¿Es razonable creer en el cristianismo? IV. ¿Por qué creemos?

16 diciembre de 2020

Permitidme comenzar con este mensaje de una joven maestra.

“Juan Jesús, ¿podrías escribir un artículo acerca de si tener fe y agarrarse con fuerza a Alguien   superior es egoísmo? ¿No será comodidad de pensar que hay algo superior?…La verdad es que ese tema me ronda aunque cada vez mi fe sea más fuerte y vea, o crea ver, las señales de la presencia de Dios. ¿Creeré por comodidad?¿Creeré porque me siento más protegida y menos sola?¿Creeré porque me sienta más feliz esperando un más allá después de la vida?  No podría vivir sin fe, además hay tantas cosas que existen y ni vemos ni comprendemos…Bueno hoy me excedí en darte una idea” (Lola P. G. noviembre 2020) Todo este artículo será un diálogo con ella, conmigo mismo, con todo creyente y porqué no, también con todo increyente.

¿Por qué creemos?¿Por qué creo en Dios?, o en su caso ¿por qué no creo? Esta es una cuestión que debería plantearse toda persona porque como bien decía Adolphe Gesché[1], la cuestión de la fe en Dios no es algo banal sino que atañe a los confines de nuestro ser, allá donde se esbozan las cuestiones del sentido y de Dios.

1.- Recurramos a la ciencia en busca de una respuesta.

No estaría mal lanzarle esta pregunta a las ciencias dada la relevancia que tienen en la comprensión actual de la realidad. Si así lo hacemos encontraremos respuestas de todo tipo, unos te dirán  que la fe  proporciona una ventaja evolutiva,  otros que es cuestión  de nuestras características cognitivas, si nuestras mentes son más  intuitivas o más analíticas,  otros te hablan de  las carencias y miedos de los seres humanos o del  tema de  la muerte, etc.  Si estas respuestas  no te satisfacen siempre puedes acudir a la teoría del “Wishfulthinking”(pensamiento ilusorio) según la cual  formaríamos nuestras  creencias en función nuestros deseos, en vez de apelar a la evidencia y a la racionalidad. Si quieres más no hace mucho el psicólogo de Ohio Steven Reiss[2] indicaba  que la gente creía en Dios para satisfacer 16 deseos básicos. La verdad Lola es que este tipo de estudios  a  los creyentes nos dicen muy poco sobre nuestra fe porque  que pasan por alto lo más esencial, y es que la experiencia de la fe no se puede entender desde fuera. El punto central de la fe pasa por el misterio del corazón del hombre, una realidad tan esencial e íntima que escapa a todo estudio científico. El problema del ser humano no es un problema científico técnico. Por muy importante que sea la ciencia  no podemos esperar mucha luz de ella cuando se trata del sentido de nuestra existencia como personas libres, finitas y mortales.

2.- La fe pertenece a la naturaleza del ser humano.

Cuando pensamos en la fe no hemos de olvidar un aspecto que resulta fundamental. La fe no es un añadido al ser humano, ella es inmanente a nuestra humanidad, no viene de fuera, sino que pertenece a nuestra propia naturaleza.  Se puede vivir sin fe religiosa pero no se puede vivir sin fe, sin confianza, sin dar crédito a nada ni a nadie. El creer es tan inherente al hombre como el pensar o el amar. Hemos de tener presente que la fe en Dios se  asienta en una actitud básica del hombre: estamos hechos para creer. Esto explica la universalidad de la fe en todas las culturas. El ateo no es que no crea, es que ha cambiado el objeto de su creencia. La fe es una capacidad que tenemos que nos permite llegar donde las otras capacidades no nos permiten. Podemos decir que la razón se trasciende en la fe, al igual que la voluntad se trasciende en el amor y la memoria en la esperanza.  Si profundizamos en nuestra propia fe nos daremos cuenta que la fe no crea el objeto para satisfacer el deseo sino que lo descubre, lo desvela  y revela desde dentro.

3.- Las disposiciones previas para creer.

Lola en tu mensaje  me hablabas de algunas personas cercanas que son ateos o agnósticos y que no querían prestar atención cuando  les hablabas de tu fe, más aún que la rechazaban firmemente, eso no debe extrañarte. La fe afecta  la esencia de la persona, a su razón, a su voluntad  y a sus sentimientos.  H. Gardner[3] hablaba de que no solo existe una inteligencia sino que la inteligencia es múltiple, apropiándome de sus ideas diré que hay personas que tienen una inteligencia más limitada para lo espiritual y lo trascendente, personas que parecen tener poco oído para el Misterio. Es cierto  que la voluntad,  como decía Unamuno, es muy importante en este tema, que creer empieza por querer  creer; sí, pero no es menos cierto que  existen unas disposiciones previas[4] para creer, disposiciones que tienen que ver tanto con la razón como con en el  corazón.

