Cristo en los pobres

23 febrero de 2021

Santa Teresa de Calcuta, uno de los iconos más vigorosos del amor a los empobrecidos y del ejercicio de la caridad cristiana en nuestro mundo contemporáneo, narra la siguiente anécdota: “En nuestra congregación teníamos una hora de adoración eucarística a la semana hasta que, en 1973, decidimos tener una hora de adoración al día. Tenemos mucho trabajo que hacer. Nuestras casas para los enfermos y los moribundos están llenas en todas partes”. Resulta llamativo no solo el contenido de lo que dice, sino sobre todo el tipo de lógica argumentativa que emplea: como hay mucho trabajo, ampliamos el tiempo dedicado a la contemplación. La mayoría de nosotros, probablemente, seguiríamos una lógica inversa: como hay mucho que hacer, recortamos el tiempo de oración. Pero la suya es la verdadera lógica del Evangelio. Se apoya, por supuesto, en una nítida convicción: “La vida de Aquel que se ha convertido en Pan de Vida es idéntica a la del que muere en la calle”. O, como dice en otro momento la santa de los suburbios: “En la Eucaristía, veo a Cristo en el pan. En los barrios de chabolas, veo a Cristo en la agonía de los pobres: en los cuerpos demacrados, en los niños, en los moribundos”. E insiste: “Nuestras vidas deben estar continuamente alimentadas por la Eucaristía. Porque si no somos capaces de ver a Cristo en el pan, tampoco lo descubriremos bajo la humilde apariencia de los demacrados cuerpos de los pobres”.

Recuerdo estos textos porque, luminosos y directos como son, pueden ayudarnos en nuestro itinerario de Cuaresma. La Iglesia nos invita, un año más, a encarnar nuestros deseos de avanzar hacia la Pascua de la mano de tres prácticas concretas: el ayuno, la limosna y la oración. La liturgia de estos días nos pone en contacto con Isaías que nos anima a vivir estas prácticas según Dios. “El ayuno que yo quiero es este: […] que compartas tu pan con el hambriento” (Is 58,6-7). Y añade: “Entonces invocarás al Señor y él te responderá, pedirás auxilio y te dirá: ‘Aquí estoy’” (Is 58,9). Es decir, que, al aclarar el ayuno que desea el Señor, el profeta lo vincula con la limosna y con la oración (la cual, entonces, será efectivamente escuchada por Dios). La limosna, por supuesto, se refiere a toda práctica de genuina solidaridad con los desvalidos y menesterosos de la tierra: “Que sueltes las cadenas injustas, que dejes libres a todos los oprimidos” (Is 58,6), “que hospedes a los pobres sin techo, que proporciones ropas al desnudo y que no te desentiendas de tus semejantes” (Is 58,7).

En la misma línea, el papa Francisco ha recordado en su última carta encíclica que “mientras más profunda, sólida y rica es una identidad, más tendrá para enriquecer a los otros con su aporte específico. Los creyentes nos vemos desafiados a volver a nuestras fuentes para concentrarnos en lo esencial: la adoración a Dios y el amor al prójimo, de manera que algunos aspectos de nuestras doctrinas, fuera de su contexto, no terminen alimentando formas de desprecio, odio, xenofobia, negación del otro” (Fratelli Tutti, n. 282).

En febrero de 2018, en una alocución cuaresmal dirigida a los miembros de la Asociación Pro Petri Sede, el Santo Padre les pidió que hicieran de la limosna “un estilo de vida”, perseverando “en la ayuda concreta a todo aquel que está en necesidad”. Eso significa, de acuerdo con las palabras del Obispo de Roma, “estar siempre atentos a ofrecer, además de ayuda material, el calor de sentirse acogido, la delicadeza del respeto y de la fraternidad, sin las cuales nadie puede recuperar el valor y la esperanza en el futuro”.Y es que lo que aquilata y ennoblece la limosna es el amor que pongamos al hacerla. Ha de ser un amor desinteresado, constante y sin lamentos el que inspire las distintas iniciativas que emprendamos en favor de los postergados, de quienes viven en soledad, de aquellos que han perdido la ilusión o de cuantos se hallan sumidos en la depresión y el olvido. Un amor que no se canse, que no conozca la tibieza. Este es el amor que engrandece la limosna. A su vez, la limosna educa a la generosidad del amor. A este respecto, San José Benito Cottolengo solía recomendar: “Nunca contéis las monedas que dais, porque yo digo siempre: si cuando damos limosna la mano izquierda no tiene que saber lo que hace la derecha, tampoco la derecha tiene que saberlo” (Detti e pensieri, Edilibri, n. 201).

Por su parte, en la Cuaresma de 1979, invitaba San Juan Pablo II a redescubrir el sentido profundo de la limosna, tantas veces tergiversado. Decía así: “En este campo es muy importante cultivar la sensibilidad interior hacia las necesidades reales del prójimo, para saber en qué debemos ayudarle, cómo actuar para no herirle, y cómo comportarnos para que lo que damos, lo que aportamos a su vida, sea un don auténtico, un don no cargado por el sentido ordinario negativo de la palabra limosna” (Audiencia General. 28 de marzo de 1979).Con frase todavía más breve había dicho San León Magno, como recomendación final para las prácticas de la Cuaresma: “Apagad la ira, borrad los odios, amad la unidad de espíritu y adelantaos unos a otros en el servicio de la humildad sincera” (Tractatus 42, 6 [PL 54, 280B]).

Y nosotros, ¿qué podemos hacer en esta Cuaresma de 2021, marcada por una pandemia que nos fuerza a vivir esta especie de “cuarentena prolongada”? En estos tiempos de crisis sanitaria y social, de penurias económicas y de desempleo generalizado, ¿a qué nos llama la limosna? Cuando sabemos que en muchos países carecen de camas en los hospitales, de respiradores o de oxígeno medicinal, o cuando vemos que la distribución de las vacunas sigue unos patrones que refuerzan la desigualdad global, ¿de qué modo resuena en nosotros “el ayuno que quiere el Señor”? En definitiva, ¿crecemos en capacidad contemplativa y orante, de modo que podemos reconocer el rostro de Cristo en el rostro de tantas personas, hermanas nuestras que sufren a nuestro lado? También hoy es el Señor el que sigue repitiéndonos: “Tuve hambre y me disteis de comer” (cf. Mt 25, 35).

Quiera Dios concedernos que vivamos este tiempo de Cuaresma con auténtico sentido evangélico, de tal modo que recreemos —con profundidad, vigor y creatividad— las prácticas del ayuno, la limosna y la oración. Y que, de este modo, podamos celebrar la Pascua, reconociendo a Cristo en los desfavorecidos de este mundo tanto como en la Eucaristía.

 

Fernando Chica Arellano
Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, el FIDA y el PMA

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