¿Dios existe? Las razones de la fe III. ¿Por qué existe algo y no más bien nada? La existencia como indicio de Dios.

18 noviembre de 2019

Todos estaremos de acuerdo respecto a dos de los aspectos que determinan el espíritu de nuestro tiempo[1] , por un lado la influencia de la tecno-ciencia en nuestras vidas, que puede llevar a hacernos pensar que  la única verdad es la que aportan las ciencias, por otro lado el clima marcadamente materialista y hedonista que se difunde  por doquier. Esto ha propiciado que en muchas personas no se haya despertado esa inteligencia espiritual que propicia una sensibilidad hacia lo religioso, lo místico y la trascendencia. No es de extrañar que se hable del eclipse de Dios  o de la ausencia en la conciencia del hombre contemporáneo[2]. Este hecho hace  que para los creyentes, a la hora de dar razones de su fe, el  desvelar las huellas de la existencia de Dios sea una cuestión relevante. No estamos en la época de San Pablo donde  la cuestión no era si Dios existía, para la mayoría eso era evidente. Hoy la existencia de Dios es puesta en cuestión  y por tanto hemos de mostrar los indicios  que hacen razonable su existencia. Es obvio que no pensamos que las personas vayan a creer por motivos exclusivamente racionales, la fe tiene que ver más con un encuentro personal con Dios que con argumentos bien formulados. No, de lo que hablamos es de desbrozar el terreno para que el hombre de nuestros días no rechace de principio a Dios como si fuera una proyección infantil propia de tiempos pasados pudiendo, así, abrir su inteligencia al Misterio que le circunda.

Si Dios existe nuestra razón encontrará huellas de su presencia de tal modo que parezca más razonable creer que no creer. Mostrar algunas de ellas será nuestro objetivo. Llegados aquí  quiero hablar de la primera huella que no es otra que la propia existencia del universo y la necesidad de que tenga un fundamento. ¡Algo tiene que haber!, esa expresión que habremos escuchado en boca de personas sencillas manifiesta el asombro ante la realidad y es fruto de una intuición de gran profundidad metafísica. Veámoslo.

Uno de los científicos más relevantes en la actualidad, Francis Collins[3], se expresaba así:

“Disponemos de una muy sólida conclusión de que el universo se originó a partir de un tremendo big bang. Hace 15.000 millones de años, el universo tuvo su inicio con un deslumbrante fogonazo de energía inimaginable a partir de un punto infinitesimalmente pequeño. Esto implica que, de forma previa a ese momento, no existía nada. Soy incapaz de imaginar de qué manera la naturaleza, en este caso el universo, pudo haberse creado a sí misma. El hecho de que el universo tuvo un principio implica que alguien tuvo la capacidad necesaria para iniciarlo. Y soy personalmente de la opinión de que eso tuvo que ocurrir desde fuera”.

Con ese “desde fuera”  Francis Collins se está refiriendo  a Dios. Desarrollemos el argumento que hay de fondo. Si miramos el universo que nos rodea observaremos que toda la realidad conocida es finita y pasajera, o sea no es consistente, surgió en un determinado momento y desaparecerá en otro. Desde la más remota antigüedad el ser humano  ha mostrado su perplejidad  ante este hecho. Todo es fútil, todo surge y se desvanece, nace y muere. Nada parece existir por sí mismo. Desde el sol al último ser vivo tienen una causa exterior, proceden de algo, además un buen día están aquí y en otro momento dejarán de estar. Es lo que en filosofía se conoce con el término contingente, el universo que observamos es contingente pues parece no tener la razón de ser en sí mismo.  Si comenzamos a indagar en busca de un ser necesario, un ser no contingente y que pueda dar razón de la realidad, un ser  que exista por siempre y sea fundamento de todo, el razonamiento  nos llevará de un ser a otro, de  una causa a otra, y así sucesivamente, nos encontraremos con una serie en el que una cosa  es causada por otra y ésta, a su vez,  por otra y otra, etc.   La cuestión es la siguiente: ¿esa serie de causas es infinita (no hay una primera causa, solo una serie sin principio, una serie infinita) o,  por el contrario, hay una primera causa? Kant[4] señalaba que al intentar responder a esta cuestión caemos en una paradoja (él le llamaba antinomia). Si pensamos en una primera causa, siempre podríamos preguntarnos y ¿cuál es la causa de esa causa? Esa es la pregunta que se suele hacer cuando alguien te pregunta ¿y quién creo a Dios?, hablar de que Dios no puede, por definición, tener una causa no convence a muchos; bueno quizás la serie sea infinita, pero eso parece absurdo dado que una serie infinita tiene que estar acabada, no podemos añadirle ningún eslabón más, y esto es imposible porque este cosmos no está acabado pues sigue evolucionando.  O sea nos encontramos como al principio. Kant decía que estás cuestiones nos llevan a un  circulo lógico que a lo más que llega es a marearnos sin encontrar solución.

