Carta Pastoral a Cofradías de Gloria

21 abril de 2014
     Pascua de Resurrección. El triunfo de la Vida
 
     Queridas Cofradías de Gloria:
     Hemos llegado a la más grande de las fiestas del año cristiano. Mis palabras quiero que tengan el sentido de una felicitación para los hermanos cofrades y familias que tengan la oportunidad de poder leer estas palabras.
     Para esta felicitación he decidido escoger una de las estrofas de la preciosa Secuencia que escuchamos en la Noche de Pascua y que sintetiza bellamente el misterio que celebramos durante estos cincuenta días:

     “Lucharon vida y muerte
     en singular batalla,
     y muerto el que es la Vida,
     triunfante se levanta”.
     Ciertamente, la vida y la muerte lucharon en una batalla singular, única y definitiva. Cristo, entregando su vida por la salvación de todos, se convierte en Vida que triunfa definitivamente sobre el mal. Con la fuerza de su amor infinito ha vencido al pecado y a la muerte. Por la fuerza de su sacrificio en la cruz, que actualizamos en cada Eucaristía, hace nuevas todas las cosas.
     La Resurrección de Jesús constituye el núcleo del mensaje de la Iglesia y el objeto esencial de nuestra fe. Como expresa San Pablo: “si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana también nuestra fe” (1 Cor. 15, 14).
     Los cuatro evangelistas narran este hecho detalladamente y, lo mismo, el libro de los Hechos de los Apóstoles y las cartas de San Pablo.
     Podemos imaginar los sentimientos que se agolparían en el corazón de aquellas mujeres, las primeras, que acudieron al sepulcro para ungir el cuerpo de Jesús. Podríamos, asimismo, imaginarnos los sentimientos de los apóstoles cuando se les aparece Jesús Resucitado deseándoles la paz en el Cenáculo en el día de la Pascua y en otras ocasiones. ¡Cómo sería el encuentro del Hijo con María, su Madre! Hasta tal punto ha calado este último encuentro en la fe profunda del pueblo que, en diferentes lugares de nuestra geografía, se celebra en el día de la Pascua la llamada Procesión del encuentro en la cual una imagen del Resucitado se encuentra con una imagen de María Santísima.
    La contemplación de la Resurrección de Jesús, de su triunfo sobre el mal, el pecado y la muerte, nos abre el camino a determinadas actitudes pascuales para hacerlas nuestras y vivir el evangelio de la alegría:
     – Alegría pascual de sabernos amados por Dios Padre, redimidos por Cristo, llamados a vivir con plena coherencia nuestros compromisos bautismales.
     – Confianza ante la eficacia del amor divino para con nosotros, al entregarnos a su Hijo, camino, verdad y vida que nos lleva al Padre.
     – Pobreza que relativiza los bienes de este mundo, ya que estamos llamados a vivir el momento presente, construyendo el Reino de Dios en este mundo, pero con vocación de eternidad.
     – Caridad y amor hacia Dios desde la presencia eucarística y, desde ella, a nuestros hermanos.
     Digamos repetidas veces, durante este tiempo, la preciosa oración de santo Tomás: ¡Señor mío y Dios mío!
     En este apóstol depositamos las dudas e incertidumbres de muchos cristianos de nuestro tiempo, también las nuestras, los miedos y las desilusiones de innumerables contemporáneos nuestros. A él le pedimos su intercesión para alcanzar, con renovada sinceridad, la fe en Cristo, muerto y resucitado por nosotros. Esta fe, transmitida a lo largo de los siglos por los sucesores de los Apóstoles continúa entre nosotros, porque el Señor Resucitado ya no muere más. Él vive en la Iglesia y la guía hacia el cumplimiento de su designio eterno de salvación.
     A todos os deseo una santa y gozosa Pascua de Resurrección.
+ Ramón del Hoyo López
  Obispo de Jaén
 

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