Homilía de la Misa Santísimo Cristo de la Misericordia Puerta Santa Jubilar de Jódar
3 mayo de 20161. Tenía interés de poder celebrar esta Fiesta del Santísimo Cristo de la Misericordia, junto a las comunidades parroquiales de Jódar y sus devotos. Saben que, de forma extraordinaria, podemos alcanzar en esta Iglesia la indulgencia jubilar de este Año Santo de la Misericordia en el día de hoy, que no deja de ser una gracia muy especial que nos concede el Santísimo Cristo.
Gracias a sus sacerdotes D. Pablo Luis, D. Pedro y D. Blas, al Hermano Mayor de la Cofradía, Junta Directiva y hermanos cofrades, Sacerdotes también presentes en esta celebración, miembros de los Consejos parroquiales, otros representantes, autoridades, coro parroquial, queridos fieles…
2. En el comienzo de su Pontificado el Papa Francisco nos dijo, como marcando, sin duda, sus futuros pasos pastorales que “la misericordia constituye la clave del mensaje del Evangelio”.
Cuatro días después de su elección, comentando el pasaje de la mujer adúltera, ponía especial énfasis en subrayar que la misericordia “lo cambia todo” haciendo del mundo un lugar “menos frío y más justo”[1].
Muchas más veces se ha referido en su magisterio a la misericordia divina, pero ha sido, sin duda, la fuerza del Espíritu Santo, quien le ha movido a convocar este jubileo extraordinario de la misericordia que estamos celebrando, con ocasión del cincuentenario de la clausura del Concilio Vaticano II. Viene a decirnos que repasemos las enseñanzas conciliares bajo esa clave del amor y misericordia divina para seguir renovándonos como cristianos, para responder también a los nuevos desafíos evangelizadores de nuestra Iglesia en el momento presente.
En su Bula de convocatoria Misericordiae vultus, además de dejar bien sentado el principio de que “Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre… (que) Jesús de Nazaret con su palabra, con sus gestos y con toda su persona (nos) revela la misericordia de Dios”[2], nos dice también que “la misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia”[3] y que “es determinante para la Iglesia y para la credibilidad de su anuncio que viva y testimonie en primera persona la misericordia. Su lenguaje y sus gestos deben transmitir misericordia para penetrar en el corazón de las personas y motivarlas a reencontrar el camino de vuelta al Padre”[4].
Esto nos lo dice a todos los cristianos, comenzando por los sacerdotes, como pastores de su grey. Es determinante vivir y practicar la misericordia para con todos, para que nuestro testimonio sea creíble.
3. Su profunda devoción y cercanía al Santísimo Cristo de la Misericordia les conduce de forma muy clara y directa por este camino, puesto que ese Cristo es el rostro exacto y la imagen más perfecta de la misericordia de Dios.
Todo el mensaje evangélico, en realidad, tiene como núcleo central a la misericordia, pero es fundamentalmente en el misterio de la cruz donde, con mayor fuerza, se hace presente el amor misericordioso de Dios, en su Hijo Jesucristo. Fue en el Calvario, el día de Viernes Santo, donde se nos revela sobre todo esa misericordia de Dios por la humanidad, por ti y por mí. Al aceptar la muerte de su Hijo unigénito, como rescate del pecado del primer Adán, el nuevo Adán, Jesucristo muriendo en la cruz, nos habla, desde tan profundo misterio, del alcance con que Dios nos ama.
Sus antepasados acertaron a fijar su mirada en esta imagen del Cristo de la Misericordia, para profundizar interiormente en lo que Dios nos quiere a cada uno. Mirar, besar, adorar a esta imagen del Cristo, no sólo nos explica, sino que además nos acerca siempre al misterio de ese amor misericordioso de Dios.
Qué bien entendió el Apóstol San Pablo este misterio, cuando escribía a los cristianos de Roma: “La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros”[5]. Por eso bien podemos concluir con seguridad en nuestro interior: “Cristo me ama y murió por mí”[6].
