Carta Pastoral: «Misericordiea en Cuaresma»

21 febrero de 2017

Queridos diocesanos:

En esta Cuaresma que vamos a compartir, quiero recomendaros, desde mis propias convicciones, algunos detalles que no deberían de faltar en nosotros en este tiempo fuerte de nuestra experiencia cristiana. Ya sabéis que lo que hemos de hacer, desde el primer momento, es situarnos en actitud de conversión del corazón. Pero esto en realidad no puede suceder si no damos un primer paso esencial: situar nuestra vida ante Dios, que es el Único que puede llenar nuestra búsqueda, resolver nuestras preguntas, reorientar nuestra existencia por otro camino y hacia otros intereses. Sin el encuentro con el Amor de Dios no hay verdadera conversión; sólo a partir de los motivos que encontramos estando con Dios nuestra vida puede encauzarse por el itinerario que nos conduzca a una vida nueva. Ya nos lo dice Jesús: “convertíos y creed en el Evangelio”. Eso significa que renovar la confianza en Dios es el objetivo de la Cuaresma; lo demás vendrá por añadidura; pero sólo si nos situamos humildemente ante el Hacedor de toda conversión, de una verdadera conversión.

Este año la Santa Madre Iglesia, en su sabio acompañamiento de nuestra vida cristiana, nos orienta desde la Palabra de Dios por un camino cuaresmal que nos va purificar interiormente, que nos ilumina en la búsqueda de la santidad y que nos va a llevar de la mano hasta la unión con Cristo, en el Misterio de su muerte y resurrección, Misterio pascual, corazón de la fe. Las lecturas de la Palabra de Dios que escucharemos y meditaremos en este Ciclo A, las mismas que han escuchado durante tantos siglos todas las generaciones de cristianos, nos llevan a una renovada toma de conciencia de nuestra identidad de bautizados; nos hacen ver quiénes somos por elección y llamada de Dios Nuestro Padre, en su Hijo Jesucristo.

Para que podamos concretar un camino cuaresmal que nos ponga en una ruta buena y de fe, y que sintonice con una experiencia de vida cristiana en sintonía con lo que nos preocupa en nuestro tiempo, en Jaén nos proponemos un itinerario con algunos pasos imprescindibles para llegar a la meta, cosa que no dudo en absoluto que nos planteamos. Será un camino vivido bajo el signo espiritual y pastoral de la misericordia, que se inspira en la propuesta que nos hace el Papa Francisco en su Carta Apostólica MISERICORDIA ET MISERA. Nuestras comunidades continuarán con vitalidad y dinamismo la obra de la nueva evangelización en la medida en que la «conversión pastoral», que estamos llamados a vivir, se plasme cada día, gracias a la fuerza renovadora de la misericordia” (M et m 5).

Lo haremos a través de cinco tareas, una por semana: escucha – experimenta -reconcíliate – consuela – hazte prójimo. (Si quieres más información, entra en la página Diócesis de Jaénwww.diocesisdejaen.es). Estas tareas se irán fecundando unas a otras; las cinco estarán presentes cada semana, aunque sólo una tenga el protagonismo en la acción semanal del itinerario interior que cada uno de nosotros haga a lo largo de la Cuaresma. Pero al final del camino cuaresmal nos hemos de preguntar cómo ha influido en nuestra vida cristiana, y cómo nos ha afianzado en la conversión que buscábamos en el Señor, y que seguramente hemos encontrado. Para cada tarea hay una propuesta concreta de meditación asidua y atenta de la Palabra de Dios; de oración para la escucha del Señor; de encuentro con su misericordia en el Sacramento de la Reconciliación; de experiencia de consuelo de las necesidades y de consolación de las de mi prójimo; y que nos propondrá la práctica de la caridad misericordiosa.

Este itinerario que se nos ofrece es, por tanto, un camino integral, que va enriqueciendo semana a semana nuestra vida ordinaria, fecundándola desde la fe. El hilo conductor de esta unidad lo dará la experiencia que ya se nos propone en la primera semana, la escucha de la Palabra de Dios en lectio divina, que será junto a la caridad la experiencia más fuerte de esta Cuaresma. Si lo hacemos así, será una Cuaresma en la que creceremos en el discipulado, que es un modo de ser cristiano. La experiencia cristiana no se pude entender sin sentirse de verdad discípulos del Señor, sin saberse a la escucha de su Palabra, sin aprender de Jesús el espíritu de oración, sin acoger, como Él nos ha enseñado, el Amor incondicional del Padre, sin volcar nuestra vida, como Él, en el amor misericordioso hacia nuestros hermanos.

Necesitamos estar muy afianzados en nuestro seguimiento de El Maestro, para poder llegar a ser misioneros que le lleven al corazón de los hombres y mujeres de este tiempo. Para el sueño misionero de llegar a todos hemos de conocer a fondo el sueño de Jesús, que es el sueño de Dios, y a eso sólo se llega en la intimidad con Él. Sólo el discípulo tiene grabado en su corazón el sueño de Cristo: “Para que el mundo crea”. Ese es el deseo del Hijo de Dios, porque es un deseo salvador: la fe es el camino de la vida, de la felicidad, de la salvación eterna. Por eso es importante que el discípulo misionero lleve muy dentro de su corazón esta convicción: ¡Qué dulce es estar frente a un crucifijo, o de rodillas delante del Santísimo, y simplemente ser ante sus ojos! ¡Cuánto bien nos hace dejar que Él vuelva a tocar nuestra existencia y nos lance a comunicar su vida nueva! Entonces, lo que ocurre es que, en definitiva, «lo que hemos visto y oído es lo que anunciamos»” (EG 264). Esto pone de relieve una gran verdad que todos hemos de asumir: que la Iglesia no evangeliza si no se deja evangelizar.

Con mi afecto y bendición.

+Amadeo Rodríguez Magro
Obispo de Jaén

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