En el orden de la razón, en determinados temas, el motivo más fuerte para negarlos no proviene dela falta de constatación sino de la certeza que tenemos de que eso es imposible, la cuestión no es tanto de que no sean verdad cuanto de que no nos parezcan verosímiles. La sombra que proyecta la idea de que algo nos parezca que es imposible impide que examinemos la cuestión de modo objetivo. Pongamos por  ejemplo el caso de Renan quien decía que si se produjese un milagro delante de la Academia de las Ciencias él lo rechazaría en nombre del determinismo de las leyes de la naturaleza, o sea daba igual que el milagro se produjese o no, simplemente era imposible que aconteciera y eso bastaba. Suele ser muy habitual que  nuestro razonamiento dependa más de  los postulados de los que partimos que  de las cuestiones de hecho. Ciñéndonos al tema de la fe, si consideramos que Dios no puede existir nos cerraremos a toda posibilidad de la trascendencia y si consideramos que la resurrección de Cristo es totalmente inverosímil nuestra mente será opaca al mensaje del cristianismo. Con el tema del corazón ocurre igual, de hecho en muchas ocasiones se puede  rechazar  la fe más por cuestiones del corazón que del intelecto, se trata de nuestra sensibilidad, de no tener oído para lo espiritual o más aún de  no querer que Dios exista, así se expresaba el filósofo Thomas Nagel[5]: Hablo desde la experiencia…quiero que el ateísmo sea verdadero y me incomoda que algunas de las personas más inteligentes y bien informadas que conozco sean creyentes religiosos- No es solo que no creo en Dios…¡Es que ansío que no exista ningún Dios!

Cuando se trata de temas religiosos tendemos a verlo todo “a través del cristal de  los hábitos previos”. Esto supone que sin una mente abierta y sin una preparación del corazón nuestra alma  es opaca a la fe. Es necesaria una cierta sensibilidad ante la vida, la muerte, el sufrimiento, la dicha, el destino, la fragilidad, el infinito, lo que me falta y lo que me haría feliz o infeliz, etc., sin esa predisposición uno no solo cierra su voluntad al acto de la fe, sino que ni siquiera comprenderá al creyente.

Si nos fijamos bien el que existan increyentes no debe hacer tambalear nuestra fe sino todo lo contrario. La existencia de los increyentes nos muestra que la fe es el mayor ejercicio de nuestra libertad. Creemos libremente al igual que otros,  también en el uso de su libertad,  no creen. La fe no se impone. Eso nos muestra que la grandeza de Dios es tal que ha creado seres capaces de decirle Sí o No. Esto más que cuestionar nuestra fe nos la despierta, la espabila y la hace más exigente, en palabras de San Pablo diría que esto nos obliga a dar razones de ella dado que nuestra fe está para para compartirla, Lola, quizás sea bueno que pensemos eso.

4.- Creemos porque Jesús salió a nuestro encuentro.

Lola, tu fe y la mía están profundamente enraizadas en Jesús, de hecho tenemos fe porque creemos en Jesús. La lógica de la fe es la lógica del encuentro, la lógica de la filosofía o la ciencia es la que va de lo singular a lo universal.  La fe no es así, en nuestra historia de fe podemos decir que todo comenzó con un encuentro, en nuestra búsqueda, más  o menos consciente, de Dios,  Él nos salió al paso. La experiencia de la fe nos desvela  que más que buscarlo nosotros  fue Él el que nos buscó. ¿En qué momento o en que momentos?¿Quiénes fueron los intermediarios? ¿Qué circunstancias fueron determinantes?, en esto cada uno tendrá su propia respuesta. Pero de hecho Jesús se encontró con nosotros. En la vida y en la historia  de Jesús nos encontramos a  Alguien  que era digno de ser creído.  De hecho el Dios que Jesús nos reveló no era el que esperaríamos, no era el de nuestros infantilismos ni el de  nuestras filosofías. En Él descubrimos algo asombroso.  Su encuentro nos permitió ver de otra manera, pensar de otra manera, sentir de otra manera, querer de otra manera. Nos vimos pequeños, caídos y necesitados de salvación, nos sentimos perdonados, acogidos y amados. La fe tuvo el efecto de tocarnos la inteligencia, la voluntad, la afectividad y la imaginación, de hecho es esa fe la que nos permitió ver, escuchar e interpretar realidades que a otros les pasarían desapercibidas, tú de manera muy gráfica te refieres a eso como a las señales que has percibido.  Con Pascal podemos decir  que la fe hizo y hace  que descubramos en las cosas  y las circunstancias velos que cubren a Dios.

