Carta Pastoral: «A LAS PUERTAS DE UNA NUEVA CUARESMA»
26 febrero de 2011 Muy queridos fieles diocesanos:
1. El próximo día 9 de marzo será miércoles de ceniza. Comenzamos el tiempo de gracia cuaresmal, camino de la Pascua de este año 2011.
Cuaresma es sinónimo de cuarentena. La Iglesia lo ha tomado de la Sagrada Escritura: cuarenta días duró el diluvio; cuarenta días permaneció Moisés en el Monte Sinaí; durante cuarenta años peregrinó el pueblo de Israel por el desierto, camino de la tierra prometida; cuarenta días predicó Jonás la conversión y penitencia en la ciudad de Nínive; cuarenta días permaneció Jesucristo en el desierto, ayunando y haciendo oración.
Estas “cuaresmas” fueron motivo para llamar con este nombre al tiempo que la Iglesia estableció para que los catecúmenos se preparasen para recibir los sacramentos del Bautismo, Confirmación y Eucaristía en la Vigilia Pascual. Los ya bautizados les acompañaban con una renovada conversión para, ante ellos, proclamar juntos sus compromisos bautismales. Así lo seguimos haciéndolo cada año en la noche del Sábado Santo.
2. Su Santidad el Papa, Benedicto XVI, en su acostumbrado Mensaje cuaresmal, invita a la comunidad eclesial a “intensificar su camino de purificación en el espíritu, para obtener con más abundancia el misterio de la redención la vida nueva en Cristo Señor”, durante este tiempo litúrgico.
Esta vida, nos recuerda, se nos transmitió el día del Bautismo y aquel encuentro con Cristo, “conforma toda la existencia del bautizado, le da vida divina y lo llama a una conversión sincera, iniciada y sostenida por la gracia, que lo lleve a alcanzar la talla adulta de Cristo.”
Nuestro Bautismo goza ciertamente de un nexo particular con el tiempo cuaresmal “para experimentar la gracia que salva”, escribe el Papa en su Mensaje, y, por ello, desde siempre, “la Iglesia asocia la Vigilia Pascual con la celebración del Bautismo”. En definitiva: la Cuaresma nos ofrece un recorrido análogo al del Catecumenado que, para la Iglesia antigua, como para los catecúmenos de hoy “es una escuela insustituible de fe y de vida cristiana”.
Durante este tiempo, el cristiano tratará de vivir realmente su Bautismo como acto decisivo de su existencia. Para ello, nos dejaremos guiar de la Palabra de Dios, sobre todo a lo largo de los cinco domingos que nos conducen al Triduo Pascual, y así celebrar renovados la Gran Vigilia de la Noche Santa de la Pascua. Viviremos también de modo, cada vez más radical, el amor de Cristo desde las prácticas tradicionales del ayuno, la limosna y la oración. Contemplaremos desde cerca y de forma siempre nueva, el misterio de la cruz, haciéndonos semejantes a Cristo en su muerte (cf. Flp 3, 10) para llevar a cabo una conversión profunda de nuestras vidas, dejándonos transformar por la acción del Espíritu Santo.
3. El objetivo que nos propone el Santo Padre, como tema de su Mensaje, es hacer este camino bajo la misma propuesta del Apóstol Pablo a los colosenses: “Con Cristo sois sepultados en el Bautismo, con él también habéis resucitado” (Col 2, 12).
Los cristianos hoy, como hace veinte siglos, necesitamos sinceramente convertirnos, cambiar de vida. Los humanos seguimos siendo iguales, con las mismas tendencias e inclinaciones a lo largo del tiempo. Necesitamos renovar nuestra conciencia de discípulos de Jesucristo. Parecernos más a Él, porque, más de una vez, no somos testigos e imágenes fieles suyas. Precisamos reconocer nuestros pecados, pedir perdón y alcanzar la misericordia divina.
Algo se nos pega siempre, además, de la mentalidad que nos rodea. Cada vez es más difícil para algunos en nuestro tiempo reconocer que somos pecadores, que obramos mal en ocasiones. Sin embargo, cuando hay sinceridad y contrastamos nuestra vida real a la luz de los Mandamientos de Dios, siempre encontramos lagunas y líneas mal trazadas que hemos de enderezar.
Escuchamos en la liturgia: “Convertíos a mí de todo corazón con ayuno, llanto y luto”. “Convertíos al Señor Dios vuestro, porque es compasivo y misericordioso”. Repetiremos una y otra vez en el Salmo “Misericordia, Señor, hemos pecado”.
Procuremos acercarnos todos, durante este tiempo, al sacramento de la Reconciliación, abiertos, con humildad, al perdón de Dios. Busquemos con frecuencia el alimento de la Palabra y el Pan de la vida, en que participamos tan directamente de la Víctima del Calvario. Con este alimento de la Palabra y el Cuerpo de Cristo tendremos la fuerza que necesitamos para renovar nuestros criterios, valoraciones y comportamientos.
Que en todas las Iglesias abiertas al culto se intensifique el servicio y preparación para recibir el Sacramento del perdón. Que María Santísima nos dé sus ojos para mirar con ellos a Jesús, su Hijo, y que nos acerquen sus manos a su amor misericordioso.
Con mi saludo en el Señor.
+ RAMÓN DEL HOYO LÓPEZ
OBISPO DE JAÉN