Carta Pastoral: En el Año Jubilar de la Esperanza: «Solo esperan quienes en su corazón albergan Esperanza»

18 diciembre de 2024

Queridos diocesanos,

A punto de entrar por la Puerta del Perdón del Templo madre de todas las iglesias de nuestra Diócesis, que nos conducirá a “la Esperanza”, me dirijo a todos vosotros en este tiempo especial, en el que la Iglesia celebra un Año Jubilar. Para que, juntos, como Iglesia que peregrina entre olivares, tomemos conciencia del momento que la Iglesia Universal va a vivir, reconociendo en la Encarnación de nuestro Señor Jesucristo el hecho histórico en el que, de nuevo, el cielo volvió a unirse con la tierra.

Aniversario de la Encarnación de nuestro Señor Jesucristo

Es en ese mismo instante, en el que Dios se encarna en el seno virginal de María, entra en nuestra historia como hombre, se hace uno de nosotros en humanidad, excepto en el pecado: en Él, la esperanza se hace carne, y nos trae la salvación y la paz que tanto necesitamos. Como nos dice San Pablo en la carta a los Romanos: «Spes non confundit» (La esperanza no defrauda, Rm 5,5).

Este Jubileo nos invita a una profunda reflexión sobre los orígenes de nuestra fe. Al igual que nuestra Catedral, que se alza como un signo de los comienzos y bajo la cual reposan capas de historia, nuestra fe tiene raíces en una gran tradición. Esta tradición de la Iglesia se complementa con las pequeñas, pero significativas, tradiciones de nuestras familias, pueblos y ciudades.

Es un tiempo propicio para volver a las fuentes: a la Sagrada Escritura, a las tradiciones que nos ha transmitido la fe, al testimonio de los santos, y, sobre todo, a nuestra relación viva con Cristo, que está presente y actuante en nuestra vida.

Cuando el Santo Padre Francisco elige como lema de este Jubileo “Peregrinos de Esperanza”, lo hace sabiendo que nuestro mundo está necesitado de esperanza. No es difícil que el alma se desesperance al mirar a nuestro alrededor. Las guerras y su rosario incesante de víctimas; las desigualdades que siguen acarreando hambre, falta de sanidad, de recursos… en tantos lugares del mundo; la soledad, esa epidemia de nuestros días que lleva a vivir, y a morir solos a tantos ancianos; el feroz consumismo que nos lleva a llenarnos “de cosas” para vaciarnos de Dios; aquellos que pierden la vida en el mar en busca de una oportunidad que dignifique su vida; los niños que no llegan a ver la luz de este mundo en nombre de un derecho no bien entendido; los bosques que arden y que consumen ese regalo que es la naturaleza… Frente a esa realidad desesperanzada, dolorosa, mortal… sabemos que existe una Esperanza con mayúsculas que nos muestra un camino coloreado de verde, y que prende en el corazón de aquellos que esperan. Somos hombres y mujeres en busca de sentido.

La oportunidad del Jubileo

El Jubileo no es solo un evento conmemorativo, sino una auténtica oportunidad de gracia para fortalecer nuestra fe, purificarnos de nuestros pecados y renovar nuestra esperanza. Es un tiempo privilegiado en el que se nos invita a caminar como peregrinos hacia el encuentro con Dios, dejando que la misericordia y el amor transformen nuestra vida.

A. Fortalecer la fe

La conmemoración del aniversario de la Encarnación nos recuerda la verdad histórica que fundamenta nuestra fe. Nos da la oportunidad de responder con mayor firmeza a esta verdad, especialmente en un contexto en el que muchos cristianos viven su fe de manera débil o fragmentada: no rezan, no frecuentan los sacramentos, ni orientan su vida según el Evangelio.

Aunque esta realidad nos duele, también nos desafía a ser auténticos testigos agradecidos del amor de Dios que nos ha hecho hijos suyos, creados para vivir y convivir eternamente en comunión con Él; y nos desafía, también, a redescubrir la operatividad de la fe, haciéndola presente en nuestras decisiones diarias.

B. Purificarnos de nuestros pecados

El Jubileo también es un tiempo de arrepentimiento y perdón. En el Antiguo Testamento, el Jubileo buscaba restablecer la situación original de la Alianza. Hoy, nosotros somos llamados a renovar nuestra alianza bautismal y a recuperar la vida de gracia a través de la fidelidad y la generosidad.

