Reflexiones del Obispo de Jaén para un periodo “incierto”: ¿Cómo encontrar la esperanza?
5 noviembre de 2020AL HILO DE “PALABRAS QUE ACOMPAÑARON”
La reflexión que ahora ofrezco llevo semanas matizándola, no sólo por su contenido, sino también por su oportunidad. Lo que iba escribiendo, siempre miraba al pasado cercano. Ahora, con esta vuelta masiva de contagios y muertes, lo escribo con más conciencia de lo que deseo decir y como una aportación más a lo que hice en la primera fase, que ha sido recogida en un sencillo libro, que lleva por título “Palabras que acompañaron”.
Aunque ya hay muchos estudios sociológicos sobre lo que supuso la fase de confinamiento, lo que ahora de pronto estamos reviviendo, al menos en lo que se refiere a la reacción social, nada tiene que ver con la de entonces. Sin embargo, lo que nos sucedió antes y lo de ahora nos está indicando que hay cosas esenciales que deberíamos de tener en cuenta: que hemos de habilitarnos de actitudes y valores para lo que se avecina, que todo apunta a que cada vez es más grave, y que tiene unas previsiones sanitarias, económicas, laborales, sociales, religiosas, etc, que realmente son muy inciertas.
En la toma de conciencia de cuanto nos sucede en estos días de pandemia, al ser algo tan nuevo, desconcertante y excepcional, cada cual ha de poner lo mejor de sí mismo. Sobre todo, hay que sacar hacia fuera, hacia nuestra relación con los demás, los mejores valores que hemos ido acumulando a lo largo de nuestra vida, y hemos de dejar de lado todo lo que pueda entorpecer la búsqueda de una mejor convivencia. En tiempo de pandemia, si queremos mostrar lo mejor del ser humano, hemos de dejar de lado todo lo que pueda empobrecer el mejor de los valores, el que más nos motiva en estos días, la solidaridad, que es, como ha dicho Papa Francisco, “la roca del bien común”.
Si el coronavirus es un mal que acecha a todos, y nadie está libre de ser atacado por él, ya en su origen es pura solidaridad en el temor, en la enfermedad, y en la muerte, incluso. A todos contagia por igual, desde todos se extiende y a todos puede afectar; aunque algunos tengan más riesgo, especialmente los de las edades más tardías; para todos supone el mismo peligro. ¿Qué hacer entonces?
¿CÓMO SER PERSONA EN TIEMPO DE PANDEMIA?
Esta situación tan especial y común, quizás esté pidiendo que nos hagamos esta pregunta: ¿Cómo ser persona en tiempo de pandemia? Parece ser que la respuesta no puede ser otra que poner, en esta situación común, lo mejor de nosotros mismos y aportar, en todo, nuestra cooperación solidaria. Eso, ya de entrada, supone aceptar que la pandemia nos puede hacer mejores, más dignos, más nobles… supone reconocer que esta pandemia, en medio de tanto mal, puede suscitar nuevos comportamientos que vayan renovando nuestra escala de valores. (Se ha hecho viral el testimonio del hijo de la barrendera deslomada). En tiempo de pandemia descubriremos, sobre todo, que podemos prescindir de todo lo que era solo adorno en tiempo de superficialidad. En esta nueva etapa hemos de renunciar a lo superfluo y centrarnos en lo que sea esencial para nosotros y para todos. No obstante, como la vida no es solo renunciar sino construir, para que no nos vuelva a contagiar el deseo de lo que no tiene tanto valor, hemos de hacer un programa de vida que se centre en ennoblecer nuestra dignidad personal, que ponga de relieve un modelo de persona sólida y fiable.
¿CÓMO SER CRISTIANO EN TIEMPO DE PANDEMIA?
En principio, todo lo que hagamos para ser persona digna, lo hemos de hacer para ser cristianos. Es posible que, si hacemos bien el modelo de lo humano, en nada tengamos que cambiar para mostrar lo mejor de nosotros como cristianos. De hecho, hay muchos hombres y mujeres, que en tiempo de pandemia están dando, con una enorme generosidad, lo mejor de sí mismos. Son todos aquellos a los que hemos considerado, con razón, los grandes héroes de la COVID-19. Son todos los que han puesto salud, cariño, ternura y, sobre todo, mucha paz y esperanza en unas relaciones humanas tan dañadas por la intranquilidad y el miedo. Lo son también los que han sabido encontrar el sentido y la luz en la soledad. Pues bien, seguramente todo eso tiene ya en muchos, semillas de fe, esperanza y caridad.
Lo que sí tendremos que hacer, desde la fe, es enriquecer lo humano con el toque de la gracia, que siempre lo esclarece y enriquece. Los cristianos hemos de vivir con las razones que nacen de nuestra condición de criaturas e hijos del Dios Creador, que ha puesto en nuestras manos el mundo para que lo conservemos; nos situaremos con nuestra identificación y seguimiento de Cristo, que tiene unos valores que santifican y dignifican, como son las bienaventuranzas; sentiremos la presencia del Espíritu Santo, que anima y fortalece y siempre promueve los valores que vienen de Dios para enriquecer la convivencia de su Reino, en tiempo de bienestar y en tiempo de problemas.
