Homilía de la misa de la toma de posesión como Obispo de Jaén de Don Amadeo Rodríguez Magro

28 mayo de 2016

homiliaEL PERFUME DEL OBISPO

Vengo como apóstol de Jesucristo

1. Para esta primera homilía, en la que me presento como vuestro obispo y pastor, he querido entrar en la Palabra de Dios y buscar en ella inspiración para lo que me rondaba en la cabeza y el corazón que tenía que compartir con vosotros. Y la Palabra que hoy hemos escuchado juntos me ha llevado a encontrar algunos rasgos esenciales para mi ministerio episcopal en esta muy querida Diócesis del Santo Reino de Jaén, a la que vengo a ejercer el ministerio apostólico, como “apóstol de Jesucristo” (1 Cor 1,1; 2 Cor 1,1), para actuar en su nombre y con la impronta de su corazón.

Os pido a todos que, al escuchar mis palabras, os unáis este proyecto espiritual que voy a formular, tras meditarlo profundamente delante del Señor. Lo que deseo para mí me gustaría que fuera para vosotros y con vosotros. A mis queridos hermanos sacerdotes os pido que me escuchéis con la sintonía sacramental y ministerial que vamos a compartir; a los consagrados y consagradas os ruego que aceptéis mis palabras con el tono de profecía que os es propio; y a los fieles laicos, Pueblo Santo de Dios, os animo a acoger mi reflexión en lo que más os fortalezca como testigos del Evangelio en medio del mundo. Ante todo lo que propongo me siento débil, pero recoge la ilusión renovada con la que vengo a vosotros; está en sintonía también con lo que he ido aprendiendo, no sin dificultades y tropiezos, en los casi trece años como obispo de Plasencia, diócesis a la que tanto quiero.

El perfume del apóstol

2. En esta homilía, que he preparado para que sea sencilla y catequética, voy a inspirarme en una bella imagen que hoy se suele utilizar para hablar del ministerio del obispo; hablaré del perfume del apóstol. Como esta imagen me ha parecido rica y acertada, me dispongo a compartir con vosotros las esencias o los olores que me gustaría ofrecer y percibir en mi paso pastoral por esta bendita tierra del “mar de olivos”, a la que la voluntad del Señor me ha enviado. Abriendo mi alma al Espíritu Santo, el gran perfumista de la misión de la Iglesia, he querido elegir algunos olores, de entre los muchos que hay en su infinita fragancia. Le pido al Santo Espíritu que estos olores base, que me ha mostrado como esenciales para mi ministerio, creen entre nosotros una empatía espiritual y pastoral.

La unidad, olor de la Iglesia y del obispo

3. Un olor que quisiera percibir y trasmitir siempre es el de la unidad. Ese es el olor de la Iglesia, que “ha de ser signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano” (LG 1). La Iglesia tiene el olor de la comunión íntima de Dios, de la comunión trinitaria; de ahí que, para ser fiel a su vocación y misión, ha de transmitir, contagiar y ofrecer el perfume del amor de intimidad de Dios. Como dijo San Juan Pablo II: la comunión está “en el corazón del autoconocimiento de la Iglesia” (Juan Pablo II, discurso a los obispos de los Estados Unidos de América, 16-IX-1987).

También el olor de comunión es el característico del apóstol; el obispo es principio y fundamento de la unidad en la Iglesia particular. Está llamado a promoverla entre las personas, las instituciones y los programas con los que se teje la identidad de una diócesis con alma y rostro, como me consta que es la nuestra. Contad conmigo para cultivar una espiritualidad de comunión, siempre naturalmente en tensión misionera (cf PDV 12). En nuestro corazón y en nuestro lenguaje todo ha de expresarse desde la comunión entre nosotros. El obispo, que nunca ha de estar y actuar solo, siempre deberá utilizar la primera persona del plural. “El nosotros” del Obispo es teológico, pero también existencial e histórico, que hemos de fortalecer en la comunión con el Sucesor de Pedro, en el colegio episcopal, en el presbiterio diocesano y en la corresponsabilidad de todo el pueblo de Dios.

El olor de la unidad es siempre necesario para el anuncio de la alegría del  Evangelio. “Que sean uno, como Tú Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado” (Jn 17,21). La unidad hace creíble y fuerte la propuesta de la fe, la evangelización. Por eso será una unidad fortalecida en la Eucaristía: “participando realmente del cuerpo del Señor en la fracción del pan eucarístico, que es uno, somos en él un solo cuerpo” (cf. 1 Cor 10,17) ( L G 7,b). Para ser una Iglesia misionera, en salida, hemos de cultivar el buen olor de la unidad entre todos nosotros: sólo acogerán nuestra propuesta misionera, si comprueban que somos un solo corazón y una sola alma, fijado en nuestra vida en Cristo en la Iglesia.

