Carta Pastoral: Solemnidad de Pentecostés. Día del Apostolado Seglar y Familia en el Año de la Fe
15 mayo de 2013 Testigos de la fe en el mundo
Queridos fieles diocesanos:
Queridos fieles diocesanos:
1. Los cristianos conmemoramos y celebramos, en la Solemnidad de Pentecostés, el gran acontecimiento de la venida del Espíritu Santo a la naciente Iglesia de Jerusalén y, hoy también, a todo el Pueblo de Dios.
Jesús, después de volver al Padre, envía el Espíritu a sus discípulos, como lo había prometido. Con él les enriqueció con especiales dones, les recordó cuanto les había enseñado y les animó para entregar sus vidas a favor de la edificación de la Iglesia para ser sus testigos en todo el mundo.
Pentecostés es el comienzo de la Iglesia, el tiempo en el que nosotros tenemos la suerte de vivir, tiempo que se extiende desde aquella primera venida del Espíritu Santo en Jerusalén hasta que el Señor vuelva al final de los tiempos.
Este proceso, que se inicia con el Bautismo, lleva inherente nuestra participación en la misma misión de Jesucristo, para vivir y proclamar su Evangelio y hacer nuevos discípulos en su nombre. Es el encargo que recibimos de Jesús desde la época apostólica hasta que Él vuelva. “La Iglesia existe para evangelizar” (EN 14).
2. Todos los años venimos dedicando esta Jornada de Pentecostés, como pueblo de Dios en marcha, a fijar nuestros ojos en el apostolado de los seglares y de la Acción Católica, en nuestra Iglesia diocesana unimos también, a la Delegación de Apostolado Seglar, la de Familia y Vida.
2. Todos los años venimos dedicando esta Jornada de Pentecostés, como pueblo de Dios en marcha, a fijar nuestros ojos en el apostolado de los seglares y de la Acción Católica, en nuestra Iglesia diocesana unimos también, a la Delegación de Apostolado Seglar, la de Familia y Vida.
Si miramos especialmente en este día a los fieles laicos y familias cristianas, a sus organizaciones, movimientos y otros grupos, y les dedicamos nuestra oración y apoyo, es por el papel tan relevante que tienen a favor de la evangelización y para el propio desarrollo eclesial.
Los seglares han de hacerse presentes, desde su vocación laical, en todos los campos de las realidades temporales. Esforzarse para que la vida en la sociedad se desarrolle conforme a los planes de Dios, es decir, con criterios cristianos, orientados siempre por los principios del Evangelio. Deberán respetar la legítima autonomía de las realidades temporales, que tienen sus propias leyes, pero estarán siempre atentos para que estas leyes no entren en contradicción con la ley de Dios.
El laicado y familias, tienen, también un lugar preeminente en los servicios y organizaciones de las comunidades cristianas: en las celebraciones litúrgicas, en los Consejos diocesanos, arciprestales y parroquiales, en la organización de la caridad, en la catequesis y enseñanza de la Religión Católica, en la atención a las personas mayores, impedidas y enfermas, en la preparación para el Sacramento del Matrimonio y su apoyo posterior. Bien sabemos que sin ellos no podría desplegarse apenas la eficacia evangelizadora, caritativa y cultual de la Iglesia en todos sus niveles.
3. En la Carta apostólica Porta fide, con la que Su Santidad Benedicto XVI nos convocaba para la celebración de este Año de la Fe, nos indicaba que:
“La fe es decidirse a estar con el Señor para vivir con él. Y, ‘este estar con él’ nos lleva a comprender las razones por las que se cree. La fe, precisamente porque es un acto de la libertad, exige también la responsabilidad social de lo que se cree. La Iglesia en el día de Pentecostés, muestra, con toda evidencia, esta dimensión pública del creer y del anunciar a todos sin temor a la propia fe. Es el don del Espíritu Santo el que capacita para la misión y fortalece nuestro testimonio, haciéndolo franco y valeroso” (n.10).
Cierto que estas preciosas palabras están dirigidas a todos los fieles de la Iglesia, también a los sacerdotes y consagradas/os, pero bien podemos proponérselas en esta jornada a la reflexión especial de los seglares, y familias cristianas.
Nuestra sociedad necesita hoy, como siempre, de testigos creíbles que, sin miedos y vacilaciones, interroguen con sus vidas a quienes buscan la verdad y sientan el deseo de una vida auténtica y con sentido. Pero el testimonio no es suficiente. Se precisa también confesar públicamente en quién creemos y porqué creemos. El cristiano ha de explicar y aclarar abiertamente porqué vive así y hace lo que hace. En otro caso podrán hasta admirar una vida dedicada a los demás pero no descubrirán que la razón de sus comportamientos radica y nace en Cristo como en su fuente y en centro.
Quien no irradia su fe con obras, fuera de sí mismos, podríamos decir que se trata de una fe “muda”, más cercana a deslizarse por la vía de la pasividad e indiferencia que por la del crecimiento.
4. Es hora de despertar de sueños, con realismo y confianza plena en la acción de Dios, apoyados en la fuerza de su Espíritu. Es hora de asumir con humildad los talentos que el Señor ha puesto en nuestras manos a favor de los demás. Urge una evangelización “nueva”, sin complejos y dedicación generosa, como la de tantos cristianos que nos precedieron en estas tierras, en parecidas circunstancias, llegando incluso algunos al testimonio supremo del martirio.
Animamos por ello, a las Delegaciones Episcopales de Apostolado Seglar y Familia a las asociaciones y movimientos, a las organizaciones de laicos y familias cristianas, tanto como fieles asociados, como de forma individual, para que el fuego y fuerza del Espíritu Santo, quite miedos y, desde una alegría renovada, hablen todos de lo que creen.
En medio del impresionante avance tecnológico del universo y el menoscabo o estancamiento de los valores del espíritu, los cristianos debemos convencernos de que una de las tareas primordiales de la Iglesia en este siglo, será proclamar y vivir la verdad de la presencia de la acción del Espíritu Santo en la vida de los cristianos y en el desarrollo de la historia de los pueblos.
Esta es la antorcha que las familias, asociaciones y movimientos laicales deberán mostrar con entusiasmo, como luz y sal, con la ayudad del Espíritu Santo.
Gracias queridos fieles porque desde vuestra vocación y dedicación generosa, construís día a día, con vuestros sacerdotes y personas consagradas, esta Comunidad diocesana, nuestra querida Iglesia de Jaén.
¡Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor!
Con mi afecto y bendición.
+ RAMÓN DEL HOYO LÓPEZ, OBISPO DE JAÉN