Pensar la fe IV. ¿Nos hace la religión mejores?

30 mayo de 2021

Es lugar común el que se critique a los cristianos por la incoherencia entre lo que decimos creer y lo que realmente vivimos. Recuerdo como Bertrand Russell en su obra ¿Por qué no soy cristiano?, decía que los cristianos hablaban mucho de la vida eterna y, salvo honrosas excepciones, se aferraban a ésta con uñas y dientes. En qué quedaba eso de atesorar tesoros en el cielo apuntillaba. ¿Qué decir?, que en parte tienen razón, que eso de amar a Dios sobre todas las cosas, o de que nuestra existencia se sustente sobre la piedra angular que es Cristo, no parece cumplirse en muchos de nosotros ya seamos laicos o clérigos. Como no soy masoquista no  pretendo que nos flagelemos,  simplemente quiero que  reconozcamos que después de todo solo Dios puede salvarnos.

Los seres humanos  somos intensamente  interesados y egoístas, pero hemos encontrado las formas más ingeniosas de esconder nuestros verdaderos motivos de acción con  un lenguaje moral y racional. Las personas, en muchas ocasiones, no admitimos ante los otros, e incluso ante nosotros mismos, aquello que nos llevó a pensar o actuar así. De hecho siempre solemos encontrar razones  que  justifiquen nuestras acciones. Salvo cuando se trata de esas personas a las que amamos verdaderamente, y no suelen ser tantas, nuestro impulso es  a centrarnos en nosotros mismos. Puedo parecer duro con las palabras que voy a decir pero parece que no somos libres de amar a los demás porque en el fondo no deseamos hacerlo. Si pensamos un poco  no hace falta mucho para darse cuenta  que las circunstancias de la vida fácilmente nos pueden quitar  el barniz de la moralidad fácil. Digámoslo claramente: la verdadera virtud es sumamente costosa y parece ir  contra algunos rasgos de la naturaleza humana.

Quizás el análisis anterior lo tenga más claro el cristiano que el no cristiano. De hecho todo cristiano sabe que es un pecador, mientras que el secularismo occidental se basa en creencias  que incluyen la racionalidad y bondad de los seres humanos. Según el secularista la razón debería  bastarnos para guiarnos hacia  los objetivos de la paz y la justicia. La realidad es muy tozuda y esta cosmovisión irenista se viene abajo cuando echamos una mirada alrededor, o simplemente examinamos nuestra vida. El corazón humano se mueve entre la luz y las sombras, y el plano se inclina en muchas ocasiones hacia la zona oscura. Landon Gilkey lo llamaba “lo irremisiblemente animal del ser humano”, de hecho no son demasiadas las personas capaces de autosacrificarse por los demás. No soy roussoniano ni hobesiano, por lo tanto no creo ni en la bondad ni en la maldad natural de la humanidad. El hombre es capaz del bien y del mal, pero lo que sí tengo claro es que la razón y la voluntad no son suficientes para promover por sí solas el bien. La historia nos da infinidad  de ejemplos de   la fuerza del egoísmo frente a los débiles argumentos de la lógica.

Muchos filósofos piensan que el bien y el desinterés moral son una consecuencia de la razón, yo pienso que es justamente al contrario, ambos son  prerrequisitos para que  la razón tenga vida.¿Qué quiero decir?, en pocas palabras, si  vamos a vivir con sensatez y a usar bien nuestras mentes, necesitamos nuevos corazones. Necesitamos algo que nos haga capaz de amar a los otros no solo por nuestro bien sino por el suyo, pienso que es la fe en el Dios de Jesucristo la que nos posibilita poder amar así. Solo Dios nos puede ofrecer un propósito que permita superar nuestras vidas precarias y contingentes, nuestras identidades fragmentarias. De eso se trata cuando hablamos de un nuevo corazón.

Volvamos a la pregunta inicial ¿nos hace la religión mejores? ¿Nos dota de un nuevo corazón? Con toda claridad he de decir que la religión por sí sola  no produce la transformación del corazón, de hecho no es infrecuente que pueda empeorar nuestro egoísmo. A veces el egoísmo y la mezquindad se pueden disfrazar de santurronería. Como enseñaba Reinhold Niebuhr la religión no es lugar donde se resuelve automáticamente el egoísmo del hombre. Más bien, es allí donde ocurre la batalla final entre el orgullo humano y la gracia de Dios. Dado que el orgullo humano puede ganar la batalla, la religión puede convertirse en uno de los instrumentos del pecado humano. Pero, por otro lado, el encuentro con Dios puede hacer que uno pueda rendirse a algo más grande que el propio interés por uno mismo. Siendo así la religión  nos puede proveer de la posibilidad (quizás la única posibilidad)  para  liberación de nuestros egoísmos e intereses llegando  incluso a poner al otro por encima de nosotros mismos.

De hecho la  cuestión que he planteado en este artículo debiera reformularse así: ¿La religión te ha hecho mejor?

Juan Jesús Cañete Olmedo
Sacerdote diocesano y Profesor de Filosofía

 

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