Ser puente en nuestra sociedad giennense

Sólo si la Iglesia es casa y escuela de comunión será creadora de unidad en el mundo. Nosotros hemos de crearla en medio de la sociedad giennense. Hemos de ser puente entre personas, expresiones culturales y modelos de convivencia o creencias. Será la vida ordinaria de nuestros pueblos el espacio vital en el que habremos de poner la esencia olorosa de la unidad evangélica: en la educación integral de los niños, en el desarrollo vital de los jóvenes, en las opciones personales y sociales de los adultos y en el respeto agradecido a la sabiduría acumulada de los mayores. El ser humano, en sus situaciones concretas, será la geografía de nuestra misión.

Como Iglesia en el mundo que somos, hemos de hacernos presentes en la fragilidad humana, en la felicidad y el sufrimiento, en la vida afectiva, en el respeto a la dignidad de las personas, incluidas las no nacidas, en el trabajo cuando dignifica, también cuando es injusto o precario y, especialmente, en los que están en paro, como les sucede a tantos. Los cristianos participamos activamente en la fiesta, en las tradiciones, en la ciudadanía con sus responsabilidades políticas y sociales, en la promoción de la justicia y la paz; y nos movemos con un especial afecto y dedicación en medio de las familias, nuestra querida Iglesia doméstica. A todas las personas, a todos los ambientes y a todos los espacios, los cristianos hemos de llevar el buen olor de la unidad. En eso siempre estaré con vosotros.

Siempre en el buen olor de Cristo

4. Otro olor imprescindible en el perfume del apóstol es “el buen olor de Cristo”. “Somos olor de Cristo ofrecido a Dios” (2 Cor 2,15). El olor de Cristo embellece y hace atractiva la vida del cristiano, le revela su propia esencia, pues todos hemos sido ungidos por el Espíritu Santo con ese olor esencial. El obispo ha sido perfumado en el olor de Cristo para poder ejercer el ministerio apostólico. Por eso ha de activar permanentemente el olfato de ese perfume situando su vida tras la meta de la santidad. Yo le pido al Señor que mi ministerio tenga ese perfume; y con vosotros quiero crecer en un mayor seguimiento e identificación con Jesucristo.

Como sé que proponer el buen olor de Cristo es la senda buena del Apóstol me propongo animar la vida de la Diócesis con un fuerte impulso evangelizador. Espero saber redactar en vosotros con mi ejemplo la carta que anuncie a Jesucristo por toda la geografía diocesana. “Vosotros sois nuestra carta, escrita en nuestros corazones, conocida y leída por todo el mundo. Es evidente que sois carta de Cristo, redactada por nuestro ministerio” (2 Cr 3,2-3). Pero insisto en que, para ser cartas que llevan la buena noticia, hay que estar impregnados del perfume de Jesucristo. Como nos ha recordado el Papa Francisco: “No se puede perseverar en una evangelización fervorosa si uno no sigue convencido, por experiencia propia, de que no es lo mismo haber conocido a Jesús que no conocerlo, no es lo mismo caminar con Él que caminar a tientas, no es lo mismo poder escucharlo que ignorar su Palabra, no es lo mismo poder contemplarlo, adorarlo, descansar en Él, que no poder hacerlo” (EG 266). Pondremos nuestra fuerza en el servicio de la Palabra y haremos del primer anuncio nuestro lema y nuestra pasión. Con este suelo evangelizador, cuidaremos la iniciación cristiana como un itinerario espiritual que fortalezca el encuentro personal con Jesucristo, oriente la vida de niños, jóvenes y adultos hacia una sólida y generosa vocación y haga cristianos capaces de dar razones de su fe y su esperanza.

Obispo con olor a oveja

5. Un olor que deseo también para mi ministerio episcopal es el olor a “oveja”, del que habla Jesús en el Evangelio y ya anunciaban los profetas como testigos del corazón de Dios: “Buscaré la oveja perdida, recogeré la descarriada; vendaré a las heridas; fortaleceré a la enferma.” (Ez 34,16). Para ser un obispo con este olor, me pongo ya desde hoy en la fila de los que abren su corazón al Buen Pastor y le dejan que cure sus heridas. Sólo dejándome sanar podré serviros con paciencia y misericordia. Rezad por mí para que mi ministerio episcopal tenga el olor de los hombres y mujeres de esta tierra, el de los andaluces de Jaén. Sólo así podré identificar mi mirada con la de Jesucristo, Santo Rostro misericordioso del Padre. Ese que, como un tesoro, veneramos en esta Santa Iglesia Catedral.

