Amenazados y promovidos: los derechos humanos

9 diciembre de 2022

Cada 10 de diciembre celebramos el Día de los Derechos Humanos, recordando que en esa precisa fecha de 1948 la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó la Declaración Universal de Derechos Humanos. Por medio de ese histórico documento, la comunidad internacional deseaba reconocer que cada persona humana tiene una inviolable e igual dignidad, de la que se derivan derechos y libertades fundamentales e inalienables, independientemente de su lengua, de su cultura, de su raza, de su posición económica, de su condición social, de su opinión política, de su sexo, de su religión o de cualquier otra diferencia. Por estar anclados en la naturaleza de la persona humana —una unidad inescindible de alma y cuerpo—, dichos derechos son interdependientes, indivisibles, universales e interconectados.

Es importante que esta Jornada sirva de acicate para que se robustezca entre nosotros la voluntad y el compromiso de salvaguardar con firmeza esos derechos y enseñar a las nuevas generaciones a ser voz de los que lamentablemente se ven privados de ella. En efecto, son muchos los que, en infinidad de regiones del planeta, están sumidos en la miseria e imploran de nosotros que sigamos batallando con ahínco por un mundo mejor. Un mundo en el que no haya injusticias, basadas con frecuencia en visiones antropológicas reductivas o en un sistema económico que prioriza la sed de ganancias a toda costa, olvidando por desgracia el sufrimiento de los más débiles y menesterosos. Hoy, en cambio, por variados motivos se han agigantado las desigualdades y, mientras encontramos a multitud de hermanos nuestros que carecen de los recursos básicos para llevar una existencia digna y serena, unos pocos viven entre el lujo, el derroche y la opulencia.

El año próximo festejaremos el 75 aniversario de dicha Declaración y haremos bien en prepararnos para que no pase de largo esta significativa efeméride. En este sentido, nos puede ayudar el repaso de las intervenciones del papa Francisco en su último viaje apostólico, realizado al Reino de Baréin el pasado mes de noviembre. A este pequeño estado insular, ubicado en el Golfo Pérsico, acudió el Sumo Pontífice para participar en el «Foro de Baréin para el Diálogo: Oriente y Occidente por la Convivencia Humana». Sus alocuciones no valen simplemente para esa nación. Pueden iluminarnos a todos, pues identifican algunas cuestiones ligadas estrechamente a los derechos humanos, y también diversos ámbitos en los que estos derechos se encuentran amenazados y que necesitan ser fomentados.

En su primer discurso, pronunciado el 3 de noviembre en un encuentro con las autoridades, la sociedad civil y el cuerpo diplomático, Su Santidad se apoyó en la sugerente imagen del árbol de la vida como símbolo que caracteriza al susodicho país y que también resulta inspirador en otras latitudes. Evocó el Santo Padre algo tan relevante como “el respeto, la tolerancia y la libertad religiosa”, principios recogidos por la Constitución de Baréin. E instó a convertir esos criterios en verdaderos “compromisos que han de ser puestos en práctica constantemente, para que la libertad religiosa sea plena y no se limite a la libertad de culto; para que la misma dignidad y la igualdad de oportunidades sean reconocidas concretamente a cada grupo y a cada persona; para que no haya discriminaciones y los derechos humanos fundamentales no sean violados, sino promovidos. Pienso principalmente en el derecho a la vida y en la necesidad de garantizarlo siempre”.

Después, el Obispo de Roma se refirió a la inmigración, tan presente en el Golfo Pérsico y en otros puntos del orbe. Recordó a este propósito que “hay demasiado trabajo deshumanizador. Eso no solo conlleva graves riesgos de inestabilidad social, sino que representa un atentado a la dignidad humana. En efecto, el trabajo no solo es necesario para ganarse la vida, es un derecho indispensable para desarrollarse integralmente a sí mismo y para formar una sociedad a la medida del hombre”. Y alentó a las autoridades para “que se garanticen en todas partes condiciones laborales seguras y dignas del hombre, que no impidan sino que favorezcan la vida cultural y espiritual; que promuevan la cohesión social, en favor de la vida común y del mismo desarrollo de los países”.

