Teilhard de Chardín IX. Un místico para el siglo XXI
3 junio de 2024Si hablamos de la obra de Teilhard no podemos dejar de lado el aspecto que impulsa su hacer científico, su intuición filosófica y su visión teológica. Su cosmovisión no es solo teórica, es fundamentalmente una experiencia mística. El místico es el que tiene conciencia del ritmo interno del mundo, y escucha atentamente los latidos del corazón de la realidad superior en el universo que le circunda. El místico es el que descubre que en todo ser visible hay una fecundidad invisible, una luz difusa, que es indecible, algo escondido pero que lo llena todo y le da su sentido. Esto se observa claramente en Teilhard de modo que, como veremos, podemos catalogarlo como uno de los grandes místicos del siglo XX.
En su obra El Medio Divino Teilhard afirma: “Así pues… tomé la lámpara y abandoné la zona… de mis ocupaciones cotidianas y de mis relaciones cotidianas, bajé a lo más íntimo de mí mismo, al abismo profundo… A cada peldaño que descendía se descubría en mí otro personaje, al que no podía denominar exactamente y que ya no me obedecía. Y cuando hube de detener mi exploración, porque me faltaba suelo bajo mis pies, me hallé ante un abismo profundo del que surgía, viniendo no sé de dónde, el chorro que me atrevo a llamar mi vida… ¿Qué ciencia podría nunca revelar al hombre el origen, la naturaleza, el régimen de la potencia consciente de la voluntad y del amor de que está hecha la vida?”.
Fue la contemplación de la naturaleza la que le impulsó en ese camino hacia el interior. Su capacidad innata de sumergirse en lo sagrado le fue desvelando una Presencia sutil, “una especie de raíz, o de matriz universal para todos los seres” (El Corazón de la Materia). Dios no estaba oculto en el hondón del cosmos, al contrario, se le manifestaba en el mundo de modo luminoso, de tal manera que llegaría a decir que “estamos tan envueltos y atravesados -por la Presencia divina- que no hay sitio ni para podernos arrodillar” (El Medio Divino). De la misma forma que un rayo de luz nos permite ver las pequeñas partículas de polvo, volviéndolas súbitamente visibles, de la misma manera la Luz divina iluminaba todo lo que le revelaba su mirada interior. Dios se le manifestaba como omnipresente y su atmósfera le bañaba por todas partes. Teilhard sentía que la presencia Divina irradiaba al interior de todo y además escuchaba palpitar esta Presencia en el corazón de la materia. “Anteriormente, afirmará, uno buscaba a Dios lo más lejos posible, encima del mundo. Ahora, nosotros lo buscamos en el corazón más profundo de las cosas”.
La música y la luz del mundo exterior le despertaba la música y la luz en su mundo interior: “Este centelleo, nos dirá, de perfecciones era total, ambiental y tan rápido, que mi ser, herido y penetrado en todas sus posibilidades al mismo tiempo, vibraba hasta la medula de si-mismo, en una nota de efusión y de felicidad absolutamente única” (“El Corazón de la Materia”) No se trataba de la experiencia de un Dios sin rostro sino de la presencia de Cristo como centro orgánico del universo. El mundo es el Medio Divino pues esta bañado por la luz divina del Cristo que lo impulsa y lo atrae. En virtud de la Encarnación, afirmará, nada es profano en el mundo.
Sin embargo, Teilhard no se conforma con hacernos partícipes de su experiencia sino que pretende “enseñar a ver a Dios por todas partes” (El Medio Divino). Para Teilhard aquél que ha purificado su mirada puede contemplar la presencia de Cristo en el universo. Se trataría de aprender a mirar con los ojos de un niño o de un artista sensible a los movimientos interiores del alma, entonces podríamos contemplar la luz divina en el hondón de las cosas observando que, detrás las perfecciones de la superficie de la Tierra, en el interior de toda la realidad se desvela una Presencia viva que lo penetra todo. Una presencia que no deja de ser la del mismo Cristo en el corazón de la realidad. Esto queda expresado de modo magistral en este texto de El Medio Divino:
“Si se puede modificar ligeramente la palabra sagrada, afirmará Teilhard, diremos que el gran misterio del Cristianismo no es exactamente la Aparición, sino la Transparencia de Dios en el Universo. Sí, Señor, no solo el rayo que roza, sino el rayo que penetra. No vuestra Epifanía, Jesús, sino VUESTRA DIAFANÍA”.
Juan Jesús Cañete Olmedo
Sacerdote diocesano y Profesor de Filosofía