Homilía del Sr. Obispo en la Misa de apertura de curso del Profesorado de Religión

30 septiembre de 2015

Saludos…

1. Nos hemos reunido en estos primeros días del curso escolar para recibir el envío y el encargo de enseñar, en nombre de la Iglesia, la religión católica en los distintos niveles formativos. Es verdad que sois nombrados por la Administración, pero vuestra tarea docente es un verdadero ministerio eclesial al que sois enviados por la Iglesia.

Como los Apóstoles y sus sucesores, los Obispos son enviados por Cristo a evangelizar, también vosotros sois enviados hoy por el mismo Señor a través de su Iglesia, de mis manos, para que anunciéis la Buena Nueva a vuestros alumnos.

Quiero expresaros mi más sincero agradecimiento por vuestra respuesta y os agradezco la entrega generosa que día a día, estoy seguro, demostraréis en vuestros respectivos ambientes educativos. Pedimos juntos ante el Señor, en esta celebración eucarística, por todo el profesorado de religión de los centros públicos, concertados y privados en la Diócesis de Jaén, para que el profesorado de religión sea instrumento dóciles que muestre a las nuevas generaciones el rostro misericordioso de Dios, en Jesucristo su Hijo, durante este año jubilar que se abrirá el próximo día 8 de diciembre.

2. Junto a este agradecimiento y oración, quisiera resaltar que hemos de mirar a los adolescentes, niños y jóvenes, con los ojos de Dios, desde la fe, y pensar que están abiertos al encuentro con Dios, en Cristo. Que son mucho más que seres que nacen, se reproducen y mueren, como piensan algunos. Esa visión trascendente de la vida, la llevan en su corazón, siendo capaces de abrirse y colaborar con los demás, capaces de amarse y ayudarse, capaces de conocer el Evangelio de Jesús y vivirlo. Esta es la formación religiosa católica que los padres quieren para sus hijos, tal como la entiende la Iglesia.

Si por ser cristianos el profesorado de religión está llamado y enviado para proclamar a Cristo y su Evangelio –de palabra y por el testimonio de vida–, en vuestras palabras y con vuestra conducta transmitiréis no sólo conocimientos, sino ante todo la verdad. Abrid nuevos horizontes que hacen posible un itinerario con metas seguras por los caminos del bien.

Jesús os pide, como un día al apóstol Pedro, remar mar adentro y echar las redes para pescar (cf. Lc 5, 4), en nuestra tarea de anunciarle a Él y a su evangelio en la escuela.

Algo importante también que nunca hemos de olvidar en este proceso, es que, la vida del niño y adolescente, más aún la del joven, para ver o descubrir el rostro de Dios, precisa invocarle antes. Nuestra relación con Dios es siempre obra de su gracia, no mérito nuestro y hemos de partir siempre con esa verdad. Por ello el profesor de religión, lo mismo que el catequista, pide antes y cada día al Señor esa luz de la fe para sus alumnos, más si cabe cuando observa que algunos corazones no terminan por abrirse a la luz de la gracia. El profesor orante equivale a profesor que tendrá buenas sementeras. El alumno que no se fía de Dios para abrirle el corazón, sea la edad que sea, se hace impermeable para recibir el Evangelio. Pero aún el niño o la niña que no quiera entregarse a la luz, Dios respeta su libertad y también nosotros hemos de saberlo y respetar el proceso personal en la fe de esa persona.

3. Otra observación a tener en cuenta hoy, como en otras épocas ya ha ocurrido, es que la tarea de anunciar a Jesucristo y su evangelio no goza de viento a favor, sino más bien lo contrario, como bien sabemos. Ante una situación religiosamente adversa o simplemente indiferente a la propuesta del evangelio, les invito a acoger el envío del Señor en esta jornada fiándoos de su ayuda y cercanía. Quizás nos llegue la tentación del Apóstol Pedro, ante la situación cultural, falta de respuesta de algunos padres y hasta de las autoridades políticas, nuestros gobernantes empeñados de sacar la religión de la escuela, pero nuestra confianza, repito, hemos de ponerla en el Señor y seguir echando la red durante el presente curso, en su nombre.

4.  Coincide esta jornada en el calendario litúrgico con la fiesta de los santos Cosme y Damián. Eran gemelos y nacieron en Arabia. Estudiaron ciencias en Siria y llegaron a destacar como médicos. También sobresalieron por su caridad en el ejercicio de su profesión, pues atendían gratuitamente a muchos de los enfermos. Como cristianos coherentes con su fe aprovechaban las múltiples oportunidades que les ofrecía su profesión para difundir y propagar la fe. Por eso, cuando comenzó la gran persecución de Diocleciano, a principios del siglo cuarto, no pasaron desapercibidos. Apresados en Listra, el gobernador de Cilicia, les sometió a diversos tormentos hasta que fueron decapitados.

Si viajan a Roma no dejen de acudir a una bella Iglesia, en el foro romano, dedicada a estos santos mártires. En el ábside un antiguo mosaico representa a Cristo “con unos ojos muy grandes que miran a todas partes”, como se lee en el epitafio. A uno y otro lado están los hermanos médicos, que escuchan a sus devotos y presentan a Cristo sus oraciones.

5. Como hemos escuchado en las palabras del Profeta Zacarías (Zac 2, 9.14-15). Dios viene a habitar dentro de nosotros y en medio de nosotros. Nos invita a formar parte de su pueblo. Y el evangelista san Lucas (Lc 9, 43b-45) nos advierte que no se nota su presencia en hacer milagros, como desearíamos algunas veces, sino de una forma desconcertante. Estemos atentos, porque suelen ser cruz y pruebas. Como en San Cosme y San Damián, y tantos cristianos que nos han precedido, los discípulos no entendían esta enseñanza de su Maestro, “no cogían el sentido y les daba miedo preguntarle…” A nosotros suele pasarnos igual, por eso le decimos al Señor en estos inicios del curso con el salmo: Por la mañana sácianos de tu misericordia, y danos tu alegría y salvación, danos vuestro amor y gracia que esto nos basta. Que así sea.

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