Derecho a tener derechos

10 diciembre de 2021

La expresión original proviene de la filósofa judía Hannah Arendt, que reflexiona acerca de la vulneración radical de los derechos humanos en la Alemania nazi, especialmente en el caso de judíos y gitanos, cuando fueron convertidos en apátridas. Estas personas sin patria no pueden ejercer los derechos mínimos ni reclamarlos ante una autoridad, que ni siquiera los reconoce como ciudadanos. Por eso, indica Hannah Arendt, el “derecho a tener derechos” es el primero de todos.

Estas consideraciones nos pueden ayudar para enfocar la reflexión en torno al 10 de diciembre, Día Internacional de los Derechos Humanos, en el aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948. Si bien Arendt se centraba en la importancia del Estado-nación como garante de la protección de los derechos humanos, la evolución de estas décadas y la situación actual nos conducen a unas consideraciones más globales, es decir, a afrontar el reto de que los derechos humanos sean, verdaderamente y en lo concreto, universales.

Pensemos, por ejemplo, en la pandemia de Covid-19, en el proceso de vacunación y en las implicaciones que está teniendo la nueva variante ómicron. Mientras que Estados Unidos y Europa han vacunado al 70% de su población, en África sólo el 7% de las personas han recibido la pauta completa. Los países ricos han acumulado reservas de vacunas y se han lanzado ya a inocular la tercera dosis, cuando millones de personas en muchas regiones del planeta aún no tienen acceso a las mismas. Las iniciativas para lograr una moratoria en las patentes de las vacunas (que hubieran facilitado el proceso de producción y distribución de las mismas) han sido un rotundo fracaso. La pregunta, entonces, es clara: ¿Acaso no tenemos todos los humanos el mismo derecho a tener derechos? En lo concreto, ¿no tenemos un derecho similar a recibir una vacuna para una pandemia que, por definición, es global? La miopía desde la perspectiva de la salud pública se cruza con la miopía etnocéntrica de quienes no parecen creer que todos tenemos los mismos derechos. Reivindicar, pues, el “derecho a tener derechos” se ha convertido en algo básico.

La alimentación en el mundo nos ofrece un segundo ejemplo. Mientras en determinadas zonas geográficas y sociales estamos seriamente preocupados por el sobrepeso y la obesidad (otra forma de malnutrición), millones de personas en el mundo sufren hambre, escasez de alimentos, infra alimentación, anemia y enormes dificultades de acceso al agua potable. Parecería que unos se dejan llevar por las ilimitadas dinámicas del deseo y del consumo compulsivo acrecentado por la publicidad (reclamando como “derecho” lo que, en el fondo, son casi caprichos) mientras que otras muchas personas no logran satisfacer sus necesidades básicas. De nuevo, nos encontramos con la importancia de reconocer el “derecho a tener derechos”. Si no, parece que nos habituamos a que haya ciudadanos de primera y de segunda categoría. Estos últimos no entran siquiera en la consideración de que tienen derechos verdaderamente exigibles.

Un tercer ejemplo lo encontramos en el ámbito de las migraciones. Ya sea que miremos el desierto de Arizona o de Argelia, el mar Mediterráneo o el canal de la Mancha, la frontera entre Bielorrusia y Polonia o la que divide Haití y República Dominicana, o cualquier otro punto caliente del globo, constatamos que muchas personas sufren las consecuencias de no ser consideradas, en verdad, como sujetos de derechos. De ahí provienen los abusos, los malos tratos, la explotación laboral, la exclusión residencial, las redes de trata y tráfico de personas, las humillaciones en frontera, la xenofobia, la aporofobia y todo tipo de discriminación. En el fondo, da la impresión de que funcionamos como si algunas personas no tuvieran todos los derechos (que, en teoría, son universales por ser humanos). De nuevo, hay que reivindicar este “derecho a tener derechos”.

A partir de estos ejemplos y de estas reflexiones, podemos acercarnos al magisterio del papa Francisco, formulado en su última encíclica, Fratelli Tutti, sobre la fraternidad y la amistad, que aborda estas cuestiones de manera explícita. Así, por ejemplo, dice el Obispo de Roma: “Muchas veces se percibe que, de hecho, los derechos humanos no son iguales para todos” (FT 22). De este modo, se establecen “categorías de primera o de segunda clase, de personas con más o menos dignidad y derechos. De esta manera se niega que haya lugar para todos” (FT 99). E insiste en fomentar un talante abierto, en procurar un corazón amplio y promover una actitud universal, “la que se requiere para reconocer los derechos de todo ser humano, aunque haya nacido más allá de las propias fronteras” (FT 117). Frente a ello, advierte el Sucesor de Pedro: “Las diferencias de color, religión, capacidades, lugar de nacimiento, lugar de residencia y tantas otras no pueden anteponerse o utilizarse para justificar los privilegios de unos sobre los derechos de todos” (FT 118). Por el contrario, “si se acepta el gran principio de los derechos que brotan del solo hecho de poseer la inalienable dignidad humana, es posible aceptar el desafío de soñar y pensar en otra humanidad. Es posible anhelar un planeta que asegure tierra, techo y trabajo para todos. Este es el verdadero camino de la paz” (FT 127). Y concluye de manera asertiva: “Todavía estamos lejos de una globalización de los derechos humanos más básicos” (FT 189). Para salir de este atolladero, debemos pedir fuerzas a Dios, de modo que crezcamos en respeto por los demás y así convencernos de que necesitamos reconocer y garantizar el derecho de todos a tener derechos.

 

Fernando Chica Arellano
Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, el FIDA y el PMA

 

 

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