Pensar sobre la fe I. Creerse Dios o creer en Dios

8 marzo de 2021

1.-Compliquemos nuestro pensamiento.

Decía Gómez Dávila[1] que los católicos deberíamos simplificar nuestras vidas y complicar nuestro  pensamiento. Creo que tiene mucha razón. Cristo dio gracias al Padre porque había revelado los Misterios del Reino a los humildes y sencillos y no a los que se pretendían sabios (Lc 10,20), esto es cierto,  la sabiduría de este mundo suele ser necedad para Dios (1 Cor 3,19), pero la necedad de los hombres lo es doblemente, para los hombres y para Dios. No olvidemos que Dios no pide una sumisión de la inteligencia sino una sumisión inteligente.

Hemos pues de complicar un pensamiento que en muchas ocasiones no es que sea sencillo y claro, lo que es de agradecer, sino simple y obtuso, incapaz de dar la mínima razón de la fe a aquél que la pide. Fijaos que digo razón y no otra cosa más acorde con devociones particulares, creencias propias o tópicos comunes. Y esto no depende de que seamos más o menos inteligentes, o hayamos estudiado más o menos, a veces la zafiedad más grandepuede surgir de la cátedra, del estrado político o del  púlpito; no,  más allá de nuestras capacidades cada uno ha  deprofundizar en la inteligencia de su fe. Todo aquel que se abre al Misterio que lo envuelve vive la vida en una profundidad mayor y, por ende, se torna más inteligente.Y no olvidemos  que al dialogar sobre la fe lo que más inquieta a un  incrédulo es un cristiano inteligente; el incrédulo se pasma de que sus argumentos no alarmen al cristiano, olvidando que el cristiano que ha pensado su fe  es un incrédulo vencido; más aún, las objeciones que se  le hacen le permiten ir  profundizando en el Misterio de  Dios y en él mismo.

Así pues compliquémonos un poco el pensamiento, para ello os propongo una serie de artículos en los que partiendo de algunos de los  “Escolios para un texto implícito” de Gómez Dávila elaboraré un texto explícito que nos haga pensar, dialogar, incluso  debatir,  para ir profundizando en la inteligencia de  nuestra fe. Pasemos al tema en cuestión.

2.Creer ser dios versus creer en Dios.

Existe una fuerte  convicción de que vivimos en tiempos de incredulidad, en términos sociológicos diríamos de secularización. Lo que acontece en los  tiempos de incredulidad religiosa no es que los problemas religiosos parezcan absurdos, sino que no parecen problemas. A muchos hablar de salvación, vida eterna, pecado, etc., no les parece algo relevante. Algunos piensan que fueron los pensamientos de críticos de la religión como Nietzsche , Freud o Marx los que hicieron que numerosas personas dejaran de creer, en absoluto, fue justo al contrario: porque dejaron de creer, los argumentos de los críticos les parecieron válidos. De hecho los ateos de la modernidad no aportaron realmente ningún argumento que cuestionase la existencia de Dios, lo que ocurrió es que no lograron entender lo que significaba el vocablo Dios, y por lo tanto no encontraron ningún espacio en la realidad al dios que ellos mismos habían creado.

Desde la Ilustración se fue generando el relato que narraba la lucha entre los creyentes y los increyentes, pero si profundizamos más lo que en realidad ocurría era la confrontación de dos visiones de Dios. Podemos afirmar que la historia moderna es el diálogo entre los hombresque creen en Dios,  y los que se creenDios. Para el hombre que empezó a creerse Dios la ciencia ocupó el lugar de la metafísica y la religión, y el Misterio se confundió con lo inexplicado o a lo sumo con lo inexplicable. A diferencia de lo que pensara Feuerbachel hombre no crea a sus dioses a su imagen y semejanza, sino que se concibe a imagen y semejanza de los dioses en los que cree, y sus dioses se transformaron en los ídolos a los que adorar: la nación, el poder, la eterna juventud, la ecología, la ideología tal o cual, etc.El universo dejó de estar comprometido en una aventura metafísica y toda la realidad  empezó a pensarse solo desde el punto de vista cuantitativo, tanto mide, pesa, sirve o cuesta, olvidando que lo  que deja de pensarse cualitativamente para pensarse cuantitativamente deja de pensarse significativamente. Al desaparecer su profundidad metafísica y  religiosa, las cosas perdieron sentido, se convirtieron en algo trivial, todo se redujo a una superficie sin espesor donde se transparentaba la nada. Ni el mundo ni nosotros teníamos ningún porqué ni paraqué, todos estábamos de más como decía Sartre.Así pues el hombre que se creyó Dios encarcelado en su autonomía quedó sordo al misterioso rumor de olas que golpeaban su vida y le traían ecos de sentido. Al eclipsarse Dios pensó que todo le estaba permitido, pero lo que   comenzó a descubrir es que nada tenía valor, que nada importaba.

