Homilía en la conmemoración del dies natalis del Beato Lolo, retransmitida por Canal Sur TV

15 noviembre de 2020

La parábola de los talentos, que hoy nos ofrece el Evangelio según San Mateo, es un verdadero regalo, que nos da la oportunidad de poner de relieve una vida hacendosa, como fue la que hoy evocamos en su dies natalis (su muerte y llegada al cielo). Con el Evangelio y el libro de los Proverbios entenderemos muy bien cuál fue la gracia y la hermosura de la vida de Manuel Lozano Garrido.

Pero veamos lo que nos dice la parábola de los talentos: ¿Quiénes son estos tres hombres (seres humanos) a los que Jesús ha dejado como administradores de sus bienes y a los que ahora les pide cuentas? En principio, los tres son unos privilegiados. Tener talentos es un privilegio, y todos los tenemos. Todos sin excepción; al menos para Dios. Lo que sucede es que todo don es también una inmensa responsabilidad. El Señor le dio a cada uno una cantidad, no importa cuanto, porque la vida no se mide nunca en más o en menos; se mide más bien por lo que, cada uno somos capaces de hacer con lo que tenemos. Ese es el criterio de Dios sobre la dignidad humana. Nuestro criterio es otra cosa; medimos por la cantidad, por el tener, por el poder, por el disfrutar… y con esos criterios valoramos, admiramos, imitamos; y hasta con ese baremo seleccionamos a las personas: o para ensalzarlos o para despreciarlos.  Dios, sin embargo, lo que nos pide es trabajar para que los talentos den servicio y logren objetivos.

A todos nos pide que nuestra vida sea un producto aceptable, y para eso ha de ser creativa. Una vida que dé fruto, pero que también sea bella y llena de sentido. Todos estamos encargados de los bienes del Señor, lo que somos y tenemos lo recibimos de Él y, por eso, nos pedirá cuentas de lo que hagamos con ello. Cada uno de nosotros tiene un capital inicial que tiene que hacer crecer y florecer. El secreto de nuestra vida es crecer. Sin embargo, el tercero de los tres hombres no cultiva lo que ha recibido; le falta algo fundamental, el deseo; por eso sólo conserva lo que recibió y no arriesga para sacarle rendimiento a lo que Dios puso en sus manos.

El Evangelio hoy encierra toda una teología de los dones y las gracias que recibimos. A cada uno de nosotros nos toca hacer un camino hasta que, en nuestra vida, haya una cosecha de frutos buenos. Entre todos los humanos hemos de hacer fructificar bienes para el mundo. Como dijo Santa Teresa de Calcuta: “lo que yo haga es sólo una gota en el océano. Pero esa gota le da ya sentido a mi vida”. Se puede decir que la parábola de los talentos es una feliz noticia contra el miedo, que nunca es creativo, al contrario, siempre es conservador y estéril. ¡Cuantas veces en la vida no arriesgamos sólo porque tememos salir derrotados! Eso es justamente lo que le sucedió al tercer siervo, no quiso salir a la vida, no arriesgó y por eso perdió, no sólo lo que había recibido, sino que también se quedó sin lo que pudo haber ganado; porque Dios no nos pide que le devolvamos el fruto de los talentos; el capital ganado es para los siervos fieles y solícitos. Nos deja lo ganado para que sigamos creciendo. Los dones de Dios son siempre fermento, semilla para otros dones.

Se puede decir que Dios no nos juzga por la cantidad de los frutos, sino por su verdad, su calidad, aunque sea poco. Hagamos lo que hagamos, lo que cuenta es cómo lo hacemos. La calidad de nuestras obras es fuente de santidad, que es nuestra verdadera ganancia y la del mundo. “La bondad es contagiosa. Dios anida en el corazón de las criaturas que le aman y el bien se va extendiendo al roce de las palabras, los hechos y los testimonios. Hay que asegurarse de hombres buenos y el bien será como una mancha de aceite” (Las golondrinas nunca saben la hora). Comunicar encontrando a las personas cómo y dónde están. Con esas palabras, escritas por Lolo, está hablando en realidad de sí mismo. Hoy, en esta Eucaristía que celebramos en Linares, y que retransmite para toda Andalucía Canal Sur TV, evocamos la memoria de una vida extraordinariamente fecunda. Estamos evocando el día en que, hace cuarenta y nueve años, nació a la vida del cielo un ser humano que Dios y la Iglesia ya lo han reconocido como un modelo precioso de santidad. De él podemos decir, como Pablo a los Tesalonicenses, que ese día no le sorprendió como un ladrón, sino como un hijo de la luz e hijo del día.

