Homilía en la ordenación diaconal de Fernando Ruano Segado
21 septiembre de 2024Querido D. Amadeo, obispo emérito de nuestra Diócesis. Un recuerdo para D. Ramón.
Sr. Rector del Seminario y Formadores.
Profesores del Instituto Teológico San Eufrasio
Sr. Vicario General y Vicarios Episcopales.
Excmo. Cabildo Catedralicio. Sr. Deán.
Saludo al presbiterio diocesano y a los diáconos permanentes
Queridos Seminaristas que vivís este momento especial de un hermano vuestro. Felicidades y os invito a avivar en esta celebración vuestra entrega a la voluntad de Dios y la esperanza que os ayuda a avanzar con fortaleza en vuestro camino de preparación al presbiterio.
Hermanos sacerdotes, religiosos y religiosas.
Queridos feligreses de Arjonilla, amigos de Fernando. Hermanos todos en el Señor, os saludo con gozo y alegría y os manifiesto mi cercanía y mi cariño.
Permitidme que salude de una manera especial a los padres de Fernando, Maricarmen y Fernando. Somos conscientes de que este es un momento de gran emoción y orgullo para vosotros. Habéis acompañado a vuestro hijo desde su nacimiento. Al ofrecerle al Señor lo más valioso para vosotros, habéis dado un ejemplo profundo de entrega y confianza en la voluntad de Dios. Os felicito y os agradezco la gran generosidad de vuestro corazón, que el Señor os la recompense con abundantes bendiciones.
Queridos hermanos, hoy en la fiesta de San Mateo, apóstol y evangelista, celebramos, por tanto, un acontecimiento de gran alegría y trascendencia para nuestra Iglesia de Jienense: la ordenación diaconal de un joven seminarista, nuestro hermano Fernando. En este día, la Iglesia se manifiesta viva y dinámica, llamando a uno de sus hijos a un ministerio particular de “servicio”, conforme al ejemplo de Cristo, que no vino para ser servido, sino para servir.
Fernando, hoy te unes a Cristo en un modo profundo y especial. La vocación diaconal te invita a configurarte con Él, el Siervo de los siervos, quien nos mostró el camino del servicio, la entrega y el sacrificio. A través de tu ministerio, vas a vivir tres compromisos esenciales: el celibato, la obediencia y la oración.
El celibato que prometes hoy es un testimonio de amor radical y exclusivo a Cristo. Al renunciar al matrimonio, eliges amar de manera plena y desinteresada a Dios y a la comunidad que Él te encomienda. Este don te permitirá estar siempre y totalmente disponible para el servicio del Pueblo de Dios. Hoy te vacías de ti para llenarte del Señor, entregando tu vida sin reservas, a imagen del propio Cristo, quien entregó su vida por la salvación del mundo. Que este amor celibatario sea para ti fuente de plenitud y una manifestación visible del Reino de los cielos.
También haces hoy la promesa de obediencia a tu obispo, signo de confianza y apertura a la voluntad de Dios en tu vida. Esta obediencia no es una carga, sino un camino de libertad. A través de la obediencia, te pones al servicio de la Iglesia con total disponibilidad, dejando que el Señor guíe tu vida y tus decisiones a través de sus pastores. Así, serás instrumento de unidad y colaboración en la misión de guiar al Pueblo de Dios.
Querido hijo, la vida de oración será el fundamento de tu ministerio. Sin una relación profunda, íntima y constante con el Señor, todo servicio pierde su sentido. A través de la oración, especialmente del rezo de la liturgia de las horas, te unirás a Cristo y su Iglesia, y llevarás a los pies de Dios las necesidades de la comunidad que te será confiada. Que tu vida de oración sea continua y ferviente, iluminada por el Espíritu Santo, quien te sostendrá en los momentos de alegría y en los momentos de dificultad.
Como diácono, serás llamado a tres áreas principales de servicio: el ministerio de la liturgia, el ministerio de la Palabra y el ministerio de la caridad.
En la liturgia, serás el servidor del altar, asistiendo al obispo y a los sacerdotes en la celebración de los sacramentos, especialmente la Eucaristía, fuente y cumbre de nuestra fe. A través de este servicio, ayudarás a que el pueblo de Dios pueda encontrarse con el Señor en su presencia real. Que tu servicio en el altar sea siempre humilde y reverente, recordando que estás al servicio del sacrificio más grande, el de Cristo.
