Admirar y cuidar los bosques

21 marzo de 2022

Dicen que los españoles tendemos a menospreciar nuestras aportaciones propias, quizá obnubilados por los brillantes éxitos y espectaculares monumentos de los países extranjeros. No estoy seguro de que este error sea exclusivo de nuestra sociedad, pero sí es cierto que lo vemos en diversas situaciones.

Pensemos, por ejemplo, en los bosques. Solo con oír esa palabra, nuestra imaginación vuela a otros lares y se puebla de amplios espacios verdes y exóticos. Aparecen los inmensos bosques amazónicos en América del Sur, los bosques boreales en Canadá o Rusia, los bosques de sequoias en Estados Unidos, los bosques de la cuenca del Congo en África, la selva húmeda de Indonesia. O, si nos detenemos en Europa, admiramos los grandes bosques húmedos de hayedos y robledales, la tupida selva negra del sur de Alemania o la zona de la taiga en el norte de Europa, con sus inmensos bosques de coníferas.

Frente a ello, parece que los bosques mediterráneos quedan olvidados o minusvalorados, como si fueran “menos bosques” o bosques de segunda categoría. Es como si no tuvieran importancia el género Quercus (que incluye robles, encinas o alcornoques), las diversas especies de pinos (piñonero, negro, silvestre…) o las variadas plantas arbustivas y herbáceas, como la jara, la retama, el tomillo, el romero o el cardo.

En nuestra provincia de Jaén tenemos algunos paraísos naturales que haremos bien en conocer, valorar, disfrutar, cuidar y proteger. El más importante lo encontramos en el Parque Natural de las Sierras de Cazorla, Segura y Las Villas. Allí tenemos, por ejemplo, un tejo bimilenario que pasa por ser el más antiguo de la península ibérica. Igualmente, milenarios son los pinos salgareños, especie autóctona de la zona. Hay también pinos de Alepo, pinos negrales y pinos carrascos; encinas, olmos de montaña, álamos negros, arces, fresnos, chopos y sabinas. En Sierra Mágina, por su parte, destacan los quejigales, los piornales y los sabinares, como ecosistemas singulares de la alta montaña mediterránea; en las zonas de ribera, aparecen los chopos, los fresnos y los adelfares; y en las zonas semiáridas, los espartales o atochares. En medio de todo ello, hay numerosa y variada flora, incluyendo unas 40 especies endémicas, es decir, que se dan solamente en esta sierra o en otros ámbitos muy reducidos.

Cada 21 de marzo se conmemora, en todo el mundo y desde hace 10 años, el Día Mundial de los Bosques. Considero que se trata de una buena oportunidad para valorar nuestros bosques, para conocerlos mejor, para disfrutarlos más y, de este modo, para compartirlos y protegerlos. Quizás, en este tiempo de Cuaresma, podamos tener alguna iniciativa personal, familiar o comunitaria en este sentido. Recordemos que el papa Francisco, en su encíclica sobre el cuidado de la casa común, nos ha animado a una conversión ecológica, que implica dejar brotar todas las consecuencias de nuestro encuentro con Jesucristo en las relaciones con el mundo que nos rodea. “Vivir la vocación de ser protectores de la obra de Dios es parte esencial de una existencia virtuosa, no consiste en algo opcional ni en un aspecto secundario de la experiencia cristiana” (Laudato Si’, n. 217). ¿Y qué mejor tiempo que el de Cuaresma para avanzar en clave de conversión (también ecológica) avanzando hacia la Pascua, es decir, hacia la Vida en plenitud?

Es claro que, estando en Jaén, los Parques Naturales de las Sierras de Cazorla, Segura y Las Villas o de Sierra Mágina nos brindan preciosos parajes para apreciar la riqueza de nuestros bosques y descubrir allí la presencia del Creador. Sabemos que “una ecología integral implica dedicar algo de tiempo para recuperar la serena armonía con la creación, para reflexionar acerca de nuestro estilo de vida y nuestros ideales, para contemplar al Creador, que vive entre nosotros y en lo que nos rodea” (Laudato Si’, n. 225). Lo sabemos, sí, pero, ¿lo saboreamos? Porque no es lo mismo el saber que el sabor. A lo mejor, un paseo por la sierra y sus bosques puede ser un auténtico ejercicio espiritual.

Por otro lado, igual que no debemos menospreciar nuestros bosques cercanos por otros más aparentes o lejanos, tampoco debemos olvidar las posibilidades que nos ofrecen los parques de la ciudad o los espacios naturales de los pueblos. Si cultivamos nuestra capacidad contemplativa, descubriremos que “hay mística en una hoja, en un camino, en el rocío, en el rostro del pobre. El ideal no es solo pasar de lo exterior a lo interior para descubrir la acción de Dios en el alma, sino también llegar a encontrarlo en todas las cosas” (Laudato Si’, n. 233). Y esto lo podemos captar en una acampada, en un día de senderismo o en un paseo por el parque; lo podemos intuir al sentarnos en un banco, al cultivar una planta, al escuchar el canto de un pájaro, al embriagarnos con el aroma de una flor. Y esto lo podemos vivir en cualquier momento, también hoy, si nos ponemos en camino de conversión ecológica. Para ello, podemos terminar rezando con gozo interior la oración que el Santo Padre propone en Laudato Si’, n. 246:

 Te alabamos, Padre, con todas tus criaturas,
que salieron de tu mano poderosa.
Son tuyas, y están llenas de tu presencia y de tu ternura.
Alabado seas…
Señor Uno y Trino, comunidad preciosa de amor infinito,
enséñanos a contemplarte
en la belleza del universo,
donde todo nos habla de ti.
Despierta nuestra alabanza y nuestra gratitud
por cada ser que has creado.
Danos la gracia de sentirnos íntimamente unidos
con todo lo que existe…
Señor, tómanos a nosotros con tu poder y tu luz,
para proteger toda vida,
para preparar un futuro mejor,
para que venga tu Reino
de justicia, de paz, de amor y de hermosura.
Alabado seas. Amén.

 Fernando Chica Arellano
Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, el FIDA y el PMA

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