El sacramento de la penitencia se presenta como el camino privilegiado para este propósito. Es necesario que lo vivamos con seriedad: haciendo un examen profundo de conciencia, una confesión sincera, un verdadero arrepentimiento y un compromiso serio de cambio. La indulgencia plenaria ofrecida durante el Jubileo nos ayuda a purificarnos completamente, devolviéndonos la alegría de la salvación.

C. Momento de renovación y esperanza

Este Jubileo, también, es una llamada a la renovación personal y comunitaria. Aunque nos duelan el secularismo que podemos estar viviendo y el empobrecimiento de la fe, no debemos caer en el desaliento.

Escuchemos la voz de Dios que nos llama a ser auténticos, a acoger y responder a su voluntad y a estar unidos como una misma familia, en la que todos somos hermanos, hijos de nuestro Padre Dios. Este es un tiempo para renovar nuestra esperanza, convencidos de que el Señor sigue caminando con nosotros.

La Esperanza en la Sinodalidad

El camino de la esperanza no es un camino individual, sino comunitario, y se expresa de manera singular en el proceso sinodal que juntos emprendimos en 2021 y que nos hizo replantearnos nuestra manera de ser Iglesia y de vivir en la Iglesia. Este hermoso camino nos ha mostrado la importancia de la sinodalidad, es decir, del caminar juntos, en unidad y respeto mutuo, en la escucha y el discernimiento del Espíritu Santo. Las conclusiones del Sínodo nos han llamado a ser una Iglesia que se siente llamada a acompañar en la esperanza, a ser testigos de la verdad en un mundo que ansía respuestas. En nuestra sinodalidad, el discernimiento nos invita a acoger a todos, sin dejar de anunciar la salvación de Cristo.

El Discipulado como camino de Esperanza

En este tiempo de reflexión sinodal, también hemos recibido una invitación personal y comunitaria a la conversión y a ser más fieles al mandato del Señor de salir al encuentro de aquellos que aún no lo conocen. El discipulado, eje sobre el que este año se vertebra nuestro Plan Pastoral, se presenta, igualmente, como el camino de la esperanza para los que buscan sentido en sus vidas. Un sentido que nosotros ya hemos descubierto, que llena nuestro corazón de gozo, y que debemos transmitir a aquellos que aún no han experimentado el amor y la misericordia de Jesús, a través del testimonio comprometido y fértil de nuestra vida cristiana.

El discipulado nos lleva a sembrar semillas de esperanza en aquellos que aún no conocen a Jesús: nuestra vida de discípulos debe ser una luz que los guíe a Él. La esperanza que vivimos y compartimos en nuestras comunidades se convierte en el testimonio vivo de que el Señor está cerca, de que su amor no falla, de que su Palabra es fuente de vida. Así, el discipulado se presenta como camino esperanzado para aquellos que buscan la verdad, el sentido y la salvación en medio de tantas incertidumbres cotidianas.

La sangre de los mártires: signo de Esperanza

A lo largo de la historia de la Iglesia, también en la de Jaén, la sangre de los mártires ha sido el testimonio más grande de esperanza. Aquellos que han dado su vida por Cristo, en defensa de su fe, nos han dejado un legado de fidelidad y fortaleza. La vida de los mártires, hombres y mujeres con sus particulares historias vitales, nos recuerda que la esperanza no se apaga ni siquiera en las situaciones más difíciles. Su sacrificio es un testimonio de la esperanza que no se quiebra, una esperanza que es más fuerte que la muerte. Como dice San Pablo en la carta a los Romanos: «Más aún, nos gloriamos incluso en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia, la paciencia, virtud probada, la virtud probada, esperanza» (Rm 5,3-4). En su ejemplo, encontramos la verdadera medida de la esperanza que no defrauda.

Ojalá que uno de los frutos de este Año Jubilar sea que los más de cien Siervos de Dios, cuyos procesos de martirio se estudian en Roma, alcancen, por sus vidas entregadas, la palma del martirio que los convertirá en Beatos de nuestra Iglesia particular.

Paciencia y esperanza unidas

La esperanza no se puede separar de la paciencia. Vivir en esperanza significa saber esperar con confianza y serenidad en Dios, aun en medio de las pruebas y tribulaciones. La paciencia nos enseña a confiar en el tiempo de Dios, a entender que no todo se resuelve de inmediato, pero que Él siempre está trabajando en nuestra vida. La paciencia es la virtud que acompaña a la esperanza, que la purifica y la fortalece. Y en esa esperanza, que se nutre de la paciencia, encontramos la paz que proviene del Señor.