Serás también ministro de la Palabra, llamado a proclamar el Evangelio, a enseñar la fe y a ser testigo de la verdad de Cristo en medio del mundo. Tu vida misma deberá ser una proclamación viva del Evangelio, con un testimonio coherente y valiente en todo lugar y momento. Que tu palabra siempre brote de la escucha atenta de la Palabra de Dios y de tu íntima relación con Él.
Por último, el ministerio de la caridad te compromete a servir a los más necesitados, a los pobres, a los enfermos, a los que sufren. En cada uno de ellos, reconocerás el rostro de Cristo. Tu servicio no será simplemente una labor social, sino una manifestación del amor de Dios hacia los más vulnerables. Que tu corazón sea siempre sensible a las necesidades de los demás, y que tu servicio sea signo de la compasión y misericordia divina.
Querido Fernando, Dios te ha buscado durante toda tu vida. Has reconocido esa llamada secreta que el Espíritu Santo te hizo, para responder al plan que Dios pensó para ti cuando pensó en ti y has respondido con todo el entusiasmo de tu corazón. ¡FELICIDADES! No temas por los deberes y las incógnitas del futuro. No temas que te falten las fuerzas o las palabras o incluso que te rechacen. Jesús, el Señor, vive entre nosotros y de modo invisible nos sostiene, y no nos abandona… Su fuerza te impulsará a “levantarte y seguidle” hasta el final, siendo instrumento fiel de su misericordia.
Manifiesta con orgullo, como luz y sal en medio del mundo, tu pertenencia al Señor, incluso en tu vestir. Sé fiel a su amor que te ha elegido para ser de los suyos y que te urge a servirle (a llevar este amor a) en los hermanos.
Que no te falte la valentía, pues somos portadores de la respuesta que necesita el hombre, de la Verdad que espera. Y no olvides que sólo caminando tras sus huellas vamos en la dirección correcta, y debemos caminar y guiar a los demás en esta dirección.
Aún debes seguir formándote y con gran seriedad, pues vas a ser la mano de Dios tendida a los hombres… obrero que tendrás que abajar montañas, eliminar valles y enderezar caminos para unir el corazón de los hombres al corazón de Dios. Vas a ser “Vía Sacra”, “camillero” de tantos necesitados de la sanación de Jesús.
Y que no te falte la alegría de saberte en esta verdad. Por tanto, anuncia y testimonia la alegría y el gozo de la presencia de Dios entre nosotros. ¡Evangelizar!… es el núcleo central de nuestra misión de cristianos y del ministerio que vas a recibir en unos momentos.
Queridos jóvenes, este momento no solo es significativo para Fernando, sino también para cada uno de vosotros que estáis aquí presentes. Es una invitación directa a reflexionar sobre vuestra propia vida y el plan que Dios tiene para cada uno de vosotros.
Dios sigue llamando hoy a la vida sacerdotal. No tengáis miedo de preguntarle a Dios cuál es su plan para vosotros. Tal vez, entre los que estáis aquí hoy, Dios está llamando a alguien más a seguir este camino sacerdotal o de la vida consagrada. Os animo a que seáis valientes, a que confiéis en Dios, y a que, como Fernando, sigáis el camino que Él os proponga, con el corazón abierto y generoso… “No penséis en darle al Señor las migajas de vuestra vida”, Él no ha escatimado en darnos toda su vida.
El mundo necesita más corazones dispuestos a servir, más jóvenes con valor y fe para responder a la llamada de Dios. Recordad siempre que quien se entrega a Dios nunca queda defraudado; Dios siempre recompensa con abundante amor, alegría y paz.
Querido Fernando, hoy la Iglesia te confía una gran responsabilidad. Con tu sí, te entregas al Señor y a su pueblo con gran generosidad. No caminas solo; el Señor va contigo, te fortalece y te guía. La Virgen María, que siempre estuvo atenta a la voluntad de Dios y al servicio de los demás, te acompañará en este camino, intercediendo por ti en todo momento.
Que el Espíritu Santo te llene de sabiduría, fortaleza y amor para que, siguiendo el ejemplo de San Mateo, puedas responder con fidelidad, todos los días de tu vida, a la llamada del Señor y vivir tu ministerio como verdadero servidor del Evangelio y de la Iglesia.
Que nuestra Señora, la Virgen de la Cabeza, te cuide y te proteja siempre.
+ Sebastián Chico Martínez
Obispo de Jaén