Los “Ensayos” de Montaigne, una obra para todo el curso que empieza
7 octubre de 2025
Comienza pronto el otoño, y en los países de cultura occidental, también comienza un ciclo nuevo en diversos ámbitos de la vida, desde el personal hasta el laboral. Es esta estación para Gabriela Mistral “un tiempo de transformación, donde las hojas nos enseñan que es hermoso cambiar”. Y también en otoño, comienza un nuevo curso pastoral en la Diócesis. Traigo una recomendación con luz larga y cuya lectura precisa de un tiempo largo, un tiempo sostenido por la profundidad de su contenido. La recomendación libresca de hoy es para todo el curso próximo a comenzar. Hablo de “Los Ensayos de Montaigne”. Desde Samuel Jonhson hasta Vargas Llosa; y desde Borges hasta George Steiner, los cuatro grandes maestros de la lectura, no solo de la escritura, la ingente obra memorialística de Michael de Montaigne está entre los libros de su canon literario personal, entre los más importantes.
El crítico Harold Bloom lo incluye en su libro enciclopédico “Genios”, en donde, ordenadamente y siguiendo dice “primero de los ensayistas personales, siendo con mucho el mejor. Agustín nos da su autobiografía espiritual que culmina con su conversión, Montaigne nos da todo su ser. El más elevado tributo proviene de su discípulo Emerson: Corta estas palabras y sangraran; son vasculares; son vivientes”. Y es que como dice Montaigne al comienzo “Así, lector, soy yo mismo la materia de mi libro”
La unidad de los Ensayos reside en el procedimiento original que hace de la investigación filosófica el espejo del autor: «Es a mí a quien pinto.» Sea cual sea el tema tratado, el objetivo buscado es el conocimiento de sí mismo, la evaluación de su propio juicio, la profundización de sus inclinaciones: «Últimamente que me retiré a mi casa, librándome en la medida de lo posible de mezclarme en otra cosa que no sea pasar en reposo y apartado lo poco que me queda de vida: me parece que no puedo hacerle mayor favor a mi espíritu que el de dejarlo ocioso, para que se mantenga por sí mismo y que se detenga y se asiente en sí». Más allá de ese proyecto sin precedentes, que nos desvela los gustos y opiniones de un gentilhombre francés del siglo XVI, así como sus costumbres y manías más secretas, el genio de Montaigne consiste en iluminar la dimensión universal de ese autorretrato: en la medida en la que «todo hombre lleva la forma entera de la condición humana», la puesta en marcha del precepto socrático «Conócete a ti mismo» desemboca en una vertiginosa exploración de los enigmas de nuestra condición, en su miseria, su vanidad, su inconstancia, pero también en su dignidad.
Humanista por su gusto hacia las letras antiguas, Montaigne lo es aún más en el sentido filosófico, por su alto concepto del ser humano y del respeto que se le debe. Su pedagogía no violenta, que apuesta por el diálogo y el conocimiento de los otros, sus valientes denuncias del naciente colonialismo o de la caza de brujas, le enfrentan a todo tipo de fanatismo y estupidez, de servilismo o de crueldad. su espíritu tolerante sitúa su espíritu tolerante sitúan a Montaigne, este «hombre honesto, muy cerca de la cultura actual. Su relativismo justifica la relación carente de dogmatismo que Montaigne establece con su lector: él mismo cuestiona sus propias palabras, subrayando lo contingente de sus «estados de ánimo y opiniones«, sometidas a «sacudidas» y a los sucesos del mundo («no pinto el ser, pinto el paso»), Montaigne nos deja una obra abierta, cuya falta de final parece una invitación a proseguir la investigación y el diálogo.
Os dejo algo cuanto él mismo dice de su obra: “Este es un libro de buena fe, lector. Desde el comienzo te advertirá que con él no persigo ningún fin trascendental, sino sólo privado y familiar; tampoco me propongo con mi obra prestarte ningún servicio, ni con ella trabajo para mi gloria, que mis fuerzas no alcanzan al logro de tal designio. (…) Si mi objetivo hubiera sido buscar el favor del mundo, habría echado mano de adornos prestados; pero no, quiero sólo mostrarme en mi manera de ser sencilla, natural y ordinaria, sin estudio ni artificio, porque soy yo mismo a quien pinto. Mis defectos se reflejarán a lo vivo: mis imperfecciones (…) y mi manera de ser ingenua, en tanto que la reverencia pública lo consienta. Si hubiera yo pertenecido a esas naciones que se dice que viven todavía bajo la dulce libertad de las primitivas leyes de la naturaleza, te aseguro que me hubiese pintado bien de mi grado de cuerpo entero y completamente desnudo. Así, lector, sabe que yo mismo soy el contenido de mi libro, lo cual no es razón para que emplees tu vagar en un asunto tan frívolo y tan baladí.”
Estoy seguro de que su lectura acompañará el tiempo de quienes se aventuren a ella. Quien desee hacerse de ella, sepa que la última edición es la publicada según la edición de 1595 de Marie de Gournay, por Acantilado en 2021. Son tres volúmenes en papel biblia y con gran aparato critico en sus muchas notas al texto realizadas por Bayod Bray. Una edición útil para el especialista y próxima al lector común. Tiene un coste elevado. No obstante, y para quien dese leerla sin coste alguno, está integra en la Biblioteca Cervantes con solo poner en el navegador «Ensayos de Montaigne | Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes”.
Espero disfruten de su lectura. Confieso que, habiéndola leído hace ya 20 años y releídos hace solo tres años, comenzaré en breve la tercera relectura. Si se animan a leerla, no quedaran defraudados.
Juan Rubio Fernández
Sacerdote, escritor y periodista