Homilía del Sr. Obispo en la Misa de la Romería de la Virgen de la Cabeza
30 abril de 200926 de abril de 2009
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Querido Padre Provincial. Rector de este Santuario y Comunidad de PP. Trinitarios.
Queridos hermanos sacerdotes.
Hermano Mayor, Presidente y Miembros de la Cofradía Matriz y de las Cofradías filiales de la Santísima Virgen de la Cabeza.
Ilmo. Sr. Alcalde de Andujar, autoridades. Medios de comunicación y demás servicios de organización.
Hermanos y hermanas devotos.
Bienvenidos todos. Nuestro saludo también para quienes se unen a este acto desde la Radio y Televisión de Canal Sur.
1. Apenas iniciado el recorrido de los cincuenta días que dedicamos los cristianos para celebrar la gran Fiesta de la Pascua de Resurrección, un año más queremos destacar la figura de Nuestra Madre Santísima la Virgen de la Cabeza para que nos presente e interceda por todos y cada uno de nosotros ante su Hijo Jesucristo.
El pasado día 24, el Excmo. Señor Nuncio de Su Santidad en España procedía a la apertura de un AÑO JUBILAR MARIANO otorgado por el Papa Benedicto XVI en favor de este Santuario, al cumplirse el primer centenario de la coronación canónica de esta venerada imagen y de su patronazgo sobre la ciudad de Andujar. Celebramos al mismo tiempo también, el cincuentenario de su patronazgo sobre esta Diócesis de Jaén.
Todo ello nos llena de alegría a miles de fieles devotos, es motivo de agradecimiento y, de una más estrecha comunión con nuestro Santísimo Padre el Papa y toda la Iglesia, pero, sobre todo, ocasión para acercarnos con fe venerada a Jesucristo resucitado. Para ser sus testigos coherentes en la Iglesia y en el mundo, buscando las cosas de arriba, con palabras de San Pablo (cf. Col 3, 1-2), bajo la intercesión de Nuestra Madre la Santísima Virgen de la Cabeza.
2. De nuevo la liturgia de la Palabra de este Domingo III de Pascua, como en los anteriores, nos invita a profundizar en el dogma fundamental de nuestra fe, que profesamos en el Credo: “al tercer día resucitó de entre los muertos”.
– El Evangelista San Lucas nos lleva al Cenáculo de Jerusalén, donde Jesús se manifestó a los once Resucitado (Lc 24, 35-48).
Es un encuentro que encierra en sí una gran intensidad y riqueza.
El estado de ánimo y turbación de aquellos hombres que habían convivido en entrañable amistad con Jesús, que habían sido testigos de tantos hechos milagrosos, que habían escuchado con emoción sus trascendentales palabras de despedida en la Última Cena, que habían luego abandonado, traicionado y negado a su Maestro, dejándolo solo en su pasión y muerte en la cruz. debía ser muy profunda. Se acumularían en su interior mil dudas y sensaciones de fracaso. ¿Cómo iba a ser posible su vuelta a una nueva vida? Cierto que les había anunciado su resurrección antes de ir a la cruz y que, incluso, conocían ya la noticia de que el sepulcro estaba vacío, para todo ello, sin embargo, no les fue suficiente para creer en su resurrección.
En medio de este temor e incredulidad, Jesús se acerca al grupo, hemos escuchado, y les saluda con inmenso cariño y comprensión: “Paz a vosotros”. Y añade: “Soy yo mismo, en persona.”
Debieron entremezclarse en ellos, sentimientos de miedo, de sorpresa, incredulidad, asombro y alegría. Jesús quiere convencerles de que es él e insiste: “Mirad mis manos y mis pies. Soy yo mismo.” No soy un fantasma. “Traed y ved, que un fantasma, les dice, no tiene carne y hueso como veis que yo tengo.” Y puesto que eso no parecía bastarles, llegó hasta preguntarles: “¿Tenéis aquí algo que comer?” Le ofrecieron un trozo de pescado asado. Jesús lo coge y se lo come.
