La indulgencia plenaria del Jubileo de la Santísima Virgen de la Cabeza
22 abril de 2009Las indulgencias son una realidad teológica que todavía sigue vigente en la Iglesia y que es necesario explicar para que la entendamos todos mejor. En primer lugar hay que decir que la doctrina y la práctica de las indulgencias en la Iglesia están estrechamente ligadas a los efectos del sacramento de la Penitencia. Por tanto, no se puede hablar de indulgencias sin hablar del sacramento de la Reconciliación.
El pecado que cometemos significa alejarnos de Dios, romper la comunión con Él, que nos ha amado hasta el extremo. Es también una ruptura personal y con los hermanos, con la Iglesia. Por tanto el pecado rompe la comunión con Dios, con uno mismo y con los demás. El pecado grave, además, tiene una doble consecuencia: nos priva de la comunión con Dios y por ello nos hace incapaces de la vida eterna, cuya privación se llama la “pena eterna” del pecado. Por otra parte, todo pecado, conlleva también la llamada “pena temporal” del pecado y conlleva necesidad de purificación en esta vida o también después de la muerte, en el estado que la Iglesia llama Purgatorio. Estas dos penas no deben ser concebidas como una especie de venganza, infligida por Dios desde el exterior, sino como algo que brota de la naturaleza misma del pecado.
El perdón del pecado y la restauración de la comunión con Dios entrañan la remisión de las penas eternas del pecado. Pero las penas temporales del pecado permanecen. El cristiano debe esforzarse por aceptar como una gracia estas penas temporales del pecado y debe aplicarse, tanto mediante las obras de misericordia y de caridad, como mediante la oración y las distintas prácticas de penitencia, en ir quitando esas penas temporales para despojarse completamente del “hombre viejo” y revestirse del “hombre nuevo”.
La indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados que ya están perdonados en cuanto a la culpa, que un fiel dispuesto y cumpliendo determinadas condiciones consigue por mediación de la Iglesia, la cual, como administradora de la redención, distribuye y aplica haciendo del fiel las satisfacciones de Cristo y de los santos.
Para explicarlo de un modo sencillo se podría decir que el pecado conlleva como consecuencia una herida en la persona (pena eterna) que una vez curada (por el sacramento de la penitencia) ya no tiene capacidad para hacer daño a esa persona, pero sucede que después de la herida queda la cicatriz (pena temporal), que puede ser quitada o borrada del todo mediante el ejercicio de obras de piedad o, como estamos explicando, ganando la indulgencia plenaria.
La indulgencia se llama plenaria cuando libera de la pena temporal debida por los pecados totalmente.
Las indulgencias se obtienen por la Iglesia que, en virtud del poder de atar y desatar que le fue concedido por Cristo Jesús, interviene en favor de un cristiano y le abre el tesoro de los méritos de Cristo y de los santos para obtener del Padre de la misericordia la remisión de las penas temporales debidas por sus pecados. Por eso la Iglesia no quiere solamente acudir en ayuda de este cristiano, sino también impulsarlo a hacer a obras de piedad, de penitencia y de caridad.
Para obtener la indulgencia plenaria se requieren siempre tres requisitos: el primero es una vida en comunión con Dios mediante la celebración del Sacramento de la Penitencia, el segundo es la expresión de esta comunión comulgando en la celebración de la Santa Misa, y el tercero es la oración por las intenciones del Santo Padre que es vínculo de unidad en toda la Iglesia.
Los fieles difuntos en vía de purificación son también miembros de la misma comunión de los santos y por eso podemos ayudarles, entre otras formas, obteniendo también para ellos la indulgencia, de manera que se vean libres de las penas temporales debidas por sus pecados.
Los fieles impedidos por la enfermedad o por otra causa legítima y relevante, podrán lucrar también la indulgencia plenaria con tal que, estando en gracia de Dios, se unan espiritualmente a una celebración jubilar en honor de la Santísima Virgen de la Cabeza, ofreciendo a Dios sus oraciones y sus sufrimientos y orando por las intenciones del Papa.