Homilía de la Misa de la Jornada por la Vida

4 abril de 2016

Saludos…

1. Celebramos la Jornada a favor de la vida en esta fiesta de la Anunciación del Señor, el día de su nacimiento a la vida humana en el seno de María Virgen.

A veces los cristianos nos fijamos con frecuencia en el aspecto más llamativo de esta fiesta: en la concepción virginal de María y dejamos, sin embargo, como en la penumbra otro milagro en María, no menos maravilloso: su maternidad, ser madre.

Su concepción virginal, explica el evangelista San Lucas, no fue difícil pues “para Dios nada hay imposible” (Lc 1, 37), pero el ser madre día a día, de Jesús, fue sin duda más complicado, desde su hogar sencillo y humilde en Egipto y en Nazaret. Suponía no sólo alimentar, sino también educar a su Hijo que, siendo fruto del Espíritu Santo, creció en el anonimato de una pequeña aldea.

Más tarde, también como Madre, hubo de soportar el alejamiento de Jesús en su vida pública y sufrir con Él su pasión y verle morir clavado en una cruz entre malhechores.

 

2. María Virgen, es ciertamente Madre de la vida. Dio vida humana nada menos que al Hijo de Dios que nacería en Belén.

Bien pronto comenzaron las amenazas contra su vida, sin embargo, nada más darle a luz, donde ninguna mujer hubiera deseado hacerlo. A punto estuvo de morir el Niño en manos de Herodes durante la horrible matanza de “los inocentes”.

Junto con su esposo san José han de viajar como refugiados emigrantes a Egipto para salvar la vida del Niño y permanecer en tierra extranjera, hasta que se lo ordenó el ángel del Señor.

Frente a una civilización hoy de la muerte, camuflada más de una vez bajo el nombre de “progreso”, la virgen María, san José y el Niño Jesús, siguen siendo para los cristianos un verdadero estímulo para que tantas familias desamparadas, vuelvan a ser santuarios de vida y puedan crecer entre sus raíces propias sin exponer sus vidas.

Son familias, reflejo de aquella sagrada familia que hubo de refugiarse en Egipto y desarrollarse luego en Nazaret, su tierra.

 

3. María es, por tanto, Madre de vida y Madre de familia.

A lo largo del año 2015 el Papa Francisco dedicó, como saben, más de treinta catequesis sobre el tema de la familia y dijo, sobre la Encarnación del Hijo de Dios en María Madre, que abría “un nuevo inicio en la historia universal del hombre y la mujer. Este nuevo inicio tuvo lugar en el seno de una familia de Nazaret… Dios eligió nacer en una familia humana, que Él mismo formó”.

Pensemos en esta fiesta, que está muy próxima la promulgación de la Exhortación Apostólica sobre la Familia. El Santo Padre responderá así a los deseos de los Padres y a sus conclusiones de los dos últimos Sínodos celebrados en Roma en torno a este tema y problemática de tanta actualidad.

Hemos de estar muy atentos y dispuestos a recibir sus enseñanzas y lo mismo a difundirlas en nuestra Iglesia diocesana, que cuenta con todos los aquí reunidos.

 

4. San Lucas relata en su Evangelio que “una mujer de entre la gente alzó la voz y dijo, dirigiéndose a Jesús: ¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!” (Lc 11, 27). Estas palabras constituían una alabanza para María como Madre de Jesús, según la carne. Jesús respondió a esta alabanza, sin embargo, con estas palabras: “Dichosos más bien, los que oyen la Palabra de Dios y la guardan”. Quiso desviar la atención de la maternidad de María, entendida sólo como un vínculo carnal, para orientarla hacia el misterioso vínculo de su unión y observancia de la palabra de Dios.

En otro pasaje del Evangelio le anunciaron a Jesús que su madre y sus hermanos (parientes) estaban fuera y querían verlo. Él respondió: “Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen”. (Lc 8,21). María Santísima es la primera entre aquellos que escuchan la palabra de Dios y la cumplen, es decir, además de Madre de Jesús, según la carne, también y, sobre todo, es madre porque ya en el instante de la Anunciación acogió la palabra de Dios, creyó y fue obediente a Dios. “Guardaba” sus palabras, las “conservaba cuidadosamente en su corazón” (cf. Lc 1, 38-45). Y “las cumplía”.

 

5. María volvió a dar a luz a Jesucristo, podemos decirlo, también junto a la cruz y, esta vez, con dolor. Allí se convirtió en madre del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

La que en las Bodas de Caná inaugura su papel de intercesora y portavoz de los hombres ante su Hijo: “Haced lo que Él os diga” selló con la sangre de Jesucristo su papel fundamental de Madre del Redentor y Corredentora en el Calvario.

Escribe en este sentido san Juan Pablo II, en la Encíclica Evangelium vitae: “María participa de la entrega que el Hijo hace de sí mismo, ofrece a Jesús, lo da, lo engendra definitivamente para nosotros. El ‘sí’ de la Anunciación madura plenamente en la cruz, cuando llega para María el tiempo de acoger y engendrar como hijo a cada hombre que se hace discípulo, derramando sobre él el amor redentor del Hijo” (n. 103).

 

6. Fue en el Calvario donde recibimos a María como madre de la humanidad. “Mujer, ahí tienes a tu hijo”, le dijo Jesús a punto de morir, a su Discípulo amado, juan. Es la madre espiritual y ejemplo para cada discípulo de Cristo, su Hijo. La madre que, asunta al cielo, intercede por nosotros para siempre.

¡Madre de la Anunciación! Cuando acogemos la Palabra de Dios con un corazón bueno y sincero y la ponemos en práctica, es como si Dios se hiciera carne en nosotros. Hace morada en aquellos que le aman y cumplen su Palabra. Esto, más que para entenderlo, es para vivirlo en el corazón. Creer y fiarnos por completo de Jesucristo significa ofrecerle nuestro ser, con la humildad de María Virgen y Madre, para que Él siga habitando en medio de los hombres; significa ofrecerle nuestras manos para acariciar a los pequeños y a los pobres; nuestros pies para salir al encuentro del que busca; nuestros brazos para trabajar en la viña del Señor.

 

7. ¡Bendita sea nuestra Madre, Madre de Jesucristo y Madre de la humanidad!

Intercede por todos tus hijos, por todas las madres, por todos los que van a nacer. Cuida de quienes necesiten de nuestra ayuda y abre nuestros corazones a la generosidad y misericordia.

Ayúdanos a responder siempre “sí” a los proyectos de Dios en nuestras vidas, para cumplir así tu voluntad. Que así sea.

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