Si ustedes aún no se han mareado les propongo una salida a través de la pregunta  de las preguntas, la más radical, la que todo lo abarca: ¿Por qué existe algo y no más bien  nada?[5] Nadie puede negar que algo existe y siempre tuvo que existir algo, este algo eterno sería el fundamento de toda la realidad,  pues si no fuera así  en algún momento fue la nada y  como nos enseñara el eleático Parménides[6]: de la nada nada sale.  Esta verdad es incontrovertible. Pero, ¿qué  o quién puede ser el fundamento de todo?

En este momento quiero advertir de una  confusión terminológica (el filósofo diría categorial) que,  aunque  burda, en tiempos de pensamiento débil no deja de  engatusar a ciertas personas. Algunos físicos, como por ejemplo St. Hawking [7], llegan a afirmar cosas tales como que porque existía una ley como la de la gravedad el universo pudo surgir de la nada, piensen un poco en el significado de esta frase y se darán cuenta de su inconsistencia lógica. Cuando el físico habla de  la nada piensa por ejemplo en vacíos cuánticos donde surgen y desaparecen partículas, en espacios  pluridimensionales o en cualquier otra cosa, pero en términos filosóficos, “nada” significa  ausencia se ser, lo que implica que no habría ni materia ni leyes,  o sea ¡nada! , por supuesto tampoco  la gravedad.  Pues dejémonos de juegos de palabras, nada es nada, ni espacio, ni materia, ni tiempo, ni leyes, ni vacío, nada es la total ausencia de ser, y de ahí nada sale. Si la nada hubiese sido el principio, ahora no habría nada, luego tiene que   existir algo desde siempre.

Sí, algo existe necesariamente, y ese algo tiene que ser el fundamento de toda la realidad, pero ¿podemos tener algún indicio de lo que sea? Por supuesto que sí, ese algo no puede ser inmanente a esta  realidad, es decir un objeto como los que conocemos pues estos tienen una causa, y ese algo no puede tener causa, debe ser trascendente a esta realidad. Eso es lo que quería decir Francis Collins al señalar que tenía que actuar “desde fuera”. Una realidad infinita y  de poder inconmensurable y que tuviera la razón de ser en sí misma, o sea que  no tuviera ninguna causa exterior, es la única que podría servir de fundamento al propio universo.

El naturalista[8] aquí tiene pocas salidas, veamos algunas que se han dado. Algunos pueden decir que el universo es infinito y eterno.  La propia ciencia se ha  encargado de desmentir esta afirmación con la teoría, o mejor teorías, del Big Bang. Tampoco las llamadas teorías de los multiversos solucionan nada, pues todo el conjunto de universos al no tener la razón de existir en sí mismo seguiría exigiendo un fundamento trascendente.  Algunos dirán que no saben muy bien lo que significan esos conceptos como contingente o necesario, pues bien, la mayoría de las personas sí parece que lo  entienden. La mayoría entienden que las cosas en este mundo nacen y mueren y que  algo deberá existir desde siempre, sea lo que sea. Otros dirán que esto excede a las posibilidades de la razón,  luego solo podemos aceptarlo como un hecho y encogernos de hombros, con esta actitud, de hecho,  están reconociendo el fracaso de una razón puramente naturalista.

Los que no se resisten a reconocer el fracaso metafísico del naturalismo  suelen afirmar que esa última realidad todo el conjunto  de materia-energía, que el  universo está autocontenido.  Reconozco que son ideas bastante difíciles de entender, en primer lugar qué es eso de un universo autocontenido, imaginémonos que se nos hablara de una casa que se contiene a sí misma, ¿cómo sería esa casa?, por ejemplo,  si me meto en el salón allí me encuentro la casa ¿qué significa eso? La realidad es que  parece un concepto inconsistente. Y respecto a la materia- energía como eternas en continuos ciclos de creación y destrucción,  al final no nos resolvería el problema de por qué esa materia y energía en vez de nada.

Así pues,  si la realidad que observamos tiene alguna una explicación no va a encontrarse en el propio universo, todo él (el cosmos) en su conjunto  se puede entender como un gran objeto, y, como cualquier objeto,  su causa debe ser exterior al él, eso es lo que entendemos como trascendente. No hablamos de algo  que sea espacial o temporal, pues lo espacial o temporal, por definición  formarían parte de este universo,  hablamos del  fundamento último de toda la realidad conocida más allá de la materia- energía, y que debe dar razón de toda la realidad conocida, algo infinito, allende lo espacial y temporal. Así pues podemos decir que la propia realidad conocida parece exigir un creador.