La Esperanza: ancla y llama del Espíritu Santo

La esperanza es a la vez un ancla y una llama. Como un ancla, nos sostiene firmes en medio de las tormentas de la vida, y a la vez nos da seguridad en las promesas de Dios. La esperanza es la certeza de que no estamos solos, de que, en medio de todo sufrimiento, el Señor está con nosotros, guiándonos y protegiéndonos. Y como una llama, la esperanza ilumina nuestro camino, nos anima y nos impulsa a seguir adelante, a ser portadores de esa luz a los demás. Esta llama de esperanza es obra del Espíritu Santo, que nos inspira y fortalece en nuestra vida de fe.

En este Año Jubilar, os invito a mirar al futuro con confianza, a renovar nuestra fe y a vivir en comunión. Que esa Esperanza que nos trae Cristo con su nacimiento en esta Navidad nos impulse a ser discípulos fervientes, a vivir con paciencia y fortaleza, y a ser testigos de la esperanza que nunca defrauda.

La Caridad como hilo conductor

Con la oración, en este segundo año preparatorio del Jubileo, hemos pedido al Señor que ilumine nuestro corazón para procurar que todas las realidades de la Diócesis participen y estén presentes; y que la caridad sea el hilo conductor de todas las acciones que vamos a llevar a cabo y que tendrán reflejo en un gran proyecto dirigido a personas migrantes y víctimas de la trata. Que niños, jóvenes, familias, mayores… sean protagonistas. A todos os pido implicación, colaboración y sobre todo que viváis este año como un regalo que la Iglesia nos hace como hijos amados de Dios.

La Catedral como centro Jubilar

Nuestra Catedral, como signo de los orígenes y lugar central de nuestra Iglesia Diocesana, será el epicentro de las celebraciones jubilares. Es aquí donde se nos recuerda la unidad y el vínculo que tenemos como pueblo de Dios, Iglesia local en camino. Atravesar la Puerta del Perdón de este singular templo, relicario del Santo Rostro, es un gesto que simboliza nuestra peregrinación hacia Cristo. Queremos llagar hasta Él, adentrarnos en su misterio de amor y lucrar las gracias jubilares por Él derramadas.

Los cimientos de la Catedral guardan la memoria de quienes nos precedieron en la fe. Con ellos celebramos nuestra historia común. Este Año Santo será una oportunidad para vivir en unidad y plenitud, siendo testigos del amor de Dios que nos llama a la conversión y a la misión.

Os espero en la apertura del Año Santo, que tendrá lugar, D.m, el próximo domingo 29 de diciembre, Jornada de la Sagrada Familia, a las 17 horas, iniciando desde la Basílica de San Ildefonso la peregrinación hasta el Templo Jubilar, para que juntos, como Iglesia, atravesemos la Puerta del Perdón y nos dejemos abrazar por la misericordia del Señor.

Desde ese día, la Catedral acogerá a los peregrinos que vengan a ganar las gracias del Jubileo, durante todo el año.

Otros lugares singulares para lucrar las gracias jubilares

De forma puntual, cuatro días a lo largo del año, se podrán lucrar la gracias jubilares en cuatro lugares más, vinculados con colectivos de personas a quienes el Dios de las misericordias mira con especial ternura y predilección:

Los enfermos: el día 11 de febrero de 2025 (memoria de la BVM de Lourdes, día del enfermo), en la capilla del Hospital Universitario de Jaén.

Los ancianos: el día 27 de julio de 2025 (memoria de San Joaquín y santa Ana, Jornada de los Abuelos y Ancianos), en la capilla de las Hermanitas de los Pobres de Jaén.

Los reclusos: el día 27 de septiembre de 2025 (en torno a la memoria de la BVM de la Merced), en el Centro Penitenciario de Jaén.

Las personas sin hogar: el día 26 de octubre de 2025 (Jornada de las personas sin hogar), en la iglesia del monasterio de Santa Clara de jaén.

María, madre de Esperanza

Y si queremos vivir este Año Jubilar con verdadero y profundo sentido tenemos que volver nuestra mirada a Ella, a María Santísima. Mujer de fe, mujer de esperanza, mujer de amor. Ella que confió en la palabra del ángel, que supo esperar y creer, que albergó en su seno la Esperanza del mundo, debe ser nuestro modelo a seguir. Su mirada de madre nos conducirá hasta Aquel del que emana la Esperanza.

Queridos hijos, vivamos con la alegría del que espera este tiempo jubiloso, este Año Santo, este tiempo de gracias de sabernos redimidos por el Amor.

Con mi afecto y bendición,

+ Sebastián Chico Martínez
Obispo de Jaén

18 de diciembre de 2024
Conmemoración de Ntra. Sra. de la Esperanza

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