El Sucesor de Pedro mencionó asimismo la crisis climática y los conflictos bélicos, algo en lo que insistió al día siguiente, 4 de noviembre, en la clausura del Foro de Baréin para el Diálogo. Entonces, dijo que “llama la atención una paradoja: mientras la mayor parte de la población mundial está unida por las mismas dificultades, afligida por graves crisis alimentarias, ecológicas y pandémicas, así como por una injusticia planetaria cada vez más escandalosa, algunos poderosos se concentran en una lucha decidida por intereses particulares, desenterrando lenguajes obsoletos, redefiniendo zonas de influencia y bloques contrapuestos”.

A continuación, Francisco se detuvo en tres vertientes que pueden calificarse de emergencias educativas y que, a la vez, constituyen tres retos de cara al cumplimiento efectivo de los derechos humanos. En primer lugar, se detuvo en “el reconocimiento de la mujer en ámbito público, en la instrucción, en el trabajo, en el ejercicio de los propios derechos sociales y políticos”. Un segundo aspecto se refiere a “la protección de los derechos fundamentales de los niños para que crezcan instruidos, atendidos, acompañados, no destinados a vivir con el tormento del hambre o los lamentos por la violencia”. Y, en tercer lugar, el desafío de la acción. “Porque no basta decir que una religión es pacífica, es necesario condenar y aislar a los violentos que abusan de su nombre. Y ni siquiera es suficiente tomar distancia de la intolerancia y del extremismo, es preciso actuar en sentido contrario”. 

A los jóvenes, el 5 de noviembre, los animó con unas palabras que también pueden convertirse en invitación para cada uno de nosotros: “¡No pierdan nunca la valentía de soñar y de vivir en grande! Aprópiense de la cultura del cuidado y difúndanla; sean campeones de fraternidad; afronten los desafíos de la vida dejándose orientar por la creatividad fiel de Dios y por buenos consejeros”. Y el último día de su estancia en Baréin, en la Iglesia del Sagrado Corazón de Manama, con Etiopía y Ucrania en el corazón, el papa Francisco proclamó con gran esperanza: “Animo a todos a sostener este compromiso por una paz duradera, para que, con la ayuda de Dios, se sigan recorriendo los caminos del diálogo y el pueblo vuelva pronto a encontrar una vida serena y digna”.

No podemos ser ingenuos. Es claro que “todavía estamos lejos de una globalización de los derechos humanos más básicos” (Fratelli Tutti, n. 189) y que “muchas veces se percibe que, de hecho, los derechos humanos no son iguales para todos” (Fratelli Tutti, n. 22).  Por este motivo, no debemos cejar en el empeño de “reconocer los derechos de todo ser humano, aunque haya nacido más allá de las propias fronteras” (Fratelli Tutti, n. 117). Efectivamente, “si se acepta el gran principio de los derechos que brotan del solo hecho de poseer la inalienable dignidad humana, es posible aceptar el desafío de soñar y pensar en otra humanidad. Es posible anhelar un planeta que asegure tierra, techo y trabajo para todos” (Fratelli Tutti, n. 127).

En este tiempo de adviento, caminemos en la dirección apuntada por el Papa, agrandando nuestros corazones y no cansándonos de suplicar al Señor que los derechos humanos se coloquen en el centro de todas las políticas, incluidas las de cooperación para el desarrollo, incluso cuando esto signifique nadar contra corriente. Recemos asimismo por quienes arriesgan sus vidas defendiendo los derechos fundamentales en países autoritarios o en democracias en crisis, para que sientan que su sacrificio y su trabajo no es estéril, sino que da copiosos frutos. Y, finalmente, oremos para que nunca falten los que luchan denodadamente por la proliferación de iniciativas y gestos destinados a tutelar la dignidad humana, en particular de los pobres y vulnerables. Busquemos para todo ello la poderosa intercesión de María Santísima, Reina de la Paz y Consuelo de los afligidos.

Fernando Chica Arellano
Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, el FIDA y el PMA

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