Filosofía y mística III. ¿Dónde queda la profecía?

15 diciembre de 2022

Después de publicar mi último artículo en el Atrio de los Gentiles con el título “la mística como lucidez”, un lector (M.P.) comentaba citando un refrán: “Una cosa es predicar, y otra, dar trigo”. Esto daba a entender que existiría una especie de disociación entre la mística y la profecía, entre la experiencia contemplativa, que aquí entendemos como experiencia de Dios, y la acción.

Esta cuestión se hace aún más hiriente cuando miramos alrededor y observamos un mundo donde la injusticia y la pobreza parece que campan a sus anchas, y donde esa misma pobreza conlleva exclusión y la invisibilidad.” El que quiera volverse invisible no tiene medio más seguro que hacerse pobre”[1]afirmaba de Simone Weil.

No voy a negar que la mística ha sido criticada por algunos como algo alienante al invitar a una especie de “fuga mundi” (desentenderse de las cosas terrenas) que conllevaría una falta de atención ética y por lo tanto, una indiferencia ante la tarea moral en el mundo. Si esto fuera así la mística estaría al margen de un aspecto esencial del cristianismo que tiene que ver con el compromiso de Dios con el mundo. Cualquiera que lea los evangelios constata que con Jesús la actividad a favor de la dignidad del ser humano queda santificada. El maestro Eckhart, uno de los grandes místicos, decía que aquel que en bien y en verdad posee a Dios, lo tiene en todos los lugares,  y en la calle y en medio de toda la gente exactamente lo mismo que en la iglesia o en el desierto  o en la celda[2]. De hecho, él mismo afirmaba: “si el hombre se encontrara en un arrobamiento tal como san Pablo y supiera de un hombre enfermo que necesitara de él una sopita, yo consideraría  mucho mejor que tú, por amor renunciaras al arrobamiento y socorrieras al necesitado con un amor más grande”[3]. Teresa de Jesús señalaba lo mismo al indicarnos  que de la oración contemplativa deben nacer “obras  y obras”, pues Marta (ejemplo del obrar) y María (ejemplo de la contemplación)[4] han de estar siempre juntas para hospedar al Señor[5]. De hecho, sin la práctica de la virtud, Dios quedaría, para el que lo proclama, como una palabra vacía. En el fondo, por mi relación con el “otro” estoy en relación con Dios.

En la vida moral nos encontramos siempre con una conciencia reclamada por una voz inapelable  que nos llama a ir más allá del gusto o el disgusto, del beneficio o el perjuicio. Se trata de una voz que nos exhorta a vivir éticamente, a responder ante el rostro del otro sin más apoyo que esa voz. El místico y el profeta van unidos, pues el profeta no puede moverse a la acción sin escuchar una palabra que surge de un encuentro en el que el mismo Dios toca su corazón y su conciencia y le envía. Podríamos decir que entre la mística y la profecía, entre la contemplación y la acción se da un círculo hermenéutico, Marta y María están estrechamente unidas.  De una parte, la búsqueda de Dios, el cultivo del anhelo que como nostalgia del infinito nos embarga, es fundamental para superar nuestro egoísmo, para derribar los muros que nos separan del otro, para vivir la misericordia y la solidaridad, para “dar trigo” como decía M. P.; de otra parte, defender la causa del humilde y del pobre es conocer a Dios como enseña el profeta Jeremías  (Jer. 22,16), más aún, con la radicalidad de San Juan,  hemos se afirmar que   quien no ama no conoce a Dios (1 Jn. 4,8).

La mística de ojos abiertos a la que me refería en el primer artículo de esta serie, es una mística del amor, de la compasión, de la entrega y del servicio, especialmente al más necesitado. La ética necesita de una base profunda y esa base, si quiere ser suficientemente sólida, tiene que estar en Dios como fundamento y en la experiencia de Dios en cuanto a posibilitadora de una acción real y consecuente. La obligación moral hacia cualquier hombre, si es absoluta, solo puede surgir de una presencia de lo infinito, de Dios, en el corazón del hombre.

Alguien puede responderme diciendo que hay muchas personas que son solidarias, que aman a los demás, que pasan haciendo el bien y, sin embargo, no se consideran creyentes. Es cierto, pero aquí vine la gran cuestión, en última instancia ¿por qué actúan así?, después de dar respuestas fragmentarias no encontrarán un último porqué. El cristianismo tiene una respuesta: ese amor que va más allá de un mero sentimiento, ese amor que orienta la vida, que abre los ojos y despierta nuestra atención a los demás, ese amor que está en la fuente de la verdadera libertad, es la inabitación de Dios en el ser humano. Es un amor infinito de Dios que viene y nos toma[6]. Hoy se habla de la opción preferencial por el pobre pero el fundamento último de esa opción preferencial por el pobre no está en el pobre, está en Dios mismo, en la gratuidad y universalidad de su amor del que solo seremos conscientes si de una manera u otra  lo hemos experimentado.

Como cristianos no estamos aquí para sobrevivir sino para evangelizar. Y no se evangelizará  si nuestro ser más íntimo no está arraigado en una honda experiencia de Dios. Ser místicos es la única forma de poder seguir siendo cristianos, no por razones coyunturales o históricas, sino porque la experiencia creyente de Dios, esencia de la  mística y  fundamento de la moral, que está en   la base  de toda vida cristiana[7].

Juan Jesús Cañete Olmedo
Sacerdote diocesano y Profesor de Filosofía


[1] Simone Weil,Formas del amor implícito a Dios”, en, A la espera de Dios, Trotta, Madrid 1993, p.94.

[2] Maestro Ekhart, Pláticas instructivas 6, en, Tratados y sermones, Edhasa, Barcelona 1983, p 93.

[3]MaestroEkhart, Pláticas instructivas 10, p.106.

[4] Nos referimos al encuentro de Jesús con Marta y María tal como lo narra el evangelista San Lucas (Luc., 10:38-42) En la actitud de las dos hermanas ha solido interpretarse  como modelos de la vida contemplativa y de la vida activa.

[5] Santa Teresa de Ávila, Obras completas, BAC, Madrid 1982,  7M, 4.6 y 4.15.

[6]Simone Weil, Formas del amor implícito a Dios”, en, A la espera de Dios, Trotta, Madrid 1993, p.84.

[7] J. Martin Velasco, Mística del siglo XXI: Mística y profecía, en, AAVV,  Mística y Filosofía, en,CITeS Universidad de la Mística, Ávila 2009, pp. 77- 128, p. 127.

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