Os digo que fue como si el cielo bajara y se posara lentamente
15 diciembre de 2008ESCRITO DE LOLO
(Del diario de José, artesano de Nazaret)
Ni José, ni luego Cristo, escribieron nunca ni una jota, sino que hablaron con ese otro lenguaje sin equivocación que constituyen los hechos. Sin embargo, y en aquellos días de Navidad, José debió grabar hondamente, con tinta de amor, la sublime y entrañable historia de la que le había tocado ser uno de los protagonistas. Algunas de aquellas líneas, tal vez las más pequeñas, pudieron ser las que siguen.
Día 20. Nos vamos. Desde luego tengo una mujer que es oro de la corona de Yahvéh. Resulta que anoche, al salir de la sinagoga, me acerco a un corrillo y noto que estaban los ánimos como la yesca. Todo lo trae la dichosa orden del Gobernador para censarnos. Estos romanos lo quieren saber todo. Lo malo es que no hay más remedio que entrar en el aro de las listas, pero le vamos a hacer una jugarreta que nunca se les olvide: ¿Empadronamiento…? Bueno. Pero a nuestro modo: yendo al lugar de origen, y de esa manera los caminos van a ser peor que una manifestación.
Empecé a tantear la cosa, mirando a María de reojo, y me sale con que ya tiene liados los petates y hasta me enseña un cajón del taller, vacío de herramientas, y donde tenía puestos los pañales y las fajas del Niño. Se enteró de todo cuando fue a comprar levadura para el amasijo.
Saldremos después del canto del gallo, al clarear.
Día 23. Estamos casi en Betel, en lo alto de la montaña. Echamos por aquí porque en el camino del Jordán hay tantos ladrones como árboles. Sin ir más lejos, a Eliazar, el aladrero, lo dejaron hace poco en camiseta. De no haber contratiempo, llegaremos mañana. En cuanto al alojamiento, hasta ahora vamos así, así…; pero menos da una piedra. Peor es hoy, que hay que dormir al raso. Por lo mismo de los rateros, nos hemos unido a varios grupos de pastores, viajeros y trajinantes, y también vamos a hacer corrillo con los ganados. A mí, que me roben, me trae sin cuidado, porque no tengo nada; pero eso de que me toquen a María… vamos, ¡eso nunca!
Tiene gracia la gente linajuda. Cómo va de estampía por los caminos. Les parece que si no comen recostados en los divanes y en bandejas de plata se les caen los anillos o se les agua la sangre de David.
Día 24, 8 tarde. Estamos en Belén. Iba a decir que qué descanso, pero me duelen los pies de tanto pasar callejones y de ir tropezando en los guijarros. Y si es el corazón… A ver si aclaro bien esto. No es que a mí, -a nosotros -, nos hayan echado de Belén con cajas destempladas. Ni una voz fuerte, ni un portazo, ni “un ahí te pudras”. Vamos por partes. Primero está lo de María, que –me da escalofrío- se le acerca la hora. Las casas de Belén no tienen más que una habitación y a ver quien guarda allí tan dulce y maravilloso recato. Luego viene lo del albergue que hay a las afueras para los rebaños y los mercaderes. Peor que peor. Allí hay que hacinarse al raso y dormir revuelto con las caballerías, los corderos y los mercaderes, soportando olores y, lo que es peor, tratos, conversaciones, palabrotas y rencillas. María y yo queremos que acabe limpiamente ese arco iris que empezó a levantar el arcángel San Gabriel. La verdad es que hay también unos cuartuchos que se abrirían al mágico conjuro de las monedas.
Esto de la pobreza conviene dejarlo clarito. A mí no me faltan reaños para amasar un capitalejo. Tengo las espaldas anchas para la carga y el esfuerzo y ninguna noche me voy a la cama sin apurar el valor y el deber de la fatiga. A María ahora, y al Niño después, no le faltara nunca ni una cazuela, ni una túnica, ni un pedazo de pan moreno; pero el camino celeste hay que ganárselo con los lomos bien ceñidos, apurando la línea de las cosas necesarias, sintiendo que el pueblo se hace más rico en la medida en que nosotros nos hacemos más pobres. ¿Qué pasa allí en Jerusalén? Pues que todo son alardes de filacterias y diezmos del comino, y luego “los hombres de Dios” se confunden con los dominadores en eso de hacerse piara de lujuria y barrigas de tambor.
