Carta Pastoral a las Cofradías de Pasión
14 febrero de 2014 Siendo rico, se hizo pobre por nosotros
Mientras algunos se empeñan en despreciar y hasta, si pudieran, desterrar la religión del ámbito público encerrándonos en nuestras casas y sacristías, es hermoso poder comprobar nuestra Catedral e Iglesias llenas de cristianos, de todas las edades, para iniciar el santo tiempo de cuaresma con el rito de la imposición de la ceniza y la celebración de la Eucaristía.
Los cofrades han de ver, como los demás cristianos, a este tiempo de cuaresma como “momento favorable y días de salvación” (cf. 2 Cor. 6,1-2). En la visión cristiana de la vida podríamos decir que cada momento es favorable y cada día lo es de salvación, pero la liturgia de la Iglesia refiere estas palabras del Apóstol San Pablo al “tiempo especial de la Cuaresma”.
Podemos entender este alcance precisamente desde la llamada que nos dirige la Iglesia en el austero rito de la imposición de la ceniza con las fórmulas: “Convertíos y creed en el evangelio” o “Acuérdate que eres polvo y al polvo volverás”.
La ceniza, en efecto, nos recuerda nuestra propia fragilidad, que somos débiles y que necesitamos hacer una parada en el camino para reflexionar. Nos orienta hacia la conclusión de que tarde o temprano nos encontraremos con el Señor a través del paso de la muerte.
El punto de partida es convencernos, mirando con fe al Señor, de que necesitamos cambiar ciertas cosas o comportamientos en nuestras vidas, desde un sentido profundo, desde sus raíces, y no limitarnos a estos o aquellos comportamientos externos simplemente.
Hemos de mirar, con esperanza y confianza, al Dios misericordioso que nos entregó a su Hijo para nuestra salvación. A lo largo de la cuaresma, mediante la práctica de la oración, ayuno y limosna, hemos de “convertir nuestro interior” asemejándolo a la voluntad de Dios, dejándonos cambiar el corazón por la gracia de Dios.
Plegaria: que nos une al Señor para que nuestras vidas se centren en Él y nuestra escala de valores responda a sus prioridades, haciéndole el centro de nuestra existencia. Ayuno: que nos ayude a caer en la cuenta de que no necesitamos poseer muchas de las cosas que tenemos, poniendo en ellas nuestro corazón. Limosna: que es compartir con el hermano necesitado lo nuestro hasta que nos “cueste y nos duela”.
En el Mensaje del Papa Francisco para esta Cuaresma, que lleva por título: “Se hizo pobre (Cristo) para enriquecernos con su pobreza” (cf. 2 Cor 8,9) insiste, especialmente, en el amor de Dios, manifestado en Cristo, por cada uno de nosotros, para, desde ese mismo amor, y como respuesta personal acercarnos a la pobreza y miserias de nuestros hermanos.
“A invitación de nuestro Maestro, nos dice el Santo Padre, los cristianos estamos llamados a mirar las miserias de los hermanos, a tocarlas, a hacernos cargo de ellas y a realizar obras concretas a fin de aliviarlas”.
Que el Señor os bendiga, y os acompañe siempre la intercesión de Nuestra Madre Santísima.
+ Ramón del Hoyo López
Obispo de Jaén