5.- Creemos porque la fe nos permitió encontrar el sentido de nuestras vidas.

La confianza en el Dios de Jesucristo permitió que descubriésemos a ese   Dios cuya historia se   entreteje con la nuestra. Lola, tú has experimentado al Dios que te acompaña que te ayuda a hilvanar tu propia vida, que respeta tu tiempo y tus ritmos, esa es la experiencia de todo creyente que medita sobre su propia fe. Hablamos de un Dios que nos revela que no todo está decidido de antemano, que hay lugar para la esperanza. La fe nos muestra que el fondo de nuestro ser está habitado por lo divino, que Él está ahí fundándonos, sosteniéndonos, levantándonos, impulsándonos. Como señala A. Gesché[6], la fe es esa capacidad que permite  que al inclinarnos en el brocal de nuestro ser  escuchemos una palabra que no se asemeja a ninguna otra. Una palabra que desvela el significado de nuestra existencia dando sentido a cada fragmento de realidad que vivimos, a cada experiencia positiva o negativa que tenemos, a cada intuición sobre el universo, sobre la vida, sobre la historia y sobre las personas.

En un momento determinado llegas a preguntarte ¿si no creerás porque te hace más feliz pensar que la muerte no es el final de todo? Si lo piensas bien comprenderás que no es el deseo de que haya una realidad después de la muerte la que te genera la fe, sino justo al revés, al tener fe descubres que la muerte no es el abocamiento hacia la nada, si fuera así todos los que no desean que la muerte sea el final del camino creerían y no ocurre así. Es tu fe  la que te permite ver que tu ser psíquico, tu ser moral y tu ser libre no se realizan en el curso efímero de la existencia, por eso la fe te hace comprender que la muerte tiene que ver más con un paso que con un final. No se trata de que en nuestra fe busquemos un  consuelo, o de que queramos vencer nuestros miedos como algunos piensan. No,  es que la fe nos permite sentir el eco de una voz que proviene del centro de nuestro ser  que nos dice que somos inmortales que vamos de paso. No es el deseo de un simple pervivir, no, la fe que permite ir a la razón más allá hace que podamos escuchar una voz que nos habla de plenitud, que señala el camino de nuestra auténtica patria. «Nos has hecho, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti» decía san Agustín al comienzo de sus Confesiones[7]  dándole respuesta a  esa voz que el creyente escucha en lo profundo de su ser.

También me dices que quizás tienes miedo a sentirte sola y eso puede ser uno de los motivos por los que te agarres a tu fe; es cierto que la pérdida de la fe conlleva la experiencia dramática de la soledad radical. Simone de Beauvoir[8] narraba así  su angustiosa experiencia al perder la fe:

Sentí angustiada el vacío del cielo…De pronto todo callaba. ¡Qué silencio! La tierra giraba en un espacio que ninguna mirada atravesaba  y perdida sobre su superficie inmensa en medio del éter ciego, yo estaba sola. Sola. Por primera vez comprendí el sentido terrible de esa palabra. Sola; sin testigo, sin interlocutor, sin recurso. La respiración en mi pecho, mi sangre en mis venas  y ese barullo en mi cabeza, no existía para nadie.

Es lógico que puedas pensar que quizás tu fe provenga de esa necesidad de eludir la soledad y  darle un sentido a todo. Creo que no podemos aprender a vivir en un universo ciego y silencioso, y es razonable que te preguntes sino habrá algo de egoísmo en esa necesidad de creer. Sin embargo pienso que la cosa cambia si miramos la realidad desde otra perspectiva. No es la experiencia de la soledad la que te lleva a creer, de lo contrario Simone de Beauvoir no habría perdido la fe, es tu experiencia de no estar sola, tu experiencia de que Dios está ahí  la que te hace tener miedo a perderlo. Más aún la cuestión no es que Dios está contigo sino que tú estás con Él. No es Él el que se aparta de nosotros, somos nosotros los que nos apartamos de Él, pienso que fue Simone de Beauvoir la que se apartó de Alguien que siempre estuvo ahí.  La fe  es la que hace que descubras una  presencia que siempre te acompaña.

6.- Dios habita en lo profundo.