Nosotros ya sabemos a ciencia cierta lo que Manuel Lozano Garrido, nuestro “LOLO”, hizo con los talentos que recibió: los hizo crecer tanto y en tan poco tiempo, que ya la Iglesia lo declaró beato, justamente aquí en su pueblo natal, el día 12 de junio de 2010. A lo largo de su vida, 51 años, sembró el Evangelio en el mundo y brilló en santidad. Se puede y se debe decir que Lolo fue creciendo, ayudado por la gracia y guiado por la fe de la Iglesia, en una existencia plena, en la que el fruto más característico y valioso es el de la alegría, que es la actitud existencial de los santos. El mismo decía: “Lo que caracteriza al cristiano no es la paciencia, la resignación, o incluso la bondad, sino la alegría, porque quien sobrelleva una penalidad sin gozo, no ha entrado plenamente en el misterio de la cruz, y quien practica la mansedumbre con cara de funeral, intenta la cuadratura del círculo; pero, quien es alegre, ya le basta, pues todas las demás virtudes se le deducen lógicamente” (Reportajes desde la cumbre).

En la alegría, Lolo fue un ser humano que supo encontrar, en la cruz, la gracia para vivir una existencia plena, en la que trazó páginas preciosas cargadas de fe. Fue periodista; escritor; poeta; y también fue militante cristiano de AC; estudiante; fiel trabajador: apóstol valiente, en su misión en tiempos difíciles; acompañante; peregrino; adorador eucarístico; fiel devoto de la Virgen; amigo; hermano… Y enfermo, muy enfermo, primero inválido y después ciego, convirtió su vida, su hogar en un servicio permanente a los demás, en el que daba de lo que le alimentaba cada día, la Eucaristía, que era fuente y culmen de su vida. En esas condiciones físicas de tanta debilidad, pero con la especial fortaleza de sus condiciones espirituales, escribió más de trescientos artículos periodísticos, y nueve libros. En todo lo que escribió supo irradiar el amor de Dios y ganar corazones para Cristo, porque “Lolo” transmitía en sus palabras una alegría serena y una fe inquebrantable, consciente de que “en Jesucristo nace y renace la alegría” (EG1).

Sobre todo, hay algo misterioso y maravilloso: permaneciendo en una habitación gran parte de su vida, sin casi poder levantar su cabeza, muchos años en silla de ruedas, y los últimos nueve con una ceguera total, siempre se hizo presente en medio de la vida y las necesidades de la gente, estando al día de todo lo que sucedía en su mundo, en su país, en su provincia, en su ciudad. “Lolo” siempre puso su persona al servicio de los que necesitaban consejo y esperanza, especialmente a los jóvenes, con los que tuvo una especial relación. Como Lolo le recordaba a los periodistas, se puede decir de él que “de sus labios siempre brotaron consejos, como fuente de pueblo que mana día y noche”.

Y sabéis dónde encontraba “Lolo” ese banco de reserva espiritual y de compromiso social que le da tanta ganancia de talentos. Era su intensa vida espiritual y su compromiso con el mundo, lo que le alimentaba. Escuchémosle, merece la pena ser como Lolo y tenerle como intercesor: ¿Cómo eres buen Dios? Nunca te vemos, jamás aquí te vemos, pero, ¡Ay!, que escalofrío el de tu roce, tan entre nosotros Tú, tan dentro mismo de nosotros. Caminar uno siempre, no verte nunca, no tocarte jamás, pero, ¿de dónde nace esta caricia que tengo siempre sobre la frente? ¿Quién es el que toca a repique en mi corazón? ¿Qué es lo que siempre tira de mí hacia el horizonte? ¿Quién levanta mi barbilla a cada momento para que mire ilusionadamente a las estrellas? ¿De donde puede venir este prodigio que es salirse de uno mismo y florecer también en el alma de los otros? (Las golondrinas nunca saben la hora). Y a esa pregunta, Lolo contesta con un precioso decálogo para quien vive de la fe: “Cuando des, da bienes, corazón y gracia, porque ¡menudo favor te hace Cristo con dejarse socorrer en el pobre…!

En fin, hermanos, este es el Lolo que veneramos, imitamos y ofrecemos en este año del centenario de su nacimiento. Con él se encuentra a Dios en su amor, conocemos y seguimos a Jesucristo, deseamos vivir en el Espíritu y amamos entrañablemente a la Santísima Virgen.

Linares, 15 de noviembre de 2020

 

+ Amadeo Rodríguez Magro
Obispo de Jaén

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