Cientos de fieles de Jaén se congregan en la Catedral para recibir la imposición de la ceniza
2 marzo de 2017La tarde del Miércoles de Ceniza dio comienzo con el traslado, desde la Basílica de San Ildefonso del Grupo Escultórico de La Piedad, perteneciente a la Cofradía del Cristo Yacente y Soledad, con sede canónica en esta Iglesia, hasta la Catedral de Jaén, acompañado por numerosos cofrades, fieles y representantes de ésta y otras Hermandades de Pasión y Gloria de la ciudad.
Esta Piedad, que llevaba sin procesionar 24 años, presidió el altar mayor de la Santa Iglesia Catedral durante la celebración eucarística del Miércoles de Ceniza, y el posterior y solemne Vía Crucis, que recorrió las calles de Jaén, organizado por la Agrupación de Cofradías.
Un Templo Mayor, repleto de fieles, quisieron participar en la Santa Misa y en la imposición de la ceniza, con la que da comienzo el tiempo de Cuaresma. Más de una decena de sacerdotes acompañaron al Obispo de la Diócesis, Don Amadeo Rodríguez Magro, en la celebración; entre los que se encontraban miembros del Cabildo Catedral, del Seminario, el Consiliario de la Agrupación de Cofradías, así como los 13 seminaristas que en la actualidad se preparan para la vida sacerdotal.
Tras la lectura del Evangelio, que fue proclamado por el Vicario General y Deán de la S. I. Catedral, D. Francisco Juan Martínez Rojas, el Obispo pronunció una homilía cercana, que invitaba a la acción del espíritu en esta Cuaresma, basada en los pilares fundamentales de este tiempo litúrgico: oración, ayuno y limosna.
Homilía
En este sentido, el Obispo del Santo Reino inició su homilía exponiendo a los fieles que «la Cuaresma es el tiempo que nos prepara para el encuentro con la Gracia de Dios. Para el encuentro con el Misterio Pascual de Jesucristo». A la vez que recordó que «que los cristianos vivimos cada día del año en Cristo resucitado. Por eso, la tendencia de un cristiano es vivir en Cristo; sentir en Cristo; pensar en Cristo, porque es el mismo Jesucristo el que vive en cada uno de nosotros, y lo tenemos que encontrar en nuestro día a día y en la experiencia de la Iglesia».
«Esta Cuaresma es el tiempo en el que el Amor de Dios, de una manera especial, se acerca a nosotros a través del Misterio Pascual». «Por eso- continuó exhortando el Obispo- el Miércoles de Ceniza es un tiempo para que empecemos una conversión, para empecemos a situar nuestra vida en Dios y sólo en Dios, siempre en Dios, y nada más que en Dios.»
Respecto a la oración, el ayuno y la abstinencia, el Prelado jiennense incidió en la idea de que «los hombres y mujeres de nuestro tiempo tenemos que hacerlo de un modo actualizado. Debemos saber cómo vivir el ayuno y de qué manera debemos de ayunar. Porque a lo mejor el ayuno y la abstinencia debemos pasarlo por el corazón y pasándolo por una renovación de nuestra vida y de nuestro encuentro con Dios». En este sentido, Don Amadeo quiso hacer hincapié en que tanto el ayuno, como la oración y la limosna «Hay que hacerlo ante los ojos y la mirada de Dios. Cristo nos invita a huir de toda apariencia en nuestra vida cristiana y en nuestro modo de hacer el bien y de practicar nuestra religión. Siempre sólo ante el amor de Dios. Y nunca hacer nada por apariencia, por lucimiento, siempre hacerlo a partir de un encuentro personal e íntimo con Dios. Y a eso nos ayuda la oración, la austeridad de vida en el ayuno, y en eso nos ayuda la fraternidad de vida con la limosna», concluyó.
Por último, quiso recordar el Plan Cuaresmal, «Misericordiea en Cuaresma», inspirado en la Carta Apostólica del Santo Padre Francisco, «Misericordia et Misera», y que propone durante las cinco semanas de Cuaresma cinco acciones: Escucha, Experimenta, Reconcíliate, Consuela y Hazte Prójimo.
Don Amadeo concluyó su homilía con un mensaje a todos los fieles diocesanos «Dejaos reconciliar con Dios».
A continuación, se inició el rito de la imposición de la ceniza. Tras la bendición de la misma, comenzó el Obispo imponiendo la ceniza al Vicario General, quien a su vez se la impuso al Prelado. Después los distintos sacerdotes se repartieron por las naves de la Catedral para imponérsela a todos y cada uno de los cientos de fieles que quisieron recibirla, como símbolo de conversión.
Al finalizar la Santa Misa, con la bendición con el Santo Rostro, se inició el solemne Vía Crucis, con el Grupo Escultórico de La Piedad, cuya primera estación se rezó dentro de la Catedral, y el resto se rezó por las distintas Estaciones repartidas por el itinerario que condujo, hasta la Basílica de San Ildefonso, a La Piedad.