Dios y el silencio IV. El silencio, la palabra y el lenguaje

21 marzo de 2022
  1. El misterio del lenguaje.

Se suele definir el lenguaje como la capacidad propia del ser humano para expresar y comunicar pensamientos y sentimientos por medio de la palabra. Para muchos se reduciría a los sistemas de signos que utilizan las comunidades para comunicarse oralmente o por escrito. No voy a presentar una teoría sobre el lenguaje pero  quiero dejar claro que el lenguaje es más que un sistema de signos o un instrumento de información y comunicación  útil. Existe un lenguaje que traduce un  conocimiento ya dado, objetivo y abstracto, pensemos por ejemplo en el lenguaje de las ciencias. Aquí no hablamos de esta capacidad del lenguaje. Nosotros hablamos del  lenguaje que va más allá de lo descriptivo y explicativo, nos referimos al lenguaje que es capaz que permite tocar el fondo del  ser, el lenguaje que posibilita la creación y el que permite la comunicación existencial. El lenguaje  que más allá de lo pesable, medible y cuantificable nos acerca a la verdad del hombre porque escucha, desde el silencio, algo de esta verdad.

El hombre se cree dueño del lenguaje porque parece  que sin el  hombre no habría lenguaje. Sin embargo, como argumentaba von Humboldt, el hombre no puede inventar el lenguaje  ya que el hombre es lo que es mediante el lenguaje, en cierto sentido podemos decir que el lenguaje le precede, lo hacemos y él nos hace. Como el hombre ha intuido, en el origen de la palabra y el lenguaje hay siempre algo que se nos escapa, algo que es nuestro pero que también nos transciende, algo que experimentamos como un regalo que libremente podemos utilizar. Ese  algo   apunta al propio fundamento de lo real que en la tradición cristiana, pero también en la griega, habla del Logos, la Razón, la Sabiduría, la Palabra que está en el hondón de lo existente. Esto llevó a Max Picard a afirmar que la seguridad  y la calma del silencio humano proviene de la certeza de que el lenguaje siempre está esperando, listo para ser utilizado siempre que el hombre quiere[1].

  1. El silencio y la palabra.

Pero ¿Cuál es la relación de la palabra y el lenguaje  con el silencio?, para  esclarecer la cuestión hemos de distinguir entre distintos modos en los que se nos presenta el silencio. Veamos algunos tipos silencios: hay  silencios que traducen la aniquilación del sujeto o la incomunicabilidad entre los seres(por ejemplo cuando niego la palabra a alguien),está el silencio amenazador,  podemos hablar del silencio buscado a fin de resistir el estruendo del mundo, del silencio del que ignora o del que asiente, o del silencio prudente que evita caer en la necedad del vanidoso que habla sin decir nada por el puro placer de escucharse.  Pero existe también un silencio más ligado a la fuente de la que manan las  palabras, el silencio contemplativo de la realidad, el silencio que permite “ver”, y no solo mirar, al otro, el silencio del que escucha haciendo posible el diálogo,  los silencios vividos junto a las personas que amamos, el silencio que permite  viajar al interior, el silencio de la reflexión, la meditación y la oración. Solo en esos silencios  vividos en  la intimidad podemos entrever las verdades esenciales sobre el amor, la vida, el destino, la muerte o la eternidad. Hay que lavarse los oídos en esos silencios pues ellos permiten oír al alma. Esos silencios se presentan como los lugares originales y resonantes  desde los que se va desenrollando el hilo de la palabra auténtica, la palabra que desvela y crea abriéndose camino hacia el lenguaje. El verdadero hablar es un eco de esos silencios.

