Canal Sur retransmite la Santa Misa desde el Santuario de Alharilla en el aniversario de su coronación canónica

25 agosto de 2021

Este 23 de agosto se cumplía el séptimo aniversario de la coronación canónica y pontificia de Nuestra Señora de Alharilla, patrona de Porcuna. Con este motivo, la misa dominical que cada domingo emite Canal Sur TV, fue retransmitida desde el Santuario de la reina de la Campiña. Una celebración al aire libre, que contó con la asistencia de una numerosa representación de los vecinos de la localidad de Porcuna, encabezados por su alcalde y por la Junta de Gobierno de la Cofradía de Ntra. Señora de Alharilla.

La celebración eucarística estuvo presidida por el Vicario General de la Diócesis, D. Francisco Juan Martínez Rojas y concelebrada por el párroco de la localidad, D. Manuel Jesús Casado Mena y otros sacerdotes del Arciprestazgo.

Esta fue la homilía, que en la fiesta de la Virgen Reina, del pasado domingo, pronunció el Vicario General de la Diócesis desde el Santuario de la Santísima Virgen de Alharilla.

 

Homilía
La comunidad cristiana de Porcuna, que hunde sus raíces históricas en los primeros siglos de la era cristiana, añadía hace siete años una nueva y bella página al rico libro que recoge su fe, al celebrar la coronación canónica pontificia de la bendita imagen de la Santísima Virgen de Alharilla, que hoy preside nuestra celebración. Todo un pueblo reunido como abigarrado ramillete alrededor de la imagen de su madre y patrona, quiere rendirle hoy a María Santísima de Alharilla un apasionado homenaje de amor filial, al que invita a toda Andalucía a través de las cámaras de Canal Sur. Pero esta expresión de devoción mariana será apostólicamente fecunda sólo si se traduce en un renovado propósito de caminar por las sendas que nos señala el Señor en la historia que nos ha tocado vivir, testimoniando ante los demás la alegría del Evangelio, esa misma alegría que hizo exultar a María en el Magníficat, al sentirse llamada por Dios para colaborar en su plan de salvación.

Nos encontramos en uno de los lugares de culto mariano históricamente más antiguos no sólo de Andalucía, sino de España. En el derribo de un arco en Porcuna, que se produjo en 1885, se pudo constatar que la pieza de mármol que constituía la clave del arco, en la que se había esculpido un escudo de la orden de Calatrava, tenía en su parte interior, que había permanecido oculta, una inscripción visigótica de finales del s. VI. El texto de la inscripción habla de la cella Mariae –la capilla de Santa María-, situada en el fundo o finca Vallis, en las afueras de Obulco, antiguo nombre de Porcuna. El nombre latino de esa finca, arabizado durante la ocupación musulmana, derivó en el actual nombre de Alharilla. Cuando Porcuna volvió a ser cristiana, sus hijos volvieron a venerar en este lugar a la Madre de Dios como había sucedido siglos antes, y la llamaron María Santísima de Alharilla.

En este llano de Alharilla, la Palabra de Dios resuena esta mañana con un particular eco. Como resonó en los primeros siglos de la Iglesia en aquella cella Mariae, en aquella capilla de Santa María, que dio origen al nombre de Alharilla, la Palabra de Dios vuelve a provocarnos un domingo más.

El evangelio apenas proclamado representa el trágico desenlace de un episodio que empezó muy bien. Concluimos hoy la lectura del discurso del pan de vida, el capítulo 6 de San Juan, que iniciamos en julio, dejando temporalmente la lectura del evangelio de San Marcos. Como recordaréis, al principio del capítulo 6 Jesús realiza un signo, un milagro: multiplica cinco panes y dos panes para saciar el hambre de la multitud que lo sigue. Y ésta quiere proclamarlo rey. Poco a poco, como hemos escuchado en los cuatro domingos anteriores, cuando Jesús les explica cuál es el verdadero pan que sacia, su cuerpo, y lo que exige el recibirlo, el Maestro se va quedando solo. Y es que seguir a Jesús nos exige. El problema es que el ambiente que respiramos no nos invita a hacer opciones radicales, a tomar decisiones que comprometan toda nuestra vida. Vivimos inmersos en el reino de lo «light», de lo ligero y superficial, donde nada perturbe nuestras seguridades.

