¿Es razonable creer en el cristianismo? III. Hablar De Dios hoy, un diálogo con Fabrice Hadjadj
4 diciembre de 2020En esta sociedad en la que abusamos de las palabras hasta vaciarlas de sentido, donde hablamos demasiado pero cada vez tenemos menos que decirnos, hablar de Dios supone un auténtico desafío. Si asumimos ese desafío lo primero que debemos aprender es a hablar bien. Hablar bien presupone que sabemos lo que decimos, que nuestra referencia es la verdad y no el tópico o la ideología de turno. No debemos olvidar que la palabra auténtica nace de la realidad que intentamos acoger, que contemplamos y sobre la que meditamos. La palabra es la llamada al ser de las cosas, su vocación, su identidad; nace del respeto, del recogimiento ante las cosas. La palabra verdadera entra en comunicación con la esencia misma, parafraseando a Heidegger la palabra es la morada del ser. Esa palabra que busca la verdad, que permite desvelar el bien y la belleza en el misterio de las cosas, que en el amor acoge respetuosamente al otro que nos habla, es ya participe de la gran Palabra creadora, Palabra que como dice San Juan estaba en Dios y era Dios. Cuando eludimos esa palabra el habla se transforma en algo vacío, en un puro parloteo. Si aprendemos a hablar bien entonces podremos hablar sobre Dios y no tomaremos su nombre en vano. Intentemos pues hablar bien.
Encontramos a Dios cuando no nos quedamos en la superficie de las cosas, Dios habita en lo profundo decía Oscar Wilde. Dios no es una palabra entre otras palabras, sino la Palabra que hace existir todas las palabras. Dios no rivaliza con las criaturas, sino que las hace surgir y crecer. El que habla de Dios debe percatarse, antes que nada, de la presencia de lo Eterno en la realidad que nos circunda. Ante la grandeza de Dios uno se siente como un niño que solo puede balbucear ante la presencia del Misterio. El hablar sobre Dios es menos cuestión de técnica, método o estrategia, cuanto de asombro ante la experiencia de lo divino en nuestra vida.
El reto que Dios ha planteado con su Encarnación es, precisamente, hablar de Dios con nuestras palabras con el mismo lenguaje que utilizamos en nuestra realidad cotidiana. Hablar de Dios es algo así como «despuntar el alba», hacer ver a Dios en lo más vulgar de cada día, porque Dios está ahí. «Lo inefable es esto: que él habita bajo las palabras de cada día» dice Fabrice Hadjadj1. Dios ya está presente en cada cosa que nombramos, en cada palabra que pronunciamos. Como niños que balbucean, la palabra Dios en realidad es un “abre-abismos” que nos adentra en la infinitud de lo insondable.
Al hablar sobre Dios también tenemos que tener en cuenta que más que promocionar valores como los de la justicia, el bien o la misericordia, lo que intentamos es facilitar el encuentro con una Persona. El cristianismo es el encuentro con Alguien. Esto implica que a la hora de evangelizar no importa tanto el razonamiento como el encuentro. Lo esencial del mensaje, más que el contenido de lo que se dice, es la presencia del mensajero: por eso el mensaje se puede enviar con «un tipo cualquiera», no se necesita ser «un experto». El objetivo no es seducir sino hacer volverse hacia ese Dios que se revela en Cristo. La conversión es siempre un encuentro libre del que oye con Cristo.
Hablar de Dios requiere pues mucha humildad y mucho amor. La humildad del que sabe que sus palabras son un pobre balbuceo, que no llega a explicar apenas nada de la hondura de su significado. Y el amor del que comprende que incluso en el interlocutor más hostil hay un corazón a hechura de Dios, capaz de darle lecciones. Dios está presente hasta en el más anticristiano con su presencia de creación, de inmensidad. Hablar de Dios es indisociablemente unido al amor a aquel a quien hablamos. El corazón del otro es el gran aliado de Dios y de quien habla de Dios. Al hablar sobre Dios el rostro, el gesto la mirada y la palabra acogedora son tan importantes como las ideas, podríamos decir que incluso más porque ningún razonamiento general puede alcanzar el acontecimiento del misterio de Jesús. Siempre es más atractiva una palabra viviente compartida que una palabra sobre Dios que llega a ser aburrida.
Ya afirmaba Pablo VI que hoy se escucha mucho más a los testigos que a los maestros, o sea que lo esencial es ser una palabra de Dios, más que tener una palabra sobre Dios pues Dios habla a través de nosotros. Para el cristiano, el anuncio es una cuestión de ser, y no de hacer. No se trata de hacer evangelización, sino de ser (verdaderamente) cristiano. Lo esencial es ser, con Cristo, una palabra viviente y entregada al otro, ser una palabra de Dios, más que tener una palabra sobre Dios.
Entonces ¿Cómo hablar de Dios hoy? En el fondo, como dice Fabrice Hadjadj, cuando nos preocupamos menos del cómo y nos tomamos en serio el qué.
Juan Jesús Cañete Olmedo
Sacerdote diocesano y Profesor de Filosofía
[1]Fabrice Hadjadj, ¿Cómo hablar de Dios hoy? Anti-manual de evangelización,Granada: Nuevo Inicio, 2013.