, más bien, en «hacerse cargo de él», promoviendo en la sociedad –sobre todo en el ámbito sanitario y familiar– una cultura de la vida que se ocupa del sufrimiento, el deterioro, la soledad y el desamparo del próximo humano?

Está claro que todos queremos una muerte digna, la pregunta es ¿qué es lo que hace que la muerte sea digna? Y entender la muerte es entender la propia vida. El buen morir es el proceso humano en el que se cierra una  biografía, requiere la satisfacción de necesidades psicoemocionales y espirituales específicas para evitar, o cuando menos paliar o aliviar, el sufrimiento existente o añadido. La fase terminal –o tiempo del morir-  es un periodo de la vida humana con características propias por la intensidad y radicalidad de sus vivencias,  como dice E. Kübler-Rosses  el último escenario del crecimiento humano.

Estoy con Luis Ventoso  cuando afirma que un día asistiremos a la caída de la subcultura de la muerte que está instaurando el falso progresismo. Finalmente  esta cultura tanática se acabará viendo como lo que es: el imperio de unas élites deshumanizadas que acorralaban hacia la muerte a los más desvalidos -los «descartables», como bien reprocha el Papa-, en lugar de ofrecerles la alternativa que nos hace humanos.Mientras tanto tenemos que seguir luchando en pro de una cultura de la vida.

Juan Jesús Cañete Olmedo
Sacerdote diocesano y Profesor de Filosofía

 

[1]https://www.bioeticaweb.com/informe-sobre-la-eutanasia-del-comite-de-bioetica-de-espana/

[2] J. M. Serrano Ruiz-Calderón, ¿Existe el derecho a morir?, Cuadernos de Bioética, vol. XXX, núm. 98, 2019

[3]De la Torre Díaz, J., “Eutanasia: los factores sociales del deseo de morir”, RevistaIberoamericana de Bioética, núm. 11, año 2019, p. 3.

[4]Cristina Losada, Morfina roja, Libros libres, Madrid 2008.

[5]F. Nietzsche, El ocaso de los ídolos, Tusquets, Barcelona 2015, aforismo 12.

[6]Byung-Chul Han, La sociedad del cansancio, Herder, Barcelona 2012.

[7]Citado en J. M. Serrano Ruiz-Calderón, ¿Existe el derecho a morir?, Cuadernos de Bioética, vol. XXX, núm. 98, 2019

[8] L. Tolstoi, La muerte de IvanIllich, Mesta Ediciones, Madrid 2002.

[9] F. Kafka, La metamorfosis, Alianza, Madrid 2011.

[10]Timothy Devos (coord.), Eutanasia. Lo que el decorado esconde. Reflexiones y experiencias de profesionales de la salud,  Sígueme, Salamanca 2020.

[11] Ib.

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