También nuestra fe, claro está, se ve afectada por esa mediocridad, por esa falta de firmeza. Podemos escuchar de tanto en tanto la Palabra de Dios, ir a misa o rezar, mientras todo eso no nos complique la vida y nos permita continuar viviendo en nuestro confort. Por eso la llamada que hace Josué al pueblo de Israel para que tome una decisión de verdad nos puede parecer excesiva, propia de gente primitiva, fanática e intolerante. Y es que las decisiones radicales pueden conducir, ciertamente, al fanatismo y a la intolerancia cuando no son fruto del amor, sino del afán de destacar sobre los demás con la excusa de que sólo nosotros poseemos la verdad. El pueblo de Israel escoge, decide, opta por aquel Dios que le ha mostrado su amor liberándolo de la esclavitud.

Hemos de escoger. Hoy Jesús nos lo pide a nosotros: ¿También vosotros queréis marcharos? Es hora de decidirnos. Hemos de escoger entre el seguimiento de Jesucristo y el seguimiento de otros mesías y salvadores, o el inmovilismo de nuestra comodidad. Hemos de reconocer a Cristo como cabeza única de la Iglesia y ponernos todos en el lugar que nos corresponde como miembros suyos. El continúa ofreciéndonos su amor extremado, continúa invitándonos a participar de su Vida y de su Amor que nos da como alimento.

El evangelio nos dice hoy que muchos que se tenían por discípulos de Jesús, ante lo que consideraban una exigencia inaceptable, lo abandonaron y no fueron más con él. Incluso en el instante supremo del Calvario, sus más íntimos, los Doce, huyeron y lo dejaron solo. La única que permaneció con el Señor fue su Santísima Madre, la Virgen María, al pie, junto a la cruz de Jesús.

Con razón San Juan Pablo II llamó a la Virgen mujer eucarística, porque María, con sus actitudes interiores, nos ayuda a recentrar constantemente nuestra vida en la eucaristía. Ella es la que nos invita a fiarnos de Dios, de Cristo. Es como si nos dijera: “no dudéis, fiaros de la Palabra de mi Hijo. Él, que fue capaz de transformar el agua en vino, es igualmente capaz de hacer del pan y del vino su cuerpo y su sangre, entregando a los creyentes en este misterio la memoria viva de su Pascua, para hacerse así “pan de vida” (EE 54).

Desde la presentación de Jesús en el templo, cuando el anciano Simeón le profetizó a la Virgen Madre que una espada atravesaría su alma, hasta el Calvario, María vivió una comunión espiritual de ofrecimiento de sus dolores, que llegó a su máxima expresión junto a la cruz de su Hijo. La Santísima Virgen nos invita a unir nuestras cruces a la cruz de su Hijo, para también, como hizo Ella, nos anima a dar gracias y alabar al Dios que vence a la muerte con la resurrección de Cristo.

De la mano de María Santísima de Alharilla renovemos nuestra vida eucarística, con una más perfecta acogida de la Palabra de Dios, uniendo nuestro dolor al de Cristo y alabando y dando gracias a Dios con el Magníficat de la Virgen, porque ¡la Eucaristía se nos ha dado para que nuestra vida sea, como la de María, toda ella un magnificat! (EE 58).

Que en cada Santa Misa acojamos siempre a Cristo por la fe, y le digamos, con la Virgen María, desde el fondo de nuestro corazón: Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios.

 

Fotos: Javier Ruiz
Real Cofradía de Nuestra Señora de Alharilla Coronada

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