Vivir de la fe elevará nuestra condición humana y será un impulso para una mayor ejemplaridad en cuanto debamos hacer en favor de los demás. No hemos de olvidar que este tiempo diverso pone a prueba nuestras reacciones, nuestros sentimientos y nuestras acciones, y nos pide que seamos expresión de una vida de amor, entrega y donación total, en definitiva, que refleje el amor de Dios. Sería inagotable el elenco de grandes y pequeñas opciones que podemos hacer cada día como cristianos en tiempo de pandemia.
Pero hay algo que no puede faltar, si queremos que nuestras acciones, sentimientos y actitudes transparenten las de Dios: vivir de la fe en el encuentro con Jesucristo en cada circunstancia de nuestra vida. El discípulo de Jesús se ha de alimentar en todas las situaciones de la vida con la Palabra que ilumina; con el alimento eucarístico que mantiene y vivifica; con el perdón que ofrece confianza en la misericordia; y con el consuelo que nos hace vivir en la esperanza. La vida del cristiano no es hacer cosas, como a veces piensan algunos. La vida del cristiano es saber dónde está la fuente que nos alimenta y fortalece y acudir a ella para hacer acopio de agua viva, cuando esta corre en fertilidad, para poder beber cuando sea escasa en el desierto. Esto es justamente lo que nos está sucediendo en estos días y meses de pandemia, que tenemos que vivir del agua reservada en el corazón.
LA CARENCIA FORTALECE EL DESEO
En este tiempo complejo y difícil, hemos de aprender que lo más oportuno es valorar lo que habitualmente, en tiempo de abundancia, nos hace vivir. En la carencia, nuestra vida cristiana puede salir fortalecida porque, lo poco que teníamos, ha estado incluso más presente en nosotros, que cuando participábamos en los misterios de la fe y quizás no los celebrábamos con la conciencia y la profundidad necesaria. Mientras no se valore el sacramento en su verdad y en su riqueza, la que el amor de Dios pone, no será más que un rito que no deja huella o una actividad más que vivimos sin las motivaciones necesarias.
Ahora, por ejemplo, una vez más he tenido que suspender el ritmo de confirmaciones por este nuevo y grave rebrote del virus. Sería bueno que ante eso nos preguntáramos: ¿por qué y para qué me confirmo? ¿cuál es la relación de este sacramento con mi vida de fe? ¿sitúo el Sacramento del Espíritu en el crecimiento de mi vida y compromiso cristiano? Son muchas las oportunidades que estamos teniendo para interiorizar lo que somos y hacemos; son todas las que nos obligan a encontrar el valor de lo que antes hacíamos como un puro hábito. Quizás lo que nos está sucediendo nos está obligando a situarnos en lo más esencial y auténtico de nuestra vida cristiana; en eso que siempre, con pandemia o sin pandemia, deberíamos buscar.
TIEMPO DE CULTIVAR CONVICCIONES ESENCIALES
Aunque nos falte la participación presencial en la vida ordinaria de la Iglesia, no dejemos que se debiliten, en modo alguno, los vínculos con la existencia cristiana que habitualmente cultivamos en la vida comunitaria de nuestras parroquias. Al contrario, que el deseo y la nostalgia los fortalezca. Actuaremos con acierto si nos situamos en algunas convicciones esenciales: soy cristiano, soy Iglesia, soy comunidad, soy hermano.
Es tiempo, en definitiva, de hacerse preguntas en las situaciones en que cada uno esté viviendo. Sobre todo, hemos de preguntarnos: ¿Cómo ser cristiano en tiempo de carencias, bien sea por la pandemia o por otras circunstancias? Y descubriremos que es tiempo de llevar la experiencia cristiana a las situaciones de nuestra vida: en nuestro sentir, pensar, valorar y en nuestro amar. Es tiempo de encontrar a Cristo en medio de nosotros, aunque no se pueda participar en las acciones de la Iglesia, esas que nos fortalecen con su gracia salvadora; es tiempo de llevar el tesoro de la fe en medio de las tareas, las luchas, los empeños y las ilusiones de un mundo en el que me he de mover como testigo de los valores del Reino y de las esperanzas del Evangelio.
CON UNA CONVERSIÓN A LA DIGNIDAD DEL SER HUMANO
La Iglesia, por su parte, tiene la misión de acompañar la vida de todos con una misión pastoral, en la que hay que poner una especial fantasía misionera. Con el Papa Francisco nos hemos acostumbrado a decir que la nuestra sea una Iglesia “en salida”. Pero eso no es suficiente en estos momentos, aunque sea un primer paso imprescindible. Hay que salir, pero no basta con poner los pies en la calle, hay que salir porque los retos mayores para la Iglesia se han trasladado a la vida multiforme y compleja en la que se mueven los corazones en búsqueda, y sobre todo, los corazones vacíos y rotos y los cuerpos dañados por la enfermedad, la muerte y la pobreza.