Podemos decir que el lenguaje es opuesto al silencio, pero no como su enemigo, sino como su reverso. El lenguaje  es inseparable del silencio porque cada palabra que surge, no surge de la nada, sino del silencio; por esto, el silencio es el respiro del lenguaje, la fuente de donde se alimenta para que luego estas palabras regresen, de nuevo, con fuerza y con sentido. El lenguaje y silencio están entrelazados y se complementan. El silencio es el lugar donde se manifiesta la gran presencia del ser, la gran gesta de todo, la palabra es su proyección y su sueño afirmaba María Zambrano[2]. El mismo  Heidegger[3] que sostenía fervientemente que el lenguaje era la casa del ser  inducía a callar para que el ser nos hablase. El lenguaje no está solo al servicio de la comunicación humana sino que en él se manifiesta el ser mismo.  Sin ese silencio, que nos permite acceder a ciertos territorios que serían ininteligibles sin él, no puede surgir la palabra que genere  un pensamiento y una comunicación auténtica. El silencio no es pues la ausencia de  lenguaje sino la condición necesaria para que surja  una palabra capaz de desvelar el sentido y el significado del mundo. En otras palabras, el silencio se vuelve significativo en relación con la palabra; por esto no son opuestos, sino que representan una unidad: la palabra se hace comprensible desde el silencio y viceversa.

Si el  apego  a la superficie de las cosas, a lo útil o lo inmediato nos aparta de nuestro auténtico ser  el lenguaje pierde su cualidad espiritual transformándose en mero útil para una razón instrumental, o degenera en  mera charlatanería o en  simple ruido. El silencio es lo invisible de la palabra y la palabra lo visible del silencio. Forman una unidad, son como las dos caras de una moneda. La palabra que no viniera del silencio sería un mero sonido, y el silencio sin palabra se desvanecería  en la pura nada.

  1. El encuentro y el silencio.

El silencio es una condición indispensable para que pueda darse  el encuentro real. Sin  el horizonte de silencio no existe ninguna posibilidad de diálogo y de relación interpersonal. Él  no solo nos enseña como ver y entender todo lo que nos rodea sino que  nos permite contemplar al otro. El silencio no es solo callar es atender y escuchar. La escucha es un arte que se ejercita  sin la que el diálogo es sustituido por el monólogo. Hay que aprender a escuchar la voz interior del otro solo así se le puede dar un espacio.  Sin el silencio no se puede cultivar la relación de espíritu a espíritu, de hombre a hombre. Solo a través del silencio  podemos convertirnos en oyentes. Se trata de un estar con el otro, de un escuchar al otro, donde  no solo se da una comunicación auténtica, sino una comprensión de sí mismo y de la verdad. En ese encuentro  las personas se  hacen, se constituyen y se desarrollan[4].

No es el silencio el que genera aislamiento, es el ruido del yo cerrado sobre si el que aísla pues solo se oye a sí mismo. Es  la falta de silencio la que causa la soledad radical al impedir escuchar al otro,  pues escuchar solo es posible cuando el silencio habita dentro de nosotros. Una vez que  el silencio se ha vuelto parte esencial de lo que uno es, la comunicación con otro se convierte en dialogo, en un saber decir y en un saber escuchar, en un fluir constante donde la palabra viene del silencio y regresa al silencio cuando es escuchada. La palabra que regalamos lleva en sí un silencio que indica que procede de nuestra interioridad. El silencio con el que escuchamos permite que, trascendiendo las palabras, vislumbremos el alma de donde emergen.

No debemos olvidar que  para tomar posesión de nuestras palabras y de nuestra vida hemos de pasar por el silencio. El lenguaje, escribe Merleau –Ponty[5], solo vive del silencio: todo cuanto arrojamos a los demás germinó en ese gran país  mudo que no nos abandona. La lengua del alma es el silencio y muchas veces el problema es ponerle palabras a ese silencio, esto nos perturba, de ahí el vano intento de escapar sumergiéndonos en el estrépito de la masa. Sigamos aprendiendo del silencio y regalémonos esas palabras que, brotando de él, nos decimos y nos damos.

Juan Jesús Cañete Olmedo
Sacerdote diocesano y Profesor de Filosofía

 

 

[1]M. Picard, El mundo del silencio,  Monte Ávila Editores, Caracas 1971, p. 2.

[2]M. Zambrano, Hacia un saber sobre el alma, alianza editorial, Madrid 2004.

[3]M Heidegger, Ser y Tiempo, Editorial Trotta, Madrid 2003.

[4] M. Buber, Yo y Tu, Herder , Barcelona 2017.

[5] M. Merleau –Ponty, Lo visible y lo invisible, Buenos Aires, Nueva Visión 2010. P. 115.

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