Al Hablar del creador  damos respuesta a la gran cuestión que plantearon Leibniz y Heidegger  que venimos abordando: ¿Por qué existe  el ente y no más bien la nada? Sea  o no sea verdadera la teoría del Big- Bang, el universo seguiría demandando un creador porque no tiene la razón de ser en sí mismo. Cuando hablamos de Dios estamos hablando de la fuente de la existencia, del fundamento de todo, de una novedad absoluta, no hablamos por lo tanto solo de su inicio temporal.  El hecho de que el mundo se nos muestra como contingente demanda la existencia de un ser necesario, Alguien que tenga  la razón de ser en sí mismo y ese ser  es el que entiende el teísta cuando habla de  Dios.

¿Implica el anterior argumento una demostración de la existencia den Dios?, no, simplemente queremos afirmar que en el teísmo encontraríamos una respuesta a la gran cuestión de la existencia de la realidad,  mientras que desde el naturalismo, al final, solo encontraríamos un prolongado silencio o respuestas tan extravagantes como aquella que se le atribuye a Edward Tyron , ferviente defensor del naturalismo,  que  acosado por la pregunta del ¿por qué del universo?,   se limitó a decir que nuestro universo era simplemente una de esas cosas que sucedían de vez en cuando.  Existe la posibilidad del sí y del no a Dios, como lo evidencia la existencia de creyentes e increyentes, pero de ahí no se sigue la igual validez del sí y del no. El ateísmo no puede aducir ningún fundamento. Quien niega a Dios no sabe por qué confía en la realidad. El creyente opta por un fundamento primero en lugar de optar por la sinrazón, opta por un soporte primordial, en vez de optar por la inconsistencia y opta por una meta última en vez de optar por el absurdo. Si Dios existe, Él es la respuesta a la radical problematicidad de la realidad y es algo que se deriva de la necesidad de un fundamento y de la confianza en la realidad misma.  Así pues, la postura  del creyente  parece más racional que la que defiende  la inconsistencia de lo real, su falta de soporte o la  que se limita a un  simple encogerse de hombros.

Llegados aquí hemos de comprender  que la profundidad de una verdad y la seguridad de su aceptación por el hombre están en relación inversa. Cuanto más insignificante es la verdad mayor seguridad. Cuanto más importante menor seguridad. Y la razón es que cuanto más honda es para mí la verdad, tanto más debo abrirme a ella, tanto más debo preparar mi entendimiento, mi voluntad  y mi sentimiento, para llegar a la auténtica certidumbre, que no es lo mismo que seguridad garantizada. Y en el caso de una verdad tan profunda con la existencia de Dios, externamente acosada por la duda, implica una apertura, un compromiso y una confianza en la realidad que tiene mucho más valor que una verdad tan segura y tan trivial como que 2 y 2 son 4[9].

 Juan Jesús Cañete Olmedo
Sacerdote diocesano y Profesor de Filosofía

[1] Hoy se utiliza la expresión zeitgeist para referirse al clima intelectual y cultural de una época.

[2] M. Buber, Eclipse de Dios. Estudios sobre las relaciones entre religión y filosofía, Sígueme Salamanca 2014;  AAVV, Nostalgia de infinito. Hombre y religión en tiempos de ausencia de Dios. Homenaje a Juan Martin Velasco, Verbo Divino, Estella 2005.

[3] F. Collins, ¿Cómo habla Dios?, Planeta, Barcelona 2007.

[4] I. Kant, Crítica de la razón pura, Alfaguara, Madrid 1978.

[5] ¿Por qué hay algo y no, más bien, nada? Pregunta fundamental formulada por Heiddeger, Leibniz, Schelling, Unamuno, y por muchísimos de nosotros…y la humanidad en general

[6] Parménides, Diels-Kranz, 28 B fr. 8, 9

[7] St. Hawking, L. Mlodinov, El Gran Diseño, Crítica, Barcelona 2010.

[8] En el resto del artículo he seguido lo expuesto en J. J. Cañete Olmedo, ¿Queda espacio para Dios en una cultura marcada por la tecnociencia?, Seminario Diocesano de Jaén, Jaén 2016.

[9] Hans Küng, ¿Existe Dios? Respuesta al problema de Dios en nuestro tiempo, Cristiandad, Madrid 1979.

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