Rouco en la 95º Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal: Los Obispos estamos con Benedicto XVI
20 abril de 2010(Extracto del Discurso del Cardenal Rouco)
Nos duelen en el alma los graves pecados y delitos cometidos por algunos hermanos en el sacerdocio y por algunos religiosos que han abusado de menores traicionando la confianza depositada en ellos por la Iglesia y por la sociedad. También han actuado así algunos laicos con cargos eclesiales. Deben ciertamente responder de sus actos ante Dios y ante la justicia humana. Nosotros, como otros episcopados, hemos puesto y, según las necesidades, pondremos con más cuidado los medios adecuados para prevenir y corregir casos de ese tipo, de modo que nadie pueda pensar que sea compatible el servicio sacerdotal o la vida consagrada con la comisión de tales crímenes. Es intolerable faltar tan gravemente a la castidad, a la justicia y a la caridad abusando de una autoridad que debería haber sido puesta precisamente al servicio de esas virtudes y del testimonio del amor de Dios, del que ellas dimanan.
Al mismo tiempo, los obispos españoles estamos con Benedicto XVI. También está con él la inmensa mayoría del pueblo fiel. Se ha intentado manchar su figura para hacer creer a la gente que los abusos han sido frecuentes entre los sacerdotes y los religiosos, y sin que los obispos o el Papa actuasen debidamente. Ya es demasiado que se haya abusado de un solo niño. No puede ser. No puede ser la omisión de las actuaciones disciplinarias debidas o de la atención que merecen quienes han sufrido tales desmanes. Pero tampoco podemos admitir que acusaciones insidiosas sean divulgadas como descalificaciones contra los sacerdotes y los religiosos en general y, por extensión, contra el mismo Papa.
Estamos con Benedicto XVI, por cuyo pontificado damos gracias a Dios. Es a él precisamente a quien debemos luminosas orientaciones para la renovación de la vida de la Iglesia en fidelidad al Concilio Vaticano II: baste recordar sus tres encíclicas, su constante magisterio en concurridísimas audiencias y viajes apostólicos, la convocatoria del año paulino y del año sacerdotal y varias iniciativas encaminadas al ejercicio en profundidad del diálogo pastoral con el mundo de la cultura, con los hermanos judíos, con el islam y con otras confesiones cristianas. También le debemos precisamente a él disposiciones encaminadas a prevenir y corregir abusos en el campo mencionado y en otros ámbitos de la vida de la Iglesia.
El remedio hay que buscarlo, sin duda, en medidas preventivas, disciplinares y penales, pero sobre todo, en el cultivo de la santidad de vida, es decir: en la adhesión personal a Jesucristo, por la entrega completa de la propia vida a él en el amor; en la consiguiente libre obediencia a la santa ley de Dios y al magisterio de la Iglesia y en la práctica constante de los medios que hacen posible tal adhesión y tal obediencia, como son los sacramentos y los recursos de la ascética y de la piedad cristiana. La consagración a Dios en el celibato, libremente asumido por su amor, es un medio excelente de santificación que ha de ser cultivado con las condiciones y los medios señalados por la Iglesia, más, si cabe, en un contexto en el que es puesta en cuestión no sólo por un modo de vida hedonista y relativista, bastante generalizado, sino también por una crítica teórica, sin fundamento, que se opone a la experiencia contrastada de la Iglesia. De todo ello nos ha hablado el Papa con especial humildad, sabiduría y claridad.