II Encuentro del Atrio de los Gentiles
23 marzo de 2014 Ética y religión, la necesidad de un diálogo entre creyentes e increyentes.
El pasado día veinte de marzo, con la participación de más de setenta asistentes entre profesores y maestros que ejercen su docencia en distintos centros públicos de la provincia de Jaén, tuvo lugar en el CEP de Jaén el segundo encuentro del “Atrio de los Gentiles”. Si el primer encuentro verso sobre la relación entre la fe y la ciencia, éste tuvo como tema central el diálogo creyentes e increyentes desde la perspectiva de la ética.
En esta ocasión fue Ildefonso Camacho, Rector de la Facultad de Teología de Granada hasta el año 2012 y actual Presidente del Patronato de la Fundación Universidad Loyola de Andalucía, el que compartió la tribuna con Juan Jesús Cañete Olmedo, actual Vicerrector del Seminario de Jaén. Los ponentes pusieron de manifiesto la necesidad de construir una ética compartida, una ética cívica o de mínimos que permitiese la convivencia en nuestra sociedad caracterizada por el pluralismo. La justicia, la solidaridad o la responsabilidad serían, por ejemplo, aspectos que tendría que recoger esta ética. Esta ética de mínimos compartidos la tendríamos que ir construyendo entre todos sin excluir a nadie del debate público, solo así podríamos integrar las distintas identidades en esta sociedad multicultural.
En el desarrollo del encuentro se destacó la importancia de reconocer que en occidente esta ética cívica hundía sus raíces en una tradición judeocristiana, y que los contenidos de esta tradición seguían impregnando los rasgos fundamentales de la moralidad. La dignidad de la persona, la idea de reconocimiento recíproco o la fraternidad universal, por ejemplo, tenían sus raíces en el suelo nutricio de esa tradición. Podría decirse que, aún siendo autónomas, la religión tenía una entraña ética y la ética una entraña religiosa. Ambas son distintas pero cercanas. Reconocer esto tendría claras ventajas, en primer lugar desactivaría los fanatismos por parte de las religiones al reconocer una convergencia ética, y por el lado de la mentalidad ilustrada iría deponiendo esos restos de recelo antirreligioso, de lo que resultaría un benéfico frente común humanista. Habría que reconocer, parafraseando a Adela Cortina, que una ética ajena a la religión terminaría convirtiéndose en una ética estatal donde el ciudadano fagocitaría al hombre.
Finalmente se incidió en la peculiaridad de la dimensión ética del cristianismo, ética que surge del ágape, del amor incondicional, y que revela una justicia que se abre a la compasión y la misericordia. Es esa idea de hombre revelada en Jesús, que nace del mismo Dios Amor, la que actúa como el germen que permite abrir la historia a la esperanza. Aquí encontramos un gran espacio para la religión, pero no una religión reactiva sino proactiva que descubra ese Misterio que está en el hondón del hombre que más allá del contrato se abre a la gratuidad permitiendo decir “tú” antes que “yo”. Desde aquí podremos ser capaces de reconocer las distintas identidades, podremos abrir las puertas a la compasión y podremos situar a las personas por encima del “Índice de la Bolsa” o de la lógica del mercado y no al revés. El cristiano no participará en este debate solo como maestro sino sobre todo como testigo. La ética que nace del ágape es una ética que debe pensarse pero sobre todo que debe vivirse. Ahí está su autentica fuerza más allá de lo abstracto de las éticas puramente naturales y aquí estamos pensando en una clásica reflexión de Mounier.
Juan Jesús Cañete Olmedo.