Con los ojos de Cristo quiero mirar con vosotros el elenco del dolor que hay entre nosotros, y que es muy amplio. Hemos de ser creativos al recitar y vivir las obras de misericordia, corporales y espirituales, con las que hemos de aliviar las necesidades de nuestros hermanos y hermanas. Para esa diligencia en la misericordia, es necesario que el olor del sufrimiento nunca nos sea indiferente. Es verdad que ese olor no es grato, pero transitar por él perfuma mucha santidad. Donde huele a dolor es donde nuestra misión es más semejante a la del Buen Pastor. Por eso es tan importante ir a las periferias existenciales. En ellas están las heridas más sangrantes, y las sufren los que han de ser los predilectos de la Iglesia: los pobres, los enfermos, los más débiles, los excluidos y por supuesto los pecadores. Están todos aquellos en los que hay una presencia especial de Jesús, pues, como decía San Juan Pablo II, la opción por los pobres “es una página de cristología” (NMI 49).

El obispo ha de ser un experto rastreador de terrenos en los que buscar a la oveja perdida; y hoy, como todos sabemos, hay muchos ámbitos culturales y sociales que se nutren de aquellos que se alejaron para hacer su vida al margen de Dios, de su Bautismo y de una vida cristiana, que un día iniciaron, pero luego fueron abandonando poco a poco. Buscar a esos y a los que nunca estuvieron con nosotros, ha de ser para mí una preocupación permanente. Os pido a todos que compartáis conmigo el olfato misionero.

Olor a oveja es también bregar para proteger al rebaño, para que no lo dañen los fuertes vientos de un secularismo que pretende anular de las conciencias el sentido de Dios, borrar del humus social y cultural la impronta de Jesucristo y corromper, para sus propios intereses la dignidad de los seres humanos. Si no estamos vigilantes, esas corrientes pueden hacer que se evapore nuestro perfume evangélico. Esa protección del rebaño la haremos al modo del Buen Pastor: mostrando el amor de Dios con prudencia y sencillez; convencidos de que no hay perfume más irresistible que el del Evangelio. Sólo el evangelio tiene luz y verdad para contrarrestar todo lo que vaya en contra de los valores del Reino de Dios.

Por la singladura marcada por Don Ramón

6. Como os decía al comenzar, para formar el perfume, que deseo para mi ministerio episcopal, me he dejado llevar por el Espíritu Santo y me he inspirado en la Palabra de Dios. Pero también me han ayudado vuestros proyectos pastorales. Me consta que con esos mismos olores se ha formado el perfume pastoral con el que habéis transitado en los últimos años, en los que ha sido vuestro obispo nuestro querido Don Ramón. Con él nuestra Iglesia diocesana de Jaén se ha deslizado por una firme y fiel singladura, a la que desde hoy me sumo con ilusión y pasión. Vengo a vosotros para seguir remando con vosotros.

Confiemos siempre en que nuestra barca eclesial está guiada por el Espíritu Santo y que cuenta con la diestra intercesión de nuestros santos: la de San Eufrasio y la de tantos santos y beatos como ha dado esta bendita tierra y esta santa Iglesia de Jaén. Les pido a todos y en especial a mi antecesor mártir, Beato Manuel Basulto, que sean mis protectores y quiero también que sean mi inspiración espiritual. Termino evocando la presencia entrañable de María, la Madre de la Iglesia de Jaén, la Santísima Virgen de la Cabeza, ante la que ayer tuve la oportunidad de rezar por primera vez. A esa “morenita”, que nos precede a todos nosotros en el camino de la santidad (CIC 773), le pido que impregne de su perfume maternal mi ministerio entre vosotros. Como le dije en mi oración, Ella va a acoger el relevo de la “morenita” de las Villuercas, la Virgen de Guadalupe que hasta hoy me ha acompañado en la Diócesis de Plasencia.

+ Amadeo Rodríguez Magro

Obispo de Jaén

Galería fotográfica «Toma de posesión de Obispo de Jaén de Don Amadeo Rodríguez Magro»

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