Carta Pastoral Jornada Pro Orantibus: «Los monasterios de contemplativas, corazón orante de nuestra Diócesis»

21 mayo de 2018

Queridos diocesanos:

Se puede muy bien decir que solamente en la Fiesta de la Santísima Trinidad se podía celebrar una Jornada tan significativa para la Iglesia, la de la vida contemplativa, conocida como Pro Orantibus. Las contemplativas, sin dejar de estar en el mundo, viven metidas de lleno en el corazón de la Trinidad, descubriendo y contemplando a Dios, para conocerle, amarle y servirle mejor y para conocerse a ellas mismas y al mundo. Nadie sabe con una experiencia tan intensa lo que Dios siente por nosotros, como esas mujeres que en sus Monasterios lo contemplan y sienten con Él día a día. Ellas conocen que la voluntad de Dios es una voluntad amiga, benévola, misericordiosa, que quiere nuestra plena realización y está siempre disponible para ofrecernos la salvación. Santa Teresa apuntaba bien el recorrido de la mirada contemplativa, cuando decía: “Sólo quiero que le miréis a Él”. Sabía la Santa mística que esta mirada embelesa de amor y, a la vez, despierta a los amores que Jesús, el Amado, lleva en su corazón, que somos todos nosotros.

 

Agraciados con diecinueve monasterios

Por si no lo sabíais, en Jaén tenemos diecinueve monasterios de contemplativas; lo que supone un número considerable de mujeres, que tienen la misión de poner en el corazón de Dios nuestras cosas: desde nuestros deseos más sublimes y espirituales, hasta las necesidades más perentorias de nuestra vida; y como ellas se acercan tanto a la fuente del amor divino, de allí, por su oración intercesora, traen para nuestro bien la misericordia entrañable de nuestro Dios. Su amor al mundo lo realizan, sobre todo, en su relación mística con el rostro de Jesucristo, que ellas en el fondo de su alma saben que se prolonga misteriosamente en sus hermanos los hombres más pobres. Cuanto más profunda es su relación con Jesús, más intensa es también su amor por los seres humanos, con especial predilección por los más indigentes en su cuerpo y en su alma.

 

Quiénes son, qué hacen, para qué viven

Es por eso que estos monasterios repartidos por nuestra geografía diocesana son para nosotros nuestro mejor tesoro; nadie nos representa mejor ante el corazón de Dios como estas santas mujeres que, desde su juventud hasta su ancianidad, viven en fidelidad ad vitam para amar a Dios y a los hombres. “La vida contemplativa femenina ha representado en la Iglesia y para la Iglesia el corazón orante, guardián de gratuidad y de rica fecundidad apostólica y ha sido testimonio visible de una misteriosa y multiforme santidad” (VDq 5).  Os invito, por tanto, a llenarlas de cariño y a que, en las poblaciones donde tienen sus monasterios, las hagáis visibles y significativas. Los cristianos tenemos que saber decir, en voz alta y con convicción, quiénes son, qué hacen y para quiénes viven. Tenemos que saber que no hay nada más útil que vivir para mostrarnos cómo llevar la contemplación de Dios en el corazón y que nadie vive esa experiencia de un modo tan abnegado, tan generoso, tan intenso y tan auténtico como nuestras hermanas las contemplativas.

 

Una opción vocacional afortunada

El mundo tiene que saber, más allá de los deliciosos dulces que hacen para poder sobrevivir, qué nos ofrecen estas monjas para encontrar la fuente del bien, la verdad, la vida y la belleza. De un modo especial, los jóvenes tendrían que conocer que, para ser fieles a la vocación a la que han sido llamados en su bautismo, hay una opción de vida muy especial, y que no dudo en que es la más rica y auténtica que pueda elegir cualquier ser humano, si tiene la suerte de ser llamado a seguirla por el Señor. Por eso, les invito a que se acerquen, a que pregunten, a que gusten con ellas el sabor precioso de su vida, ese que las hace enamorarse de Jesucristo y a que, después, decidan. Afortunadamente hoy hay jóvenes que, tras hacer experiencias de monasterios, quedan prendadas de esas vidas tan unidas a Jesucristo y tan comprometidas con la humanidad y sus necesidades. Pero ese modo de existencia, el de las comunidades contemplativas, tiene que renacer y fortalecerse. Nuestro mundo necesita focos de vida orante que lo pongan de nuevo en el fuego del corazón de Dios.

 

Tierra de santos contemplativos

Jaén siempre fue tierra de contemplativos y místicos; unos nacieron aquí y otros anduvieron por nuestro mar de olivos, como Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, que encontró “la contemplación eterna” en un Monasterio de esta Iglesia diocesana. Os invito, por tanto, a rezar y a crecer en simpatía hacia estas santas mujeres, a felicitarlas y admirarlas por la opción de su vida y a llenarlas de cariño. Nunca un Monasterio ha de sentir la indiferencia de ninguno de nosotros; al contrario, por lo que son, por lo que hacen y por lo que significan para la humanidad, merecen ser rodeadas de nuestro afecto fraterno.

 

Nuestra obligada gratitud

A vosotras, queridas contemplativas, os digo con todo mi cariño: gracias por lo que hacéis por esta Iglesia. Os sentimos siempre cerca de nosotros, porque nada acerca más a los cristianos que percibir que alguien pone en nuestro corazón el cálido perfume del amor de Cristo, y vosotras lo hacéis con creces.

Sabed que el Obispo os quiere, rezad mucho por mí, lo necesito para poner amor y servicio en esta tarea que el Señor ha puesto sobre mis débiles hombros en esta nuestra querida Diócesis de Jaén.

Con mi afecto y bendición para todos.

 

+ Amadeo Rodríguez Magro
Obispo de Jaén

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