María Zambrano. Una filosofía cristiana I
14 febrero de 2025
María Zambrano es, para muchos, la pensadora más importante que España ha dado en el siglo XX. Nació en Vélez-Málaga en 1904 y murió en Madrid en 1991. Hija de dos maestros, su padre republicano coherente y su madre ferviente católica, inculcarán en su alma el amor por la libertad (siempre se sentiría republicana) y la profunda fe católica de la que nunca abjuró. Estudió filosofía en Madrid con profesores de la talla de Xavier Zubiri o García Morente, considerándose a sí misma como discípula de Ortega y Gasset. Como tantos otros intelectuales después de la Guerra Civil española, partió hacia el exilio a Francia en el año 1939 junto a su madre y su hermana. Se iniciaba así una larga itinerancia que la llevaría a París, Nueva York, México, La Habana, Puerto Rico, Roma, La Pièce (Francia) y Ginebra, en ninguno de estos lugares halló su sitio. Ella reconoció, al final de su vida, que el exilio fue como su patria. De hecho, la categoría de exiliado se convertirá en una metáfora del ser humano. En el año 1981 recibiría un reconocimiento público al otorgársele el premio príncipe de Asturias. Regresó a España en 1984 donde fue galardonada con el premio Miguel de Cervantes en 1988. Murió en Madrid 1991.
Podemos catalogar a María Zambrano como una filósofa cristiana en la que su pensamiento y su vida van al unísono. En 1964, había escrito a la poetisa Reyna Rivas: Pienso, digo, rezo; Señor mío, ya que me mandas vivir, haz que para vivir tenga y pueda así cumplir tu voluntad. Inteligencia, libertad, apasionamiento y religiosidad católica, son claves en el pensamiento filosófico de María Zambrano. En el núcleo de su pensamiento se entrelazan constantemente la filosofía, poesía y religión.
El hombre, como ser histórico, es un caminante que continuamente rebasa los límites que encuentra; es un ser exiliado que tiene que encontrar un sentido, una finalidad a la existencia; es un ser paradójico que continuamente tiene que construirse y reelaborarse ante el misterio que encierra el cosmos. María Zambrano hizo consistir su quehacer filosófico en una búsqueda del fundamento último del existir humano que siempre se encuentra en crisis, en continua búsqueda de algo sólido en lo que apoyarse. “La crisis, dirá, muestra las entrañas de la vida humana, el desamparo del hombre que se ha quedado sin asidero, sin punto de referencia; de una vida que no fluye hacía ninguna meta y que no encuentra justificación. Entonces, en medio de tanta desdicha, los que vivimos en crisis tengamos, tal vez, el privilegio de poder ver más claramente como puesta al descubierto por sí misma y no por nosotros, por revelación y no por descubrimiento, la vida humana; nuestra vida”.
Para ella la filosofía se ha ido alejando de la vida. La razón humana ha sido desgarrada progresivamente al quedarse reducida a lo instrumental, a lo medible. En la modernidad, con el triunfo del racionalismo y la razón científica, lo cuantitativo ha vencido a lo cualitativo (a la esencia de las cosas). Pero la vida y lo esencial del hombre no se pueden pesar ni medir. Como consecuencia el hombre ha perdido la brújula que le muestra su camino, su norte, su sentido. Frente a esta razón reductora y científica ella intentará abrir el pensamiento a la piedad, al sentir, a la poesía. Esto supone restaurar la unión de las dos mitades del ser humano que, para María Zambrano, se expresan en la filosofía y la poesía. María Zambrano nos viene a decir: que elhombre no solo vive de razón, su razón es poética, parte del sentimiento de la vida, de la experiencia personal, de ese ámbito místico del que según Wittgenstein no se puede hablar. A la filosofía le corresponde sintonizar el logos humano (pensamiento, razón) con el Logos divino (fundamento y sentido). Solo una razón-cordial, la razón poética tal como la entiende María Zambrano permitirá encontrase con el Dios vivo, no el Dios racionalista de los filósofos, que pueda mostrarle al hombre el misterio de su origen, de su existencia y, por ende, su meta.
María Zambrano que convirtió su exilio en una metáfora que mostraba que el hombre no es más que un caminante que va de paso hacia su auténtica patria, no dudó en decir a su amigo el poeta panameño Edi Simons: “estamos en la noche de los tiempos hay que entrar en el cuerpo glorioso”. Y, una vez realizado su tránsito por este mundo, pasó a dormir en la casita (así llamaba Zambrano a su sepultura, amortajada con el hábito de la orden Tercera Franciscana, con el que siempre viajaba por si acaso) que, entre un naranjo y un limonero, había querido construir en el cementerio de su pueblo natal. Una casita, señalada e identificada con un texto del Cantar de los Cantares como epitafio: Surge, amica mea et veni (Levántate, amiga mía, y ven).
Juan Jesús Cañete Olmedo
Sacerdote diocesano y Profesor de Filosofía