Le vieron, le escucharon, hasta comió con ellos, convencidos, por fin, de que de verdad era su Maestro, Jesucristo con su mismo cuerpo, les recuerda: “Esto es lo que os decía cuando todavía estaba con vosotros… que tenía que cumplirse en mí lo escrito en la ley de Moisés, en los profetas y salmos.”
3. El Apóstol San Pedro (Hch 3, 13-15. 17-19), convencido de esta gran verdad de nuestra fe, del cumplimiento de las Escrituras en la persona de Jesucristo resucitado, lo comunica, ante su pueblo esta verdad de forma clara y valiente, más adelante, con estas palabras: “Rechazasteis al santo e inocente”. “Disteis muerte al príncipe de la vida”. “Sé que lo hicisteis –dice con comprensión hacia su pueblo- por ignorancia y vuestras autoridades lo mismo… pero Dios lo resucitó de entre los muertos y somos sus testigos.”
Este fue el testimonio de Pedro, e idéntico el de los demás testigos directos de la Resurrección en la Iglesia primitiva. El mismo mensaje continúa proclamándose, con la misma fuerza después de los siglos, hasta el día de hoy. Este es el mensaje siempre actual que debe colmar nuestra esperanza de creyentes.
Jean Paul Sastre, en su obra “A puerta cerrada”, nos muestra al hombre como un ser cautivo, sin esperanza y sin salida. Él resume la triste imagen del hombre y la mujer en estas palabras: “El infierno son los otros”, y porque este infierno está en todas partes, no hay salida; las puertas están cerradas.
Cristo nos dice, por el contrario: “El cielo son los otros”. Cristo Jesús, vivo para siempre, nos llama e invita a encontrar el cielo en él, y a encontrarlo en los otros. Nos anima a ser cielo los unos para los otros, a lograr que el cielo brille en la tierra, “que venga a nosotros su Reino en la tierra como en el cielo”, como rezamos en el Padre Nuestro.
4. Quien guarda sus Palabras, sigue su Evangelio, hemos escuchado también en la primera Carta del Apóstol San Juan (1 Jn 2, 1-5a), es que el amor de Dios ha llegado a esa persona. Es la señal de que estamos en él, y con él, si guardamos sus mandamientos. Reconocer el amor de Dios en nosotros, mantener una relación personal profunda y confiada con Jesucristo, son las claves según este Apóstol, en nuestro seguimiento real del Resucitado.
Ésta es la invitación que nos hace el Señor a cada uno a través de esta liturgia. Desde esa unión y amistad con Jesús Resucitado, debemos también sentirnos enviados por él a proclamar estas verdades que abren nuevos caminos de libertad, de esperanza y de alegría fundadas.
Es verdad. no es una quimera, el Resucitado continúa presente entre nosotros; nos alimenta desde la mesa de la Palabra y de la Eucaristía; sufre con los que sufren y escucha a los que nadie escucha. Que Él aumente nuestra fe para ver a los rasgos de su rostro resucitado en nuestros hermanos, sobre todo en los pobres y más necesitados.
A su favor destinamos la mayor parte de las ofrendas de este Año Jubilar, como testimonio de que el amor de Dios ha llegado a nuestras vidas, y e que nuestra vocación para amar es creíble. En este tiempo de crisis y sufrimiento, que vemos a nuestro alrededor, debemos, con urgencia, llenar nuestras manos vacías. Tenemos encima la fiesta del Corpus y Jornada de la Caridad. Tenemos las Cáritas abiertas a todo el mundo.
Es de máxima actualidad ser cristianos coherentes porque ha llegado hasta nosotros la nueva vida de Jesús Resucitado. Que el misterio que celebramos en la fe lo actualicemos en el amor.
5. Te suplicamos, Santísima Virgen de la Cabeza:
“Tú eres la Hija predilecta del Padre,
la Madre que reina junto al Hijo Resucitado,
la Gloria del Espíritu Santo,
Santuario de la Santísima Trinidad y Madre de la Iglesia…
Ayúdanos, para ser fieles a tu Hijo,
testigos de su Evangelio,
y samaritanos del amor que nos mandó como hermanos,
sobre todo, para los más necesitados.” (oración del Año jubilar)
Que así sea. Feliz Fiesta y Santo Año jubilar para todos.