Carta Pastoral: Muy queridas madres
21 agosto de 2011 Jaén 27 de agosto de 2011
Os escribo esta carta con ocasión de la memoria litúrgica de Santa Mónica, madre de San Agustín, considerada modelo y patrona de las madres cristianas. Aquí, o en el más allá, bien merecéis nuestro cariño y recuerdo, porque ¡cuánto os debemos!
Mónica quiso a sus tres hijos, como todas las madres, y, como cristiana, les daba de beber a Jesús, junto a su leche materna. Les educó con dedicación y amor entrañable en su religión cristiana. Lo sabemos bien porque así lo escribe uno de ellos, Agustín en su libro autobiográfico de las Confesiones. Estoy seguro que esta madre ya había ofrecido a sus hijos al Señor antes de nacer, aunque no se lo contara a ellos. La fe se transmite de muchas formas y esta mujer, como tantas madres, que aprecian esta gran virtud, quiso que sus hijos crecieran con ella.
Sus principios quedaron fuertemente impresos en el interior de Agustín, pero su respuesta cristiana dejaba mucho que desear, sufriendo graves desviaciones espirituales y morales en su juventud. Su madre lo sabía y sufría por ello y no cesó en su empeño con paciencia infinita.
“Es imposible, dijo el Obispo de Tagaste en una ocasión, que se pierda un hijo de tantas lágrimas”. Y qué cierto. Las oraciones de su madre, los consejos de San Ambrosio de Milán y, sobre todo, la gracia de Dios fue transformando el interior de Agustín hasta solicitar el Bautismo. Aún tuvo la dicha Santa Mónica de conocer su conversión y de fortalecerle en su fe mientras esperaban en una casa de Ostia, cercana a Roma, para embarcarse e instalarse en África de nuevo. Allí, sin embargo, le sorprendió la muerte a los 56 años. No le conocería ya a su hijo de Obispo al frente de la Diócesis de Hipona, pero qué claras tenía las cosas esta gran mujer. Dijo a sus hijos antes de morir: no os preocupéis por mi sepultura, acordaos de mí en el “Altar del Señor”, en la Santa Misa.
Mujer abierta al amor, fue tenaz fiel en la entrega a su esposo e hijos. Así es el amor femenino en su total entrega, más, si como cristiana, se encuentra afianzado en Dios. Consciente de que por las aguas bautismales el Señor nos implanta, nos regala, un corazón “nuevo” abierto al Creador., lo buscó y deseó para su hijo y al fin lo logró. Le siguió hasta el final alumbrándole a su nueva vida de cristiano.
¡Cuántas Mónicas hay en la vida! El mundo sería muy distinto sin ellas. Mucho más pobre, menos bello. Por eso queridas madres: gracias. Somos muchos los que os queremos y admiramos.
Con mi felicitación en el Señor.
+ RAMÓN DEL HOYO LÓPEZ
OBISPO DE JAÉN