Lola, si te das cuenta, por la fe hemos renunciado a vivir en la superficie de la realidad apostando por adentrarnos en el misterio de lo divino. A diferencia del agnóstico  o el ateo que creen en la autosuficiencia de su yo, de su vida o de su mundo, nosotros hemos experimentado nuestra contingencia, o sea nuestra finitud y nuestra pequeñez, sabemos que no somos autosuficientes. Nosotros nos resistimos a  hacer  un pacto conformista con lo finito y la nada. Hemos experimentado la extrañeza de este mundo y no nos hemos resignado a la ausencia de Dios. Sabemos lo que nos jugamos ante la ausencia de lo divino. Intuimos que apartados de Dios, nuestro mundo, nuestras vidas y nuestros sueños y la realidad de aquellos a quienes amamos se convertiría  en algo in-transcendente. Que sin ese Dios que nos tocó el corazón todo estaría  de más, todo sería superfluo. Es precisamente esa fe que despertó en nosotros el encuentro con Dios, la que hace que nunca podamos sentirnos tranquilos  ante una realidad intrascendente, sin sentido y sin esperanza. Lo existente no se prueba sino que se siente, y Dios es el gran Existente, nosotros hablamos de algo que sentimos. Te preguntas si no habremos escogido el camino fácil, por supuesto que no, la fe nunca es fácil, es un camino de confianza no de seguridades, no de soles y de grandes resplandores, sino de luces con las que atravesamos nuestras propias sombras viviendo a veces en la presencia elusiva de Dios.

6.- ¿Por qué creemos? Porque nos decidimos por el Misterio y Dios nos cogió del cabello.

Lola, en un momento de nuestras vidas tuvimos que escoger entre el absurdo y el misterio, y decidimos rechazar la absurdidad del absurdo. J. Guitton[9]  lo expresaba así: “Absurdo y misterio son los dos polos inversos entre los que el pensamiento oscila. Y cuando me examino a mí mismo en lo profundo, escucho esta doble voz. Pero cuando rechazo la oscilación, la absurdidad del absurdo me conduce al misterio”. En el centro de nuestro ser o nuestra alma, se nos ha desvelado Dios. Existimos en su presencia  y si esa presencia desapareciera, la existencia dejaría de tener sentido. Dios es el único que puede dar Vida, es el único que puede desvelar el significado de nuestras vidas, el único que puede sanar y salvar. Pero tú vas más allá y dices: ya no puedo vivir sin fe, y es cierto, ya no es solo que queramos creer y creamos,  o que no queramos creer y no creamos, es que la trama de nuestra vida esta penetrada por la fe, es que  no podemos no creer. Es  que Dios, como dijo una vez Carmen Laforet[10], nos ha cogido por el cabello y nos  ha sumergido en su esencia. No es que no tengamos  ya dificultades para creer: es que no podemos ya no creer.

Ciertamente este diálogo que mantenemos será opaco para muchos de nuestros amigos increyentes. Los entiendo,  de hecho nosotros no tenemos que hacer ningún esfuerzo para penetrar el ánimo de los increyentes, basta considerar el silencio del cosmos, el rostro de un muerto o la incertidumbre en la que podemos estar ante los argumentos de la existencia de  Dios para entenderlos. Por el contrario, si nos miramos en las pupilas de los ateos, vemos que nos perciben como seres insensatos, como frágiles de inteligencia y con tendencia a la alienación. A los ojos del no creyente el creyente puede parecerle alguien enajenado, sin embargo para los ojos del creyente, el no creyente  no deja de estar cuerdo, simplemente  está dormido y aún no ha abierto los ojos. Y pensamos quizás que un día despierte y descubra que Dios ha creado en nosotros la urdimbre de la tela de  nuestra existencia y a nosotros nos toca enhebrar la trama.

Juan Jesús Cañete Olmedo
Sacerdote diocesano y Profesor de Filosofía

 

 

[1]A. Gesché, Pourquoi je crois en Dieu, La Foi e le Temps, 18 (1988) 317-343.

[2] Steven Reiss, The 16 Strivings for God, Mercer University Press 2015.

[3]H. Gardner, Inteligencias múltiples. La teoría en la práctica, Paidós, Barcelona 2014.

[4] J. H. Newman, Apología pro vita sua, Encuentro, Madrid 2010.

[5] Th. Nagel, La última palabra, Gedisa, Barcelona 2000.

[6]A. Gesché, Pourquoi je crois en Dieu, La Foi e le Temps, 18 (1988) 317-343

[7] San Agustín, Confesiones, Tecnos, Madrid 2012.

[8]S. de Beauvoir, Memorias de una joven formal, Edhasa, Barcelona 2018.

[9]J. Guitton, Lo absurdo y el misterio,Edicep, Valencia 1991.

[10]C. Cerezales Laforet, Música Blanca, destino, Barcelona 2009.

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