Carta Pastoral: Cuaresma y Pascua de 2015
16 febrero de 2015 Queridos fieles diocesanos:
En el día del Miércoles de Ceniza, 18 de febrero, pongo en vuestras manos unas breves reflexiones sobre los grandes misterios de nuestra fe que anualmente preparamos y celebramos los cristianos.
1. Ha llegado el tiempo cuaresmal. La liturgia de la Iglesia nos presenta el recorrido de estos cuarenta días como un retiro ininterrumpido de toda la comunidad cristiana, junto con Jesucristo, en el desierto.
Es tiempo de conversión para unirnos y vivir de forma nueva el misterio pascual de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo Jesús. Tiempo para sembrar en abundancia la Palabra de Dios en nuestros corazones, fijar nuestros ojos en Nuestro Señor Jesucristo, orar con Él y socorrer a los hermanos necesitados con nuestras limosnas.
Esta visión del nuevo Pueblo de Dios en marcha hacia la Pascua, no deja de ser un espectáculo desconcertante para personas de nuestro entorno. El Concilio Vaticano II nos enseña y recuerda: “Por el Bautismo los hombres son injertados en el misterio pascual de Jesucristo; mueren con Él, son sepultados con Él y resucitan con Él” (SC, 6).
2. La alegría de la Pascua: Este término significa etimológicamente “tránsito”. Es el “paso” de Cristo desde su vida mortal a la vida gloriosa, a través de su Muerte y Resurrección.
Reflexionemos desde el silencio, en este tiempo, que el Señor Jesús con su muerte destruyó nuestra muerte, al ofrecer su vida voluntariamente a Dios Padre para reparar la ofensa de la humanidad y satisfacer por ella. En su Resurrección se convirtió en Autor de la nueva vida. Es el nuevo Adán que restauró del pecado del Paraíso (cf. Gn 3, 1-24).
Cristo, levantado sobre la tierra en la Cruz, atrajo hacia sí a toda la humanidad por su Resurrección (cf. Jn 12, 32).
3. Es tiempo para Dios, para ti y para mí. Dios se nos presenta, en nuestro camino actual y concreto, como amigo que quiere compartir su vida con nosotros. Quiere abriros su corazón. Mira, nos dice a cada uno, subo a Jerusalén, mi último viaje. Allí los enemigos me esperan para prenderme y arrebatarme la vida. Y, nos pregunta: ¿Quieres compartir conmigo estas jornadas?, ¿Cómo?. La respuesta es personal, pero de ella depende nuestra preparación y vivencia para la celebración pascual de este año.
Es tiempo para ti y para mí. Con frecuencia detenemos nuestro pensamiento en noticias, en sucesos, en proyectos, viajes… y podemos incurrir en el error de olvidarnos de nosotros, no dedicar tiempo para pensar en el hijo que soy de Dios, que es mi Padre, que me mira con misericordia, me escucha y me espera. No me queda tiempo para oír en silencio la respuesta de Dios a mis plegarias que más de una vez son un monólogo siendo así que el Señor está cerca, junto a mí.
No me importa apenas la situación en que viven otros hermanos.
4. Es precisamente sobre esta indiferencia hacia los demás, en donde se fija el Santo Padre, el Papa Francisco, en el Mensaje Cuaresmal para este año.
Comenta el Papa: “Ocurre que cuando estamos bien y nos sentimos a gusto, nos olvidamos de los demás… no nos interesan sus problemas y sufrimientos, ni las injusticias que padecen… Entonces nuestro corazón cae en la indiferencia».
Dios, sin embargo, no es indiferente al mundo, ni a nuestras vidas, escribe el Santo Padre, “sino que nos ama hasta el punto de dar a su Hijo por la situación de cada hombre”, “por eso, necesitamos oír en cada Cuaresma el grito de los profetas que levantan su voz y nos despiertan”.
El Dios misericordioso que, durante estas semanas, se acerca a cada uno de nosotros y a la comunidad eclesial, que conoce nuestras enfermedades y nos proporciona la medicina espera rompamos nuestra indiferencia, porque “si un miembro sufre, todos sufren con él” (1 Cor 12, 26)
Este es el camino que nos señala el Papa para fortalecer nuestros corazones (cf. Sant 5, 8) durante la Cuaresma: Tiempo de misericordia, tiempo de salvación.
Con mi saludo y bendición
+ Ramón del Hoyo López
Obispo de Jaén