Carta Pastoral para la Cuaresma 2025: «Renaciendo en la esperanza»
11 marzo de 2025
«Los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas,
echan alas como las águilas, corren y no se fatigan, caminan y no se cansan». (Is 40,31)
Queridos fieles diocesanos:
En este Año Jubilar, en el que conmemoramos la Encarnación del Unigénito de Dios, la esperanza debe marcar nuestro camino cuaresmal con la certeza que es Jesucristo, con su pasión, muerte y resurrección, quien nos hace renacer en la esperanza. Como nos recuerda el papa Francisco: «La esperanza efectivamente nace del amor y se funda en el amor que brota del Corazón de Jesús traspasado en la cruz» (Spes non confundit n.3).
El próximo 5 de marzo, Miércoles de Ceniza, iniciamos este tiempo santo de Cuaresma. Este itinerario de cuarenta días nos ofrece la oportunidad de peregrinar, como lo hizo a través del desierto, el pueblo de Israel en su éxodo hacia la tierra prometida. Ellos caminaron por el desierto del Sinaí y nosotros por uno personal, en el que se nos ofrece la oportunidad de comenzar de nuevo, despojarnos de aquello que nos aleja de Dios y abrazarnos a lo esencial.
Se trata de una oportunidad vital para el cambio, para romper con la persona vieja, cansada, abrumada por su presente, sin perspectiva y comenzar una vida en la que nuestros corazones rejuvenecerán con la gracia que viene de Dios. Morir a nuestro hombre viejo y resucitar con Cristo, renaciendo en la esperanza, es la invitación que nos hace Dios por medio del profeta Joel: «Convertíos a mí de todo corazón, con ayunos, llantos y lamentos. Rasgad vuestros corazones, no vuestros vestidos, y convertíos al Señor vuestro Dios, un Dios compasivo y misericordioso» (Jl 2, 12-13).
Tres son los principales medios que la Iglesia pone a nuestra disposición para este itinerario hacia la Pascua: la escucha asidua de la Palabra de Dios, que nos habla en los desiertos y crea un oasis en nuestra vida; la práctica más intensa del ayuno penitencial y la limosna, como ayuda generosa al prójimo necesitado; y la oración sobre todo, eucarística, como fuente y fin de nuestra vida cristiana. En definitiva, se nos invita a «poner de relieve el doble carácter del tiempo cuaresmal, que prepara a los fieles a oír la Palabra de Dios más intensamente y a rezar, especialmente mediante el recuerdo o la preparación del bautismo y la penitencia, para celebrar el misterio pascual» (SC 109). Cuaresma es sinónimo de hacer silencio interior para escuchar la voz de Dios que se abre paso entre nuestros afanes diarios, para recordarnos que, pese a nuestras fragilidades y limitaciones, la esperanza en el Señor renueva nuestra peregrinación por este mundo.
El primer paso hacia la conversión, que nos pide el Señor durante la Cuaresma, está en la purificación de nuestra fe, tantas veces débil y deteriorada, con las impurezas que se adhieren a nuestro espíritu y que enturbian los ojos del alma. El Señor, mediante el sacramento del Bautismo, nos capacitó para contemplar el misterio de su grandeza y de su amor. Por eso nos dice san Pablo: «Si profesas con tus labios que Jesús es Señor, y crees con tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo. Pues con el corazón se cree para alcanzar la justicia, y con los labios se profesa para alcanzar la salvación» (Rm 10, 9-10). La conversión cuaresmal ha de llevarnos a purificar nuestra fe y a profesarla con gozo y con verdadero celo apostólico. Sólo así, fuertemente adheridos al Señor, podremos vencer las tentaciones con las que el maligno pretende separarnos de la verdad, la justicia y la esperanza que sólo proviene de él.
En este sentido, el papa Francisco nos decía: «La cuaresma nos sumerge en un baño de purificación y de despojamiento; quiere ayudarnos a quitar todo “maquillaje”, todo aquello de lo que nos revestimos para parecer adecuados, mejores de lo que realmente somos. Volver al corazón significa volver a nuestro verdadero yo y presentarlo tal como es, desnudo y despojado, frente a Dios» (Miércoles de ceniza, 2024). Volver a Dios, comprendernos de forma renovada a nosotros mismos y entender el sentido de nuestra vida: eso es convertirse. Acoger la iniciativa de Dios Padre que nos quiere y espera que salgamos de las estructuras de pecado en las que podemos estar inmersos.
La ideología y cultura laicista ha creado una sociedad con nula presencia de Dios; es más, pretende que vivamos como si Dios no existiera. En ese clima, corremos el riesgo de que nuestra fe quede reducida a una serie de prácticas religiosas que se viven en la Iglesia o en el ámbito privado, pero que no incidan en la orientación de las grandes cuestiones de la vida pública, como son el matrimonio, la familia, la educación en valores sólidos, la defensa de la vida en todo tiempo, la cultura o la política como servicio al bien común. Por eso, si queremos que nuestra fe no sea superficial y nuestra luz se apague, hay que reaccionar. Hemos de hacerlo con esperanza ante el conformismo y las medias tintas, y desde nuestro ser cristiano que nos hace mirar a nuestro alrededor con los mismos ojos amorosos con los que miró Jesucristo.
En este itinerario cuaresmal os invito a participar en las 24 horas para el Señor, que este año tendrán lugar del viernes 28 al sábado 29 de marzo, recordando las palabras del Salmo: «Tú eres mi esperanza» (Sal 71,5). Una oportunidad para acercarnos al sacramento de la reconciliación como poderosa herramienta para vivir la Cuaresma con verdadero sentido y con la gracia de borrar nuestros pecados y la oportunidad de nuevos y esperanzadores comienzos. Con este motivo, presidiré una Celebración Penitencial en la S.I. Catedral, el 28 de marzo a las 21 horas. Invito a todos los laicos, grupos parroquiales, cofrades, religiosos y sacerdotes de la ciudad a uniros a esta iniciativa. De igual modo, os pido que en las parroquias y comunidades religiosas de la Diócesis que se organicen momentos de adoración al Santísimo Sacramento y celebraciones penitenciales en el contexto de esta jornada.
En el curso en el que nos hemos propuesto ser, como Iglesia que peregrina en el Santo Reino, «Todos discípulos», os invito a vivir este tiempo de Cuaresma con ese sello indeleble que nos hace seguidores de Jesús. Que ese sello marcado por el agua del bautismo y el fuego del Espíritu Santo, encienda en otros, a través de nuestro testimonio vital, la necesidad de conocer, amar y seguir a Jesucristo, al que ahora acompañaremos, como los apóstoles, hasta Jerusalén para vivir con él su pasión y su cruz y alegrarnos, después, con el triunfo de su resurrección.
Con mi afecto y mi bendición,
+ Sebastián Chico Martínez
Obispo de Jaén