4 C’s en la Jornada de los Pobres

8 noviembre de 2021

La Jornada Mundial de los Pobres, instaurada por el papa Francisco, alcanza este domingo, 14 de noviembre, su quinta edición, con el deseo de que “arraigue cada vez más en nuestras Iglesias locales y se abra a un movimiento de evangelización que en primera instancia salga al encuentro de los pobres, allí donde estén” (Mensaje del Santo Padre para la V Jornada Mundial de los Pobres, n. 9). El lema escogido para la ocasión está tomado de la escena evangélica de la unción en Betania: “A los pobres los tienen siempre con ustedes” (Mc 14,7).

Mi primera propuesta –la más sencilla, obvia y directa– es que aprovechemos este momento para leer y orar el Mensaje del papa Francisco, fácilmente accesible en la página web del Vaticano y en otros lugares. Como invitación a ello, ofrezco en los párrafos siguientes un posible esquema de lectura, centrándome en cuatro palabras, las 4 C’s: la convicción de que los pobres son un lugar sagrado, la necesaria contemplación de la realidad, la imprescindible y gozosa conversión que el mundo de los pobres exige de nosotros y el compromiso al que somos lanzados por el Señor Jesús y por la Buena Noticia de la Redención.

Convicción. En el relato evangélico “Jesús les recuerda [a los comensales y a nosotros] que el primer pobre es Él, el más pobre entre los pobres, porque los representa a todos. Y es también en nombre de los pobres, de las personas solas, marginadas y discriminadas, que el Hijo de Dios aceptó el gesto de aquella mujer” (Mensaje, n. 1). De este modo, captamos “el vínculo inseparable que hay entre Jesús, los pobres y el anuncio del Evangelio” (Mensaje, n. 2). Aquí aparece una convicción central en la vida de la Iglesia: “Los creyentes, cuando quieren ver y palpar a Jesús en persona, saben a dónde dirigirse, los pobres son sacramento de Cristo, representan su persona y remiten a él” (Mensaje, n. 3). De un modo semejante a como afirmamos la presencia de Cristo en la Eucaristía, debemos afirmar la presencia real de Cristo en el cuerpo de los pobres, tal como Él mismo indicó: “Os aseguro que lo que hayáis hecho a uno solo de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 40).

Contemplación. Esta mirada sacramental de los pobres pide afinar nuestro talante contemplativo: “El rostro de Dios que Él revela, de hecho, es el de un Padre para los pobres y cercano a los pobres. Toda la obra de Jesús afirma que la pobreza no es fruto de la fatalidad, sino un signo concreto de su presencia entre nosotros. No lo encontramos cuando y donde quisiéramos, sino que lo reconocemos en la vida de los pobres, en su sufrimiento e indigencia, en las condiciones a veces inhumanas en las que se ven obligados a vivir” (Mensaje, n. 2). Esta mirada contemplativa va más allá de los casos individuales: “El Evangelio de Cristo impulsa a estar especialmente atentos a los pobres y pide reconocer las múltiples y demasiadas formas de desorden moral y social que generan siempre nuevas formas de pobreza” (Mensaje, n. 5). El Papa indica que, ante la cambiante realidad de nuestro mundo, “se requiere un enfoque diferente de la pobreza” (Mensaje, n. 7). Y añade: “Es decisivo que se aumente la sensibilidad para comprender las necesidades de los pobres, en continuo cambio como lo son las condiciones de vida… Debemos estar abiertos a leer los signos de los tiempos que expresan nuevas modalidades de cómo ser evangelizadores en el mundo contemporáneo” (Mensaje, n. 9).

Conversión. Este ejercicio contemplativo exige, y a la vez provoca, una verdadera conversión de la mirada y de la vida. Dice el Papa: “Esta conversión consiste, en primer lugar, en abrir nuestro corazón para reconocer las múltiples expresiones de la pobreza y en manifestar el Reino de Dios mediante un estilo de vida coherente con la fe que profesamos. A menudo los pobres son considerados como personas separadas, como una categoría que requiere un particular servicio caritativo. Seguir a Jesús implica, en este sentido, un cambio de mentalidad, es decir, acoger el reto de compartir y participar” (Mensaje, n. 4). Obviamente, esto tiene implicaciones para nuestra vida cotidiana: “Un estilo de vida individualista es cómplice en la generación de pobreza, y a menudo descarga sobre los pobres toda la responsabilidad de su condición. Sin embargo, la pobreza no es fruto del destino sino consecuencia del egoísmo” (Mensaje, n. 6). Por eso, “servir eficazmente a los pobres impulsa a la acción y permite encontrar los medios más adecuados para levantar y promover a esta parte de la humanidad, demasiadas veces anónima y sin voz, pero que tiene impresa en sí el rostro del Salvador que pide ayuda” (Mensaje, n. 7). De este modo, entramos ya en el cuarto punto de nuestra reflexión.

Compromiso. El Papa recuerda un texto de su exhortación apostólica Evangelii Gaudium: “Estamos llamados a descubrir a Cristo en ellos, a prestarles nuestra voz en sus causas, pero también a ser sus amigos, a escucharlos, a interpretarlos y a recoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos. Nuestro compromiso no consiste exclusivamente en acciones o en programas de promoción y asistencia; lo que el Espíritu moviliza no es un desborde activista, sino ante todo una atención puesta en el otro considerándolo como uno consigo” (Mensaje, n. 2). Reconoce que “la solidaridad social y la generosidad de la que muchas personas son capaces, gracias a Dios, unidas a proyectos de promoción humana a largo plazo, están aportando y aportarán una contribución muy importante en esta coyuntura” (Mensaje, n. 5). Aclara que “no se trata de aliviar nuestra conciencia dando alguna limosna, sino más bien de contrastar la cultura de la indiferencia y la injusticia con la que tratamos a los pobres” (Mensaje, n. 8). Y, a la vez, subraya que “la ayuda inmediata para satisfacer las necesidades de los pobres no debe impedirnos ser previsores a la hora de poner en práctica nuevos signos del amor y de la caridad cristiana como respuesta a las nuevas formas de pobreza que experimenta la humanidad de hoy” (Mensaje, n. 9).

En definitiva, esta Jornada Mundial es una invitación a plantar cara a la pobreza y a ayudar a los pobres, saliendo a su encuentro, enjugando sus lágrimas, tendiéndoles la mano, descubriendo en su rostro el de Cristo. “No podemos esperar a que llamen a nuestra puerta, es urgente que vayamos nosotros a encontrarlos en sus casas, en los hospitales y en las residencias asistenciales, en las calles y en los rincones oscuros donde a veces se esconden, en los centros de refugio y acogida… Es importante entender cómo se sienten, qué perciben y qué deseos tienen en el corazón. […] Los pobres están entre nosotros. Qué evangélico sería si pudiéramos decir con toda verdad: también nosotros somos pobres, porque solo así lograremos reconocerlos realmente y hacerlos parte de nuestra vida e instrumentos de salvación” (Mensaje, n. 9).

Fernando Chica Arellano
Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, el FIDA y el PMA

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