Los multivirus que dejará la COVID-19, cuando se vaya, que esperemos que así sea, necesitarán una vacuna eficaz. Y la única que de momento estamos seguros de que lo es, será la de ofrecer a todos dignidad humana. Esa sólo se fabrica en los laboratorios que hayan encontrado una composición que contenga algunos ingredientes definitivos: el amor de Dios Padre y la presencia salvadora de Jesucristo, nuestro hermano. La mejor vacuna será siempre la conversión a la dignidad de lo humano, para llevarle a cada cual el antídoto social, económico, laboral o espiritual que le impida sufrir cualquier tipo de marginación o descarte; en definitiva que le lleve el querer de Dios, que es siempre la vid ay el bien del hombre.
CON UNA PASTORAL DE REDUCIR DISTANCIAS
Justamente por eso, la pastoral de la Iglesia, además de salir, ha de reducir las distancias con los que están fuera, que son la inmensa mayoría. Los que están dentro han de ser una familia espiritual y apostólica, en la que todos los nacidos a la fe en el Bautismo y que se sientan a la mesa de la Palabra y de la Eucaristía, sean activos en el servicio de mirar, con predilección, a los que están lejos, con una pastoral de proximidad. Todos, en comunión de fe y de vida, han de decir que Cristo, misterio de amor, se ha unido a todo hombre. A través de la vida cristiana de nuestras comunidades, todos han de escuchar, del testimonio cristiano, que Jesús está a su lado en cualquier situación y circunstancia. Por el testimonio cristiano, todos han de sentir que Jesucristo “trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejantes en todo a nosotros, excepto en el pecado” (GS 22).
En tiempo de pandemia, la pastoral física, cultural, social, espiritual y moral ha de mostrar “que no es lo mismo haber conocido a Jesús que no conocerlo, no es lo mismo caminar con Él que caminar a tientas, no es lo mismo poder escucharlo que ignorar su Palabra, no es lo mismo poder contemplarlo, adorarlo, descansar en Él, que no poder hacerlo. No es lo mismo tratar de construir el mundo con su Evangelio que hacerlo sólo con la propia razón”. (EG 266)
CON EL ANTIVIRUS DE LA SOLIDARIDAD
La pastoral de la Iglesia ha de saber mostrar que también tiene un antídoto para las otras patologías sociales como injusticias, desigualdades, marginaciones, desprotección y vulnerabilidad, que van a afectar a muchas masas sociales. Del mismo modo que el Coronavirus es un problema común, los virus sociales también han de ser mirados como un problema que a ninguno de nosotros nos pueden ser ajenos. La solidaridad con la que compartimos el dolor, también la tenemos que cultivar en la esperanza de hacer un mundo mejor, más digno, más igualitario, más justo, siempre mirando al bien común. Para eso hemos de lograr “la pasión compartida por una comunidad de pertenencia y de solidaridad, a la cual destinar tiempo, esfuerzo y bienes” (FT 50).
Como nos acaba de decir el Papa Francisco en su reciente encíclica, Fratelli Tutti: “Anhelo que en esta época que nos toca vivir, reconociendo la dignidad de cada persona humana, podamos hacer renacer entre todos un deseo mundial de hermandad. Entre todos: «He ahí un hermoso secreto para soñar y hacer de nuestra vida una hermosa aventura. Nadie puede pelear la vida aisladamente. […] Se necesita una comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mirar hacia delante. ¡Qué importante es soñar juntos! […] Soñemos como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos” (FT 7-8).
EN TODO OCUPARNOS DE SERVIR
Como quizás algunos podéis pensar que son muchas recomendaciones con poco sentido indicaré alguna esencial, que no puede ser más eficaz: en todo ocuparnos en servir a nuestros hermanos; no hay nada más práctico. De momento, lo primero de todo será ocuparnos de no hacer nada que pueda poner en riesgo la salud y la vida de los demás. A partir de ahí, la opción por las víctimas, en cualquiera de sus consecuencias, habrá de ser nuestra prioridad y, por lo tanto, que todas nuestras acciones, decisiones, opciones de vida, se dirijan a ese bien común.
No deberíamos olvidar que la solidaridad ha de ser, en nuestro tiempo, el paradigma de nuestras relaciones. ¡Ojalá se instalase en el mundo para siempre! Los cristianos lo sentimos especialmente en María, porque fue la solidaridad lo que llevó a Dios a hacerse hombre por nosotros en el corazón y el seno de una Madre, que luego, solidariamente, nos regaló su Hijo desde la cruz.
Jaén, 4 de noviembre de 2020
+ Amadeo Rodríguez Magro
Obispo de Jaén