Confieso que nunca he sudado tanto con el cepillo como esta tarde en la busca de la posada. Sin embargo, ¡ojo!, José: no pongas que has pasado angustia, porque siempre has sentido y confiado en los ojos dulces y grandes del Padre que provee y acaricia.
12 menos diez de la noche. Al final, mira que apañada va a resultar la cosa. Estamos en una de las muchas cuevas que para el ganado hay en los alrededores. Me encontré que había un buey guarecido, lo aparté un poco, saqué el serrucho, charipeé el pesebre, le puse paja limpia y olorosa para lo que venga, y dejé el suelo como bandeja de fariseo con escrúpulos. Ahora estoy en la puerta. Es de noche y en el cielo las estrellas se abren a la luz lo mismo que las yemas de los rosales por la primavera. Desde aquí veo a la vez la estepa con que linda Belén. Tiene a la par un algo de vida y de muerte. Es bonito ver tantas luces de fogatas de pastores como se ven en la llanura. Hasta se les oye hablar y cantar junto a la lumbre. ¿Por qué odian tanto los fariseos a estas gentes sencillas con las que tienen que trabajar por fuerza para la gestión de las reses del sacrificio? Yo digo que porque son como espejos en los que ellos van viendo lo que debieran ser y hacer.
Las 12. Estoy nervioso. Sobre la estepa he visto un relámpago muy grande y fijo, que no se apaga. Oigo cítaras y canciones como de miles y miles de niños, pero que bajan de arriba.
Me llama María. ¡Yahvéh, en Ti confío!
Las 12 y diez. Estoy junto al pesebre; y María también. Te miro a los ojos, mi Pequeño divino, y siento que una ola muy dulce y caliente me sube hasta la garganta y se derrama por los míos. ¿Qué has visto Tú, manecitas de nácar y de rosas, mejillas de serafín, tintín de sonajero, pupilas de azul de mediodía; qué has visto Tú, te digo, en este hombre de garlopa para haberle encaramado a este clima de predestinación y de gloria? ¿Qué pude hacer en la vida para merecer ver esa fuente clara de elaboramiento que María, desde su ánfora virgen, derrama sobre mi cabeza? ¡Ay, mi Niño, de qué manera me has hecho un loquito de Ti y cómo te voy a tener de cerca en la carpintería hasta que seas un hombre y te nos vayas luego para construirle a todos en el alma el alero de la salvación…!
Día 25. Estuvieron aquí los pastores. ¡Y cuántos…! Estas gentes se parecen a mí en lo de las pocas palabras. No había quien los sacara del “Ea, que estuvieron los ángeles y hemos venido…; a ver lo que se necesita…”. Empeñados en besar al Niño, aunque no había uno que no le pinchara con la barba. Estaba tan cerca que, cuando le rozaban con los labios, les notaba como si de golpe fueran pasando de zagalones a chavales de mantillas. Luego dicen del dinero… ; pero ¿quién le pone precio al cariño que han amontonado aquí los rabadanes?
De lo que trajeron le he guardado al chaval un zurrón de piel para cuando sea mayor y se vaya al desierto a hacer penitencia.
Cuarenta días después. Paramos ya en una casa de Belén y esta mañana hemos ido a lo de la Purificación. Como con todo lo de Jesús, pasan unas cosas tan maravillosas que se me pone el vello de punta. Ea, y no me acostumbro; soy así de torpe.
Las dos tórtolas del rescate nos han costado cinco ciclos, como unos veinte jornales de los que me salieron estos días. ¿Mucho? ¡Que no!. María y yo miramos a las hermosas pupilas del Padre que nos protegen desde arriba y el sudor de los jornales se empequeñece y empequeñece hasta hacerse un grano de mostaza para lo que el Niño merece.
Por la transcripción
MANUEL LOZANO GARRIDO