En definitiva, la Cruz de Cristo, locura para el mundo y escándalo incluso para algunos creyentes, bien entendido el misterio de amor que encierra, es sabiduría y misericordia divina, para quienes se dejan tocar, en lo más profundo de su ser, por ese amor, pues, también con palabras de San Pablo: “lo necio de Dios es más sabio que los hombres y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres”[7].
4. Después de esta reflexión ante esta venerada imagen de Jesús crucificado, -rostro de la misericordia de Dios por cada uno de nosotros-, me van a permitir que, de forma breve, les presente dos propuestas a modo de conclusión:
La primera: recuperar la grandeza del Sacramento de la Reconciliación, del perdón de nuestros pecados. Nos dice el Santo Padre, para este Año jubilar, que este sacramento “nos permite experimentar en carne propia la grandeza de la misericordia” y que recibir este Sacramento, supone, para cada penitente, una verdadera fuente de paz interior.
Es así de cierto. Muchos podríamos hablar de la verdad que encierran estas palabras y de haber experimentado más de una vez, después de una buena Confesión, esa alegría y paz interior.
No debemos olvidar, los primeros los sacerdotes, la grandeza de este sacramento por el que llega a nuestra vida el flujo de aquella sangre y agua que brotó del costado de Cristo el día de Viernes Santo, cuando taladraron su pecho con una lanza. Su poder y valor infinito lava todo pecado en la persona arrepentida, si así se lo pide al Señor en este Sacramento.
Precisamente la Indulgencia jubilar que hoy venimos a alcanzar, presupone haber recibido o recibir este sacramento durante estos quince días, antes o después de esta fecha, recibir también la Sagrada Comunión, recitar el Credo y la oración del jubileo y orar por las intenciones del Santo Padre, el Papa.
Esta indulgencia alcanza “al pecador ya perdonado y lo libera de todo residuo, consecuencia del pecado, habilitándolo a obrar con caridad y a crecer en el amor más bien que a recaer en el pecado”[8].
La segunda propuesta que presento es precisamente obrar con amor y misericordia para con todos en nuestra vida de cristianos. Esa será nuestra señal de identidad. Así nos lo dejó como testamento el Señor, el día de Jueves Santo: “amaos los unos a los otros, como yo os he amado”[9], que es lo mismo que ser misericordiosos con todos, a lo divino.
“Es mi vivo deseo que el pueblo cristiano, nos dice sobre este particular el Papa, que el pueblo cristiano reflexione durante el jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Será un modo de despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza , y de entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina”. Se nos exhorta, durante este Año Santo a “realizar la experiencia de abrir el corazón a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales, que con frecuencia el mundo moderno dramáticamente crea”[10].
5.Invocamos ante el Santísimo Cristo de la Misericordia la gracia especial de la Indulgencia de este Año jubilar, para “dejarnos sorprender por Dios” y renovar nuestro interior como creyentes católicos.
Suplicamos también la intercesión de nuestra Madre del Cielo, para esta población de Jódar. Que nuestra Señora de la Misericordia nos acompañe en este Año Santo, para que todos “podamos descubrir la alegría de la ternura de Dios”. Ella, sobre todo al pie de cruz, fue testigo de que la misericordia de su Hijo Dios no tiene límites y alcanza a todos.
Demos gracias finalmente, a las generaciones de cristianos y familias que les precedieron en su fe y en esta devoción tan arraigada en Jódar. Que también hoy, de forma especial los miembros de esta Cofradía sepan transmitir a las nuevas generaciones este amor y confianza en el Santísimo Cristo de la Misericordia. Amén.
[1] Ángelus del día 17 de marzo de 2013.
[2] Papa Francisco, Bula Miericordiae vultus, n. 1.
[3] Ibíd., n. 10
[4] Ibíd., n. 12
[5] Rom 5,8.
[6] Ef 5,2
[7] 1 Cor 1, 24-25
[8] Misericordiae vultus, n. 22
[9] Jn 13, 34
[10] M.V. n. 15