Homilía de la misa del Jubileo de la Curia y Cabildo Catedral
22 febrero de 20161. Acudimos en esta jornada el Excmo. Cabildo catedralicio y Curia diocesana a celebrar en esta Catedral el Jubileo extraordinario de la Misericordia. Es la fiesta de la Cátedra del Apóstol Pedro y caminamos en el tiempo cuaresmal de este Año de gracia.
Sabemos que la misericordia no es un sentimiento pasajero, de unos instantes o momentos, ni sólo de este año jubilar. Se trata, por el contrario, de un sentimiento continuado, de quien sigue a Jesucristo que nos dijo: “Sed misericordiosos como vuestro Padre” (Mt 5,48; Lc 6,36). La misericordia es, por tanto, una actitud capaz de guiar nuestros pasos, inspirar nuestros comportamientos e iluminar nuestras decisiones. Desde la misericordia contemplada en Cristo, verdadero rostro misericordioso de Dios, podemos intuir la pequeñez de nuestros actos en todo el conjunto del plan de salvación de Dios, del que somos colaboradores llamados a su viña.
Conviene tener la suficiente humildad para caer en la cuenta de que durante nuestra vida sólo realizamos una insignificante y minúscula parte de la magnífica obra del amor de Dios. Somos como un pequeño eslabón de la gran cadena generacional, que no termina en nosotros. Intentamos plantar semillas que un día crecerán y regamos las que hemos encontrado plantadas sabiendo que todo es promesa de futuro. Hacemos algo, poca cosa, pero hemos de intentar hacerlo de la mano de Dios y en su nombre. Posiblemente nunca veamos los resultados finales, pues somos operarios de un futuro que no nos pertenece.
2. “Misericordia quiero y no sacrificio” (Mt. 9,13).
Éste es el lema, como sabemos, que nos ha propuesto el Papa Francisco para la presente Cuaresma. Desde nuestra reflexión en la historia de la misericordia divina –que culmina en la Encarnación del Verbo y su muerte en la Cruz- debemos sentir el impulso decidido de ser capaces nosotros también de ser misericordiosos. Traducir en gestos concretos –en las obras de misericordia- nuestra preocupación por el prójimo.
Ser misioneros de la misericordia en nuestros ambientes, especialmente los sacerdotes desde nuestra cercanía, comprensión y disponibilidad a favor de los fieles. Nos dice el Santo Padre en Misericordiae Vultus: “participar de la misión de Jesús y ser signos concretos de la continuidad de un amor divino que perdona y salva” (n. 17).
3. Hoy venimos a este primer templo diocesano y puerta de misericordia a solicitar del Dios Padre de las misericordias la Indulgencia jubilar. Mediante ella Dios nos concede una gracia muy especial para que desaparezcan de nuestro interior las huellas negativas y cicatrices que han dejado nuestros pecados, aunque estén ya perdonados, como son la inclinación de nuestros comportamientos y sentimientos hacia nuestro personal “endiosamiento” y “egoísmos”.
Venimos a solicitar esta Indulgencia extraordinaria para que su gracia conduzca nuestros pasos y nos ayude a obrar con caridad y a crecer en el amor.
Todo es regalo de Dios, que nos llega a través de la iglesia, esposa de Cristo. La santidad de unos se aplica a favor de otros. Por todo ello agradecemos esta santidad de nuestra Madre la Iglesia, de la que formamos parte. Unas veces ponemos lo nuestro, a favor de otros, los méritos de nuestras buenas obras, y otras nos lucramos de las de los demás. La Redención de Cristo se nos va aplicando realmente de esta forma misteriosa. Por ello y, por encima de todo, damos gracias a Dios, por la riqueza que nos llega del Señor.
4. Una de las condiciones para alcanzar la Indulgencia es, como sabemos, orar por las intenciones del Papa. Hoy, si cabe, tiene esto aún mayor sentido en esta fiesta de la Cátedra de san Pedro.
Hemos escuchado en el Evangelio las palabras pronunciadas por Jesús en Cesarea de Filipo, en las que promete a Pedro y a sus sucesores el primado de la Iglesia: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia… Te daré las llaves del Reino de los Cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el Cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el Cielo” (Mt 16, 13-19).
Exclama San Agustín ante estas palabras: “Bendito sea Dios, que ordenó exaltar al Apóstol Pedro sobre la Iglesia. Es digno honrar a este fundamento, por medio del cual es posible escalar el cielo” (San Agustín, Sermón 15, sobre los Santos).
Ésta es la misión encomendada por el Señor a Pedro y a sus sucesores: dirigir y cuidar de los demás pastores que rigen la grey del Señor, confirmar en la fe al Pueblo de Dios, velar por la pureza de la doctrina y de las costumbres, interpretar –con la ayuda del Espíritu Santo- las verdades contenidas en el depósito de la Revelación (cf. 2 Ped 1, 12-15).
El amor al Papa es señal de nuestro amor a Cristo. La fiesta de hoy y este jubileo nos ofrecen la oportunidad de manifestar nuestra filial adhesión a las enseñanzas del Santo Padre y a su Magisterio, amor y veneración que ponemos de manifiesto en las Peticiones, y el Padrenuestro que elevamos ante el Señor, por su persona e intenciones, durante la celebración de esta Eucaristía.
Que nuestra Madre de la Misericordia, interceda ante el Señor por los miembros de este Cabildo, Curia diocesana y sus familias, a favor de nuestra conversión cuaresmal, y durante el presente Año Santo. Que así sea.