Carta Pastoral Pascua: «Ha resucitado y está con nosotros»
10 abril de 2023«Lucharon vida y muerte
en singular batalla,
y muerto el que es la vida,
triunfante se levanta».
Queridos fieles diocesanos:
Desde hace veinte siglos la Iglesia viene anunciando esta gran noticia: El que murió en una cruz, Jesús de Nazaret, que envuelto en lienzos fue sepultado, cumplió su palabra: «Resucitó al tercer día». Con gozo, celebramos la mayor de todas las fiestas que tenemos los cristianos, la Fiesta por excelencia en torno a la cual gira todo el año litúrgico.
Cristo, que ha querido redimirnos dejándose clavar en un madero, entregando su vida por amor, ha vencido a la muerte. Su muerte redentora nos ha liberado del pecado, y ahora, su resurrección gloriosa nos ha abierto el camino hacia el Padre. Este dogma de la Resurrección forma parte esencial del depósito de nuestra fe. Profesamos en el Credo: «al tercer día resucitó de entre los muertos…creo en la resurrección de la carne y la vida eterna». Por nuestro bautismo participamos del triunfo de Cristo Resucitado y un día, al final de los tiempos, participaremos de modo físico, pues nuestra materia no está llamada a desaparecer por completo.
Gracias a la muerte y resurrección de Jesús, Dios Padre nos ha dado su Espíritu Santo. El Espíritu de Dios, que resucitó a Jesús, nos resucitará también a nosotros. Conocemos por el Nuevo Testamento qué frutos produce en nosotros ese Espíritu: «amor, alegría, paz, tolerancia, afabilidad, generosidad, fidelidad, sencillez, dominio de sí» (Gal 5, 22 ss.). Estos frutos son señales de que vive en nosotros el Espíritu Santo, que resucita para la vida inmortal con Dios.
Así, el Señor de la Vida, venciendo la muerte, ha resucitado del sepulcro, ha iluminado el mundo y lo ha transformado, dando un nuevo rumbo a la historia humana; haciendo de nuestra vida una vida renovada.
Vidas renovadas por el Resucitado
Esta fue la experiencia de los primeros discípulos que se encontraron con el Resucitado. Los seguidores del Maestro, en el momento del arresto, del juicio y de la crucifixión, salieron corriendo. Casi todos tuvieron miedo. Pero la resurrección de Jesús les abre a una vida nueva. Los que vivían en el temor, reciben la paz. Los que se habían ocultado en una casa con las puertas cerradas, son enviados al mundo a predicar la Buena Nueva del Reino. La experiencia de la resurrección de Jesús cambió radicalmente la vida de los primeros discípulos. Durante cuarenta días, el Resucitado da muestras de que ha vencido a la muerte y ha inaugurado una vida nueva para Él y para nosotros.
Cuando María Magdalena (Jn 20,11-18) descubrió que el sepulcro de Jesús estaba abierto y vacío, temió que se hubieran llevado el cuerpo de su Señor. Él salió a su encuentro, la llamó por su nombre y se produjo en ella un profundo cambio: su desconsuelo y desorientación se transformaron en alegría y entusiasmo. De inmediato corrió para anunciar a los Apóstoles: «He visto al Señor».
También, Tomás, que no quiso creer lo que le contaban (Jn 20,19-31), tiene un encuentro con el Resucitado donde le ofrece su costado para que lo palpe, le enseña las manos y, mostrándole la cicatriz de sus heridas, sana la herida de su incredulidad y reconoce su verdadera y más profunda identidad: «¡Señor mío y Dios mío!».
De igual modo, el Apóstol San Pablo cuando fue llamado por Jesús Resucitado, «alcanzado por Cristo Jesús» (Flp 3,12), su nueva luz transformó radicalmente su existencia. Desde su encuentro personal con Cristo, a quien perseguía en sus discípulos, el perseguidor puso ya todas sus fuerzas al servicio exclusivo de Jesucristo y de su Evangelio. Situó en el centro de su vida a Cristo y Él fue ya, hasta su martirio, su única identidad.
Lo mismo sucedió con aquellos dos discípulos, camino de Emaús (Lc 24,13-25) en la tarde de la Pascua, y así podríamos citar incontables nombres de cristianos transformados por la fuerza de la Resurrección. Es la fuerza del resucitado que supera todo tiempo y cálculos humanos. Una fuerza que también ha llegado hasta nuestros días, solamente tenemos que dejarnos alcanzar por ella.
Vidas que anuncian al Resucitado
En pleno siglo XXI, los cristianos seguimos siendo testigos de este hecho y proclamamos que el Señor Jesús está vivo y reina glorioso por los siglos, por su victoria sobre el pecado y sobre la muerte.
Jesús Resucitado encomendó a sus discípulos predicar su Evangelio, darlo a conocer por todo el mundo. Nos corresponde a los cristianos hacérselo llegar a los que todavía no lo conocen o se han alejado o huido de él. No es preciso hacer cosas extrañas ni extraordinarias para ello. Basta con vivir el estilo del Resucitado. Que nuestra conducta como laicos, consagrados, sacerdotes, padres y madres de familia, jóvenes… provoque preguntas esenciales en quienes nos conocen, como: ¿por qué situamos en el centro de nuestra vida a Jesucristo?; ¿por qué nos acercamos de igual a igual y con amor a los más pobres y necesitados?; ¿por qué defender y proteger la vida de una persona desde su concepción hasta su final?; ¿por qué luchar para que todos tengan una vida digna?; ¿por qué sabemos perdonar a los enemigos y a quienes nos insultan, calumnian y persiguen?… en una palabra, ¿por qué siendo en apariencia iguales a los demás existe otro sentir y otra esperanza?. La respuesta: porque amamos a Dios y seguimos al Resucitado.
Que seamos una Iglesia que vive en alegría pascual, que se renueva y comunica, en novedad y frescura, impulsados por su Espíritu. Una Iglesia que vive la vida nueva, que abre su Resurrección para el mundo y su historia, y que quiere correr hacia los desesperanzados para decirles: “El Señor vive y te quiere vivo”. Un mensaje de esperanza que nuestro mundo, tan necesitado, ansía oír aún sin saberlo; y sobre todo, lo espera ver en el amor y la alegría de quienes estamos llamados a ser testigos del amor del Señor.
La Virgen María, nuestra Madre Reina del Cielo, como la aclamamos en el cántico del Regina Coeli, nos acompañe en este camino de alegría pascual. Ella, que vivió con los apóstoles el gozo de la Resurrección y esperó con ellos la venida del Espíritu Santo, renueve nuestras fuerzas y nos conceda la esperanza de la vida nueva que ha comenzado con su Hijo Resucitado.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Sebastián Chico Martínez
Obispo de Jaén