Homilía en la Solemne Bendición del Cristo de las Aguas

19 marzo de 2022

INTRODUCCIÓN

Estamos ya a mediados de la Santa Cuaresma, y las lecturas de hoy nos invitan a meditar en un punto tan importante como la revelación de Dios y el encuentro personal con Él.

La primera está tomada del Éxodo. En ella se nos refiere la visión original de la vocación de Moisés. Hay un hecho central que cambia la historia de la humanidad: Dios se da a conocer a los hombres. Un Dios viviente, que habla, que nos llama por nuestro nombre, que nos dice su nombre y se manifiesta cercano, interesado, vinculado de cerca a nosotros.

Demos gracias a Dios por ser conscientes de nuestra pertenencia a esta parte de la humanidad enriquecida con el conocimiento de Dios.

Si no nos sentimos contentos y agradecidos por este don, es porque no hemos revivido en nosotros la experiencia de Moisés como una experiencia personal, intensa. Nuestro mundo es un desierto, en el que muchas personas no caen en la cuenta de los signos de la presencia de Dios. Al contrario, hoy mucha gente piensa que Dios no significa nada, ni hace falta para nada en la vida. Para ellos tienen un valor terrible las palabras de Jesús en el Evangelio «si no os convertís todos pereceréis».

SIGNOS DE LA PRESENCIA DE DIOS

Y, sin embargo, este mundo nuestro está lleno de «zarzas ardiendo», signos llamativos de la presencia de Dios, de voces secretas que nos llaman hacia Él. Son signo las personas buenas que no se cansan de hacer el bien, son signo tantas instituciones caritativas que con pocos medios atienden la necesidad de los pobres confiados en la ayuda de la divina providencia, son signo los enfermos y los ancianos que sufren con esperanza, son signo los jóvenes que en el vigor de su vida se entregan al servicio del evangelio en el ministerio sacerdotal o en la vida religiosa, son signo las familias cristianas, son signo los fieles cristianos que viven santamente en medio del mundo, es signo esta Iglesia nuestra que nace y renace a pesar de nuestros defectos y pecados, es signo el mundo entero que pregona a gritos la sabiduría, el poder y la generosidad de Dios Creador.

Y sois signo también vosotros, las cofradías…

SALIR DE LA ESTERILIDAD

La Cuaresma es tiempo propicio para recogernos y sentir la llamada cercana de Dios. Es tiempo de responder como Moisés: Aquí estoy, un «aquí estoy» decidido que nos ponga en pie y nos movilice en favor de nuestros hermanos como verdaderos mensajeros de Dios. Todos podemos decir: «El Dios de nuestros padres me envía a vosotros», como amigo, como servidor, como persona dispuesta a ayudar a todos los que necesiten de nosotros.

La lectura evangélica que hemos escuchado, recoge la llamada apremiante a la conversión. ¿Somos acaso como esa higuera estéril que ocupa un lugar sin dar frutos buenos?

Es higuera estéril quien piensa sólo en sus comodidades, en sus provechos, quien vive esperando las atenciones y servicios de los demás y no se exige nunca nada a sí mismo para el servicio de los otros.

El remedio a esta esterilidad espiritual y vital es la conversión, invocar a Dios, acercarnos a Él, reconocer nuestros pecados, recibir la luz de su gracia para vernos cómo somos y descubrir las posibilidades de la vida del Espíritu, esto es lo que cambia la vida, lo que hace nuestras vidas provechosas, fecundas, ricas en obras buenas.

EL CRISTO DE LAS AGUAS

“¡Qué dicha tener la Cruz! Quien posee la Cruz posee un tesoro”, afirma un padre de la Iglesia (S. Andrés de Creta, Sermón 10, sobre la Exaltación de la Santa Cruz: PG 97,1020). Qué dicha la vuestra por tener como ejemplo y emblema de vuestra cofradía a Cristo en la Cruz.

El misterio que representa esta imagen tiene un significado tan profundo y sagrado como es la misma entrega de Cristo. La sangre y el agua que brota de su costado es, la alianza perpetua, que nos recuerda que Cristo Eucaristía permanecer con nosotros hasta el final de los tiempos.

¿Qué significan “sangre” y “agua”? La sangre acarrea vida a través de nuestro cuerpo. Es el flujo de la vida. Podríamos decir que la sangre es la vida misma. El agua nos mantiene vivos, sacia nuestra sed, e, importante también, nos lava y deja limpios.

Es el agua que brota del costado del nazareno la que limpia los ojos de aquel romano. Longinos descubre, en ese mismo instante, que el crucificado que agoniza es verdaderamente el hijo de Dios.

Nos dice Jesús en el Evangelio: “El que tenga sed, que venga a mí y beba”. Cristo es nuestra fuente inagotable de vida, por eso hace la invitación: “venid a mí y bebed”. Él sabe que necesitamos de esa agua para vivir, pues cuando el ser humano no la bebe, su fuerza se agota y puede desfallece en el caminar.

Al levantar los ojos hacia el Cristo de las Aguas, adoremos a Aquel que vino para quitar el pecado del mundo y a darnos la vida eterna. Por su Cruz hemos sido salvados. El instrumento de suplicio se ha transformado en fuente de vida, de perdón, de misericordia, signo de reconciliación y de paz. “El Señor es compasivo y misericordioso”, hemos repetido en el salmo. En la Cruz, el amor de Dios, eterno en su misericordia, se ha abrazado con el mundo; un mundo a veces alejado de Dios, hundido en sus miserias, en su dolor, en sus injusticias y en su mentira.

Jesucristo es el nuevo Moisés que viene a rescatarnos de nuestras esclavitudes, de nuestras esterilidades. Él, como Hijo que es, vive cerca de Dios, ve en Él la verdad de nuestra vida humana, la de todos y la de cada uno de nosotros. Desde su intimidad con Dios, viene a nosotros y nos dice: vamos ¡adelante!, ven y sígueme, deja esto y aquello, libérate de las falsas necesidades que te dominan, rompe con las costumbres y los ambientes que te hacen vivir al margen de la vida santa y eterna que Dios te ofrece, cambia de vida, busca la voluntad de Dios por encima de todas las cosas, de tus gustos, de las opiniones de los demás, organiza tu vida de otra manera, dedica tiempo a la oración, a las obras de misericordia, vive más sobriamente y da más dinero a los pobres, toma en serio tu condición de cristiano. Estos son los “ejercicios” de la santa Cuaresma que nos preparan para vivir nosotros la novedad de la Pascua, para entrar ya en el mundo de la resurrección, el mundo de los amigos de Dios.

Queridos cofrades, acercaos con humildad, porque el Señor resiste a los soberbios y da su gracia a los que humildes y sinceros de corazón. Venid con actitud de adoración, pequeños ante su grandeza, como mendigos de su amor. Venid a adorar a Cristo, que no es un recuerdo del pasado sino una persona viva, siempre presente entre nosotros. En medio de nosotros se encuentra Quien nos ha amado hasta dar su vida por nosotros.

+ Sebastián Chico Martínez
Obispo de Jaén 

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