Muchas personas dejaron de verse  como creaturas y para evitar el sinsentido y la angustia tuvieron que refugiarse en las cosas, tener esto, gozar de aquello o poseer lo otro o al otro. Una vez olvidada la trascendencia la propia realidad se volvió intrascendente y  es que entre el hombre y la nada lo único que puede atravesarse es la sombra de Dios, y como esa situación de vacío es insoportable comenzamos a consolarnos con la espiritualidad burguesa del bienestar, de la juventud eterna, de la comodidad, de la elusión del sufrimiento y el olvido de la muerte; tú no tienes Neflix profe, entonces ¿qué haces en tus ratos libres?, me decía una alumna, en definitiva podemos recurrir a  todo menos quitarnos la venda y ver la realidad. Es cierto que muchos pensarán que no todos  los incrédulos piensan y viven así, y me parece cierto,  existen creyentes que parecen vivir como increyentes e increyentes que viven como creyentes, eso es parte del  misterio del ser humano.

Pero la intrascendencia de la vida a la que puede llevar el olvido de Dios no es algo a lo que estamos abocados irremediablemente. Lo importante no es que se crea o no se crea en Dios, lo importante es que exista. Dios no es cuestión de estadísticas, y la fe tiene que ver más con la sumisión inteligente que con la sumisión de la inteligencia como ya dije.

En bastantes pensadores parece que pensar se reduce en muchos casos a inventar razones para dudar de lo evidente. Dios no es demostrable, si así lo fuera el hombre lo dominaría todo.  Dios no se demuestra sino que se muestra, pero para poder captarlo hemos de saber cómo debemos mirar, oír  y palpar. En este sentido haré referencia a tres vectores que nos permitirán dirigir nuestro pensamiento y nuestro corazón a lo divino.

El primer vector tiene que ver con  las grandes preguntas que el hombre se hace, sobre la vida y sobre la muerte, sobre el bien y el mal, sobre el sentido o el sinsentido de la existencia, no son cuestiones sobre las que la ciencia pueda decir nada, son cuestiones religiosas y metafísicas; son cuestiones que más que acosarnos para que las resolvamos, nos acosan para vivirlas a un determinado nivel.

El segundo vector hace referencia a nuestro mundo que  no es autoconsistente, o sea no se fundamenta en sí mismo; cuando decimos Diosestamos notificando que este universo no  es todo. Dios es el fundamento primero y el horizonte último de sentido, el “porque sí” ultimo. La realidad que llamamos Dios no es algo que la razón construye sino que se experimenta como una Gran voz a la que la sensibilidad y la razón contesta. Por medio de nuestra razón y nuestro corazón  podemos descubrir en nuestro  universo  innumerables rectas que aquí quedan truncadas, la trascendencia sería la  región inabordable a la que apuntany a la que aspiran.

Un tercer vector nos lo da el propio  pensamiento religioso y metafísico del que es capaz el hombre. Éste no progresa como el pensamiento científico hacia afuera, explicando y dominando, sino  hacia adentro profundizando y contemplando. Es un pensamiento que contempla  el esplendor del mundo y la realidad del  hombre  invitándonos a buscar su origen, y a ascender hacia la última y luminosa cima. Es un pensamiento que puede abrirse a la fe al comprender que  creer no es más que penetrar las entrañas de lo que meramente sabíamos, sentíamos y anhelábamos; o sea que  la fe  se trataría simplemente de abrir los ojos para ver mejor.

Aquellos que rechazan  a Dios porque no encaja en los propios diagramas que han construido no entienden lo que significa el vocablo Dios, por eso no llegan a comprender que Dios, más que el gran objeto en el cuadro del universo, es  el lienzo en el que transcurre todo, en el que somos nos movemos y existimos; y que la realidad  en sus profundidades, como afirmara Muriel Rukeyser, no está hecha de átomos sino de historias.

Juan Jesús Cañete Olmedo
Sacerdote diocesano y Profesor de Filosofía

 

[1] Nicolás Gómez Dávila, Escolios para un texto implícito, Atalanta, Barcelona 2009.

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