Carta Pastoral: Cuaresma 2014

4 marzo de 2014
      Queridos fieles diocesanos:
      1. El próximo día 5 de marzo, Miércoles de Ceniza, los cristianos comenzamos la preparación anual de la fiesta de Pascua de Resurrección. El fruto apetecido del ejercicio cuaresmal y de la experiencia pascual podría considerarse bien expresado en el prefacio primero que se estrena en la Noche de Pascua: “Cristo… es el verdadero Cordero que quitó el pecado del mundo, muriendo destruyó nuestra muerte y, resucitando, restauró la vida”.

     La Cuaresma es un tiempo litúrgico en el que el Señor nos invita, a contemplar el misterio de la cruz, para que produzca una profunda conversión en nuestras vidas. Ello supone dejarnos transformar, como san Pablo en el camino de Damasco, por la acción del Espíritu Santo; orientar con decisión nuestra existencia según la voluntad de Dios; liberarnos de nuestros egoísmos y abrirnos a los demás, reconociendo nuestras limitaciones y pecados; mirar el mal cara a cara y disponerse a luchar contra sus efectos y, sobre todo, contra sus causas, la última Satanás.
     Los cuarenta días que nos separan de la Pascua, son un tiempo “especial”, un tiempo “fuente de gracia” que la divina Providencia nos brinda, de forma siempre nueva, para que reconozcamos con humildad nuestra condición de criaturas. Esto será lo que nos va a recordar el rito de la imposición de la ceniza para caminar con Cristo, tomando nuestra cruz, hasta Jerusalén.
     2. Limosna, oración y ayuno son las tres obras de misericordia que Jesús nos propone para alcanzar nuestra conversión, haciéndolas nuestras no para cumplir la ley, sino por amor a Dios (cf. Mt. 6,1).
     Es un camino a recorrer sin ostentación, con la certeza de que Dios Nuestro Padre sabe leer y ver en el secreto de nuestro corazón.
     Lo que la práctica de estas obras encierra es retornar a Dios, buscar y desear a Dios. Es vencer la lucha entre la carne y el espíritu, entre el bien y el mal, la lucha interior que caracteriza nuestra existencia. Ello supone sinceridad y confianza en nuestra relación con Dios, alejándonos de cualquier aplauso y aprobación externa. Es servir a Nuestro Señor con sencillez y generosidad: “Y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará” (Mt. 6,4).
     3. Ser cristianos nunca es una historia concluida, sino un camino que exige siempre renovación, o volver a empezar. En la Iglesia primitiva la Cuaresma era el tiempo privilegiado para la preparación de los catecúmenos a los sacramentos del Bautismo y de la Eucaristía, que se celebraban en la Vigilia Pascual. Era el tiempo para llegar a ser cristiano, después de un largo camino de formación y conversión.
     A esta preparación se unían también los que ya estaban bautizados, reactivando y renovando su comunión con Cristo y sus promesas bautismales, tomando conciencia de que ser cristianos encierra un “nuevo hacerse” en un camino y recorrido que se extiende hasta el último instante de nuestra existencia terrena.
      Pocos momentos tan bellos podemos encontrar en la sagrada liturgia como la renovación de nuestras promesas bautismales en la Noche de Pascua delante de la nueva luz del cirio, Luz de Cristo Resucitado. Preparemos con tiempo e ilusión aquel momento tan especial impregnado de misterio, para experimentar el gozo y la alegría intensa de la Pascua.
      4. Finalmente, la cuaresma no sólo supone fijar nuestra mirada en Dios y escrutar nuestro interior, comprobar que Dios me guarda y me sostiene. Hemos de mirar, también a nuestro alrededor y a nuestro mundo, con los ojos que miraba Cristo. En otro caso quedaría mutilada nuestra conversión.
     Es lo que viene a proponernos y recordarnos el Santo Padre en su Mensaje cuaresmal para este año, bajo el título: “Se hizo pobre para nosotros, a fin de enriquecernos con su pobreza” (Cf. 2 Cor 8,9). 
      Se trata, como ya muchos conocerán, de un Mensaje muy directo y profundo, del estilo personal del Papa Francisco, Mensaje para leer despacio y meditar sus contenidos, en su primera parte, para responder a las propuestas que hace en la segunda.
     Se refiere en esta última parte al alcance de los tres tipos de miseria que encierra la pobreza sin confianza: miseria material, moral y espiritual. Ante quienes padecen estas miserias nos invita a testimoniar: “el mensaje evangélico que se resume en el anuncio del amor del Padre misericordioso, listo para abrazar a Cristo en cada persona”. Nos indica que, para ello, hemos de “conformarnos a Cristo, que se hizo pobre y nos enriqueció con su pobreza, preguntándonos, ¿de qué podemos privarnos, con dimensión penitencial, para ayudar y enriquecer a otros con nuestra pobreza?; añadiendo al final: “desconfío de la limosna que no cuesta y no duele”.
     Con mi saludo y bendición.
 Ramón del Hoyo